CAPITULO II
Historia
de
la humanidad terrestre
Hoara explica:
Vuestro planeta ha sido visitado, todavía, antes de
que naciese el “Homo Sapiens”.
Nuestros predecesores, aquellos que
perfeccionaron el proceso inicial de la especie humana, manipulando las
primitivas estructuras genéticas, injertaron la entidad inmortal que vosotros
llamáis espíritu, inteligencia, individualidad y capacidad evolutiva a través
de la experimentación de cuanto existe en la consciencia del poder creante y de
sus programas. La razón de vuestro ser, de vuestro existir, de vuestro operar,
ha brotado de una precisa exigencia de naturaleza cósmica, difícilmente
perceptible por quien se obstina en creer que todo es casual.
El hombre es, porque ha sido así como debía ser hecho,
para poder iniciar los primeros ciclos ascensionales y luego alcanzar la meta
que le ha sido predestinada desde su nacimiento:
“Ser realmente la imagen del Creador”, para continuar
la gran obra del devenir eterno del cosmos.
La tierra es como un mágico espejo.
Si un Genio Solar se complace en reflejar en el Aura
Solar su imagen creativa, nace un Ángel. Si el Ángel refleja, a su vez, su
imagen en el Aura de esta esfera, nace el hombre. Este último proyecta su obra
en el espejo de la vida.
Él se agita, vive y sufre , desaparece y reaparece
sobre el gran mágico espejo de la ilusión y del sueño. Pero él es divino y,
como tal, tiene siempre la fuerza de romper el espejo del engaño y de volver a
entrar y revivir en el pensamiento creativo.
Síntesis Cronológica
Considerar la noche
de los tiempos, para la mente humana, es muy complejo porque las variantes son
fantásticas y no racionalizables por nuestra lógica muy terrestre y poco
universal.
Es, de cualquier modo, necesario tener presente que las fechas precedentes
a la perturbación debida a la explosión del planeta Luz (Mallona), son
calculadas sólo orientativamente, puesto que su distancia al Sol, su velocidad
de rotación tanto sobre sí mismo, como alrededor del Sol, no eran como hoy. Es
imposible, para nuestro método científico, calcular la formación y los períodos
de evolución del sistema solar. En la realidad astrodinámica, antes de la
situación actual, el concepto del tiempo y de su discurrir era substancialmente
diferente. La dilatación del espacio y tiempo en el microcosmos y en el
macrocosmos tiende, según la metodología inferior al infinito, según la
superior a cero.
Es decir, en
realidad, se anulan., no existen. El extraordinario dinamismo de lo creado va
creciendo, mientras se desarrollan los planos dimensionales. Pero, mientras
nosotros pensamos que su excitación llega al máximo hacia la séptima dimensión,
según la Conciencia Omnipresente no existe ni trayectoria, ni proyección, más
bien un punto que, llegado a su aparente éxtasis, invierte la rotación, la
metodología, y el cometido del nuevo estado de ser que antes parecía infinito,
asume la compenetración inversa, por lo cual de creado se vuelve creante,
imprimiendo a su nuevo creado una nueva configuración cósmica.
Poniendo un ejemplo,
según los dos puntos de vista, de arriba o de abajo de un cuerpo que gira sobre
una circunferencia, el sentido será horario o antihorario. Desde el punto de
vista inferior el sentido horario es evolutivo, mientras el inverso es
involutivo. Visto, sin embargo, desde la parte superior aquello que nosotros
consideramos involutivo se vuelve creativo. Este concepto es profundizado en el
capítulo V.
Podemos decir, que
cada 700 millones de años el Ciclo Cósmico Terrestre cambia de un estado
evolutivo a otro, dividido en 7 ciclos menores de 100 millones, en los que se
completan las convulsiones del alma
planetaria.
Hoy, en la fecha de
nuestro 2000, cae el 4º ciclo cósmico terrestre, alcanzando la edad de 2.700
millones de años.
Inicialmente el
sistema solar tenía como sol a Júpiter.
Después de la compenetración de una
nube de hidrógeno, luego fecundada por un cometa o zooide cósmico, nació una
nueva formación y por poco tiempo este sistema pareció doble, es decir
brillaban dos soles.
Pero bien pronto el Ancestral Padre Júpiter se apagó, como un
agujero negro, dejando el lugar dominante al actual Logos Solar Crístico.
Hoy, algunos
satélites de Júpiter tienen aire y agua y son habitables y el inicio para la
nueva inseminación de estas Macrocélulas Universales ha sido dado por el cometa
que impactó con Júpiter en 1994. Esta voluntad informativa proviene del núcleo
manásico de la Via Láctea, por medio de los cometas, de los cuales hablo en el
capítulo III.
A continuación de
esta perturbación solar, una gran parte del Planeta Tierra ha sido expulsada
creando la Luna, que junto a otros dos asteroides conformaron tres satélites
terrestres.
La Historia del
hombre terrestre se inicia hace unos 700 millones de años (considerados años
diferentes de los nuestros actuales) con el 4º ciclo de desarrollo cósmico
terrestre. Sobre el planeta Tierra había un gran continente que llamamos
Pangea, y el gran Océano.
En cuatro zonas de
este único continente desembarcaron cuatro colonias de Arquetipos o Genios
Cósmicos provenientes de tres constelaciones del Águila, del Toro y del León.
Eran 4 razas que
fundaron cuatro civilizaciones primigéneas del planeta Tierra, en los cuatro
puntos de los futuros continentes, esto es:
La
raza de las Pléyades, Roja >
continente Mú Tolte.
La
raza de Alfa Centauro, Blanca >
continente Groenlandia.
La
raza de Orión, Amarilla >
continente Ciá.
La
raza de Proción Broncinea >
continente África.
Estos seres
andróginos comenzaron tratando algunas especies animales más evolucionadas,
como la orca y el delfín, constatando que no se habría podido desarrollar bien
el cuerpo humano.
En su lugar tuvieron un buen resultado cuando manipularon un
dinosaurio acuático, que las más ánticas mitologías transmitieron como
Serpiente Plumada.
Los había de dos tipos:
de la Serpiente plumada plateada se obtuvo la
evolución del Gorila, mientras que
de la Serpiente plumada dorada se
llegó al primer Antropoide terrestre,
al que le fue dado el Ego Sum, es decir la potencialidad consciente de la
inteligencia individual o Espíritu.
Éstos “Hijos”,
alcanzada la plena figura humana, todavía eran Andróginos, como sus Padres.
Para darles mejor facultad evolutiva a través de los cruces, perdiendo la
androgeneidad, fueron divididos sexualmente en macho y hembra.
Así nacieron Adán y Eva como reales resultantes del Serpiente
Plumado, que no cometieron ningún “pecado original”.
Estos son los Adán y
Eva de quienes está escrito: “Hagamos al Hombre a nuestra imagen...” (Génesis).
Además de ser
laboratorio de estudio por parte de científicos, el planeta Tierra ha sido visitado
por muchos pioneros espaciales, entre ellos la raza de los Titanes, de los que se conservan vestigios de construcciones
gigantescas. Después de su desaparición, como grupo étnico, dejaron a los hijos
para cumplir un cometido muy delicado como custodios de las vías subterráneas
de entrada de bases extraplanetarias o de acceso hacia el interior del planeta,
en donde se conservó el archivo de toda civilización y sabiduría.
En Siberia del norte
son llamados Ciuciuná, o bien Hombres de la Nieves, Big foot, Yeti, en otros
lugares.
La máxima evolución
de estas primeras poblaciones se concluye con el período Prelemuriano,
hace unos 100 millones de años, con una gran catástrofe: El primero de los tres
satélites, el Tir se precipita en
aquella parte continental que se volverá Océano Pacífico, formando una fosa
oceánica.
En este grave
cataclismo fue destruido el continente Mú
y la raza de los Titanes. De este continente sólo quedan algunas islas en donde
los supervivientes formaron la raza Lemuriana.
El cambio momentáneo
de la rotación terrestre produjo el desplazamiento de los polos que se fijaron
sobre el nuevo eje, teniendo como Norte el Himalaya y como Sur el altiplano
Boliviano.
Sufrieron un duro
golpe las especies gigantes o dinosaurios. Las pocas razas supervivientes
fueron tratadas genéticamente para tener una mole adecuada que no impidiese la
vida del hombre (testimoniado en grabados).
Es durante el
desarrollo de este período Lemuriano
que una nueva perturbación debía acaecer en todo el sistema solar: los habitantes
del planeta Mallona, que estaba
entre Marte y Júpiter, provocaron la explosión del planeta.
Si bien ya eran
hombres‑ángeles, es decir, al final de la 4ª dimensión
evolutiva, y ya andrógenos gobernados por el Arcángel Lucifer, quisieron
desafiar al Arte Creativo Divino, rebelándose contra las Leyes Universales. La
manipulación de la Antimateria, cuando todavía no eran conscientes espiritual y
científicamente para hacerlo, desencadenó, en su planeta, la auto-destrucción
de las energías elementales, liberando explosiones en cadena, de fusión y
fisión hasta la laceración global.
No contento con
esto, Lucifer, que estaba insertado
entre los Arquetipos con el cometido de determinar la proliferación del género
humano sobre el Planeta Tierra, empujó a los propios Hombres‑Ángeles,
salvados de la destrucción y que habían buscado refugio en los planetas
vecinos, a desobedecer al orden genético para la evolución terrestre,
haciéndoles acoplarse con las hijas de los hombres, que aún no estaban
preparadas para distinguir la genética masculina y femenina, produciendo una
nueva generación. De aquí tuvieron origen las dos generaciones de Abel y de Caín. Éste es el pecado original.
Los ex Hombres‑Ángeles
se insertaron y se metamorfosearon en las cuatro razas, perdiendo la
androgeneidad, la vida eterna y empezó el vía Crucis.
Una parte de los
habitantes de Mallona por híbrida descomposición y por continuas presiones
psicoemotivas de naturaleza hemorrágica, perdió la memoria y la inteligencia.
Degenerados,
drogados, se acoplaron con animales y originaron otras especies de monos.
Este es un tipo de
segunda muerte debida al pecado cometido.
Es, desde entonces,
que por este error creativo nace la lucha entre el Bien y el Mal; entre Cristo,
el Regente del Nuevo Sistema Solar, y Lucifer, el Arcángel desobediente. Ahora,
el Arcángel Lucifer, para ser perdonado buscará llevar la humanidad terrestre a
la perdición. Es el cometido asignado a las almas condenadas para que puedan
rescatarse, induciendo en tentación a las almas vivientes.
Y esto por la
voluntad del Padre, como prueba evolutiva de discernimiento, según la ley del
Libre Arbitrio.
Asi, desarrollaron
en el hombre tres fuerzas nuevas:
- El amor sexual provoca la asociación
creativa.
- La muerte provoca la disociación del cuerpo
para el renacimiento.
- La reencarnación se vuelve ley de
Renovación.
La explosión y la
desaparición de una célula macrocósmica, con restos de fragmentos llamados
planetas girando en el anillo entre Marte y Júpiter, provoca una transformación
apocalíptica de todo el sistema solar, un poco como los electrones y el núcleo
de un átomo con los saltos cuánticos.
Esta serie de
“saltos” se concretizó con la creación del nuevo planeta Mercurio, desgajado de
la masa Solar, y el desplazamiento de órbita de los planetas Venus, Tierra y
Marte hacia el exterior.
Sobre el planeta
Tierra, la perturbación planetaria produjo la hecatombe física y psíquica de
las poblaciones, con el desplazamiento del eje polar, que se trasladó sobre los
actuales Ártico y Antártico, con maremotos e inicio de la Deriva de los
Continentes.
Los sobrevivientes
de las diferentes razas se transfirieron:
- Raza Negra hacia las cadenas montañosas
- Raza Blanca hacia Europa, Norte de
América y Siberia
- Raza Amarilla hacia China e Himalaya
- Raza Roja en América del Sur y México
Los visitantes de
las Pléyades (raza roja) habían colonizado, antes de la Tierra, Marte, Saturno
y Plutón. Los marcianos estaban conectados con los mallonanos. Cuando explotó
Mallona el planeta Marte sufrió un violento movimiento de deslizamiento
rotatorio y murieron 7 mil millones de hombres.
Algunos consiguieron
escapar y fueron llevados sobre la tierra, en la zona de Centro América,
uniéndose a las poblaciones primitivas. Como recuerdo de estos visitantes
quedan muchos hallazgos arqueológicos espaciales, como el venerado hombre de
Palenque, encontrado en el interior de la tumba sobre cuya tapa se reproducía
un cohete y su piloto, es decir un piloto de aquel famoso transbordo entre
Marte y la Tierra. A continuación este nuevo grupo se desplazó hacia la
Atlántida, pero encontrándose con las poblaciones de la raza negra, fue
diezmado y desapareció.
Hace 75 millones de
años, con los primeros efectos de la Deriva de los Continentes, se destruyeron
las islas Lemures y desapareció la civilización lemuriana.
Comienzan los
cruzamientos. Primeramente la raza de Bronce con la Roja (Negra más Lemur)
dando la raza color Cobre, iniciadora de las poblaciones Pre Atlantídeas. Luego el cruce de la raza Cobriza con la Blanca,
dando la más potente generación humana: La Atlantídea.
Este ajustamiento,
tanto geológico como humano, se prolonga hasta hace 175.000 años, momento
particular en el cual la voluntad de los Creadores del Hombre, decide seguirlo
de cerca, habiendo llegado la idónea maduración anímico-espiritual, capaz de
concebir el desarrollo de la conciencia superior.
Las manipulaciones
que, desde la considerada “creación”, habían acaecido siempre según los
dictados y las voluntades armónicas de la Inteligencia Suprema del Dios
Omnipresente UNO, que inspira a Sus colaboradores, eran manipulaciones operadas
en la evolución psicofísica del instrumento para volverlo, cada vez más, idóneo
a servir la verdadera identidad Espiritual: verdadero Hijo del Dios Creador.
¡Había llegado el momento que esta llamita del Verdadero Hombre, tomase
consciencia de sí misma, para devenir realmente el Ego Sum cada vez más
manifestado y a su vez operativo!
Groenlandia era un
lugar sagrado así como lo era una zona del Tíbet, una de Perú, del triángulo de
las Bermudas y otros. Es decir, lugares de acceso al interior del Planeta. De
hecho, después de la formación de los planetas, debido a las proyecciones
parabólicas de la masa de hidrógeno solar, el exterior sufre la transmutación
de los elementos hasta la composición final y la formación de un grueso estrato
de corteza que llega a tener una superficie externa que conocemos, y una
superficie interna aparecida inicialmente al condensarse el H intrapolado e
indiferenciado, hasta la formación de un pequeño sol central que ilumina,
ahora, los continentes internos.
Estos continentes,
un poco descritos por Dante Alighieri, por Julio Verne y por el Almirante Byrd,
son dos: Agharta, sede de almas en pena, demoníacas, con el cometido de tentar
a la humanidad y El Dorado que es, en su lugar, el paraíso astral, en armonía
con la Luz central, lugar de residencia de seres de la 4ª y 5ª dimension, que
operan para ayudar e inspirar a la humanidad en continuo intercambio con el
espacio externo del planeta, por consiguiente con las bases operativas de
apoyo.
El interior del planeta instruye al exterior.
Las leyendas Incas, Mayas, Piel Roja, Tibetanas, Chinas y otras, hablan del
fantástico Reino de El Dorado, como lugar en donde se regula el potencial
dinámico evolutivo de los terrestres. Allí están los archivos de la Historia de
la Humanidad.
Groenlandia, en
aquel tiempo, era un paraíso terrestre, no sólo porque estaba en conexión con
El Dorado, sino porque había sido el primer intento de injerto genético
instructivo con la raza blanca, que se predisponía a un mayor desarrollo
espiritual.
Desgraciadamente fue
un primer intento que salió mal, porque la involución y recaída triunfaron en
aquellas poblaciones. Hace unos 100.000 años los Antiguos Padres iniciaron una
escrupulosa obra de observación sirviéndose de la apariencia de Dioses o
Espíritus del Cielo para provocar en la humanidad, todavía doliente,
deteriorada y embrutecida, los estímulos necesarios para promover
reminiscencias mejores.
Los operadores de la
Confederación Interplanetaria, los Jardineros del Cosmos, compuestos por
científicos de todo tipo y Maestros de las disciplinas del Espíritu,
construyeron bases de apoyo sobre la Luna, iniciando el vaivén sobre el planeta
Tierra con sus exploradores en forma de “escudos de fuego”. Tiene lugar un
nuevo injerto genético para reanudar cuanto ya había sido hecho a la raza
Blanca del Paraíso de Groenlandia que había involucionado.
Son importados
algunos animales de otros planetas.
Las razas se desarrollan y se expanden
completando la fusión de los patrimonios informativos.
La raza color ladrillo y
la blanca que son la síntesis de razón‑reflexión‑juicio,
se desplazan hacia oriente implantando las razas indo‑europeas,
los Arios en India, Iraníes, Escitas, Sármatas, Griegos, Germanos, Semitas de
Caldea. En el Righ Veda se habla del Legendario Monarca Bharat con cuyo nombre
se llamó y todavía se llama la Unión India.
La instrucción
plena, iniciática, con la intervención de enviados entrecruzados con los
Atlantídeos, se desarrolla hace unos 75.000 años. Un testimonio de altísimo
nivel lo encontramos en la Pirámide de Keops conteniendo el ZED, instrumento de
control y armonización energética Hombre‑Planeta‑Sol.
La deriva de los
Continentes, mientras tanto, comienza a abrir Groenlandia y las vastas llanuras
Atlantídeas se vuelven océano Atlántico hasta que quedan pocas islas, entre las
cuales domina Poseidonia que es
capital de la Civilización Atlantídea verdadera y propia.
Es aquí que hombres
de buena voluntad, junto a los instructores, alcanzan el máximo de la evolución
anímico‑astral poseyendo poderes extraordinarios como
el dominio de la antimateria, de la energía de la fusión fría, la telepatía, la
construcción de instrumentos para nosotros de ciencia-ficción, el vuelo al lado
de los hermanos del espacio sobre blancas astronaves. Se encuentran muchos
testimonios, jeroglíficos, mitológicos, pinturas y bajo relieves de arqueología
espacial, dejados en los lugares de las civilizaciones hijas.
Justamente en estos
lugares los últimos iniciados escapan de un mal incontrolable que está
diezmando gran parte de la población Atlantídea: la corrupción a cargo de la
invasión, cada vez más importante, de la raza negra, apoyada por la blanca,
porque quería introducirse en el ciclo de las ritualidades esotéricas, portando
sus características mágicas.
Pero, la casi
totalidad de las poblaciones, no siendo capaces de discernir (¡hoy en el 2000
d.C., aún menos!) las dinámicas positivas y negativas de las vibraciones
desencadenadas por rituales de la actividad del pensamiento y de las acciones,
caen víctimas de la ántica, pero siempre actual, tentación Luciferiana,
degenerando, cada vez más, en el uso de drogas, odio y luchas fratricidas.
Bien poco pueden
hacer los iniciados incorruptibles porque la Ley Universal deja que las almas,
en evolución, cumplan su ciclo de experimentaciones y escojan su destino. “De
la semilla al fruto, del fruto a la semilla”. “La verdad no puede ser ofrecida
en una bandeja de oro”, repetía Eugenio. No se puede, nunca, forzar la elección
ni el destino de causa‑efecto.
Fue así como la raza
humana, después de haber alcanzado las más altas cimas, volvió al polvo, del
cual, todavía hoy demuestra no querer salir.
Y, hace 12.000 años
un destino de voluntad divina puso fin a Poseidón, dejando que se estrellase
sobre ella el segundo satélite, que no sólo borró toda traza de ánticos
vestigios, demasiado luminosos para quien había preferido las tinieblas, sino
amplificando la deriva de los continentes Euro‑Afro‑Americano,
dejando sitio al gran Océano que, desde la profundidad de su Silencio Azul,
vibra en nuestros atávicos recuerdos con un sollozo inconsolable.
En la historia, bien
o mal conocida, es narrado aquello que llega hasta nuestros días, aunque
oscurecido gravemente de voluntarias incomprensiones llamadas misterios.
Subrayo que los
mensajeros de la Voluntad Divina han continuado sucediéndose y que los
operadores de las Praderas Celestes han estimulado, incesantemente - con su
metodología digna, al menos, del más gran respeto las mentes de los hombres de esta martirizada
humanidad.
La obra más
imponente, dirigida a la última generación humana de estos 2.000 años antes del
cumplimiento del Ciclo Cósmico Terrestre, en el cual se cumplirá una nueva
“Muda” del Planeta, ha sido cumplida directamente por el Hijo del Dios Padre:
Cristo y por un grupo angélico de colaboradores (144.000 provenientes de
Sirio), que han injertado una ayuda genética, en el momento en que:
1) Dios proponía al hombre abrir las puertas de la prisión, ofreciéndole la llave del Amor;
2) la humanidad había madurado para comprender las señales de los tiempos, las señales de los cielos, las revelaciones Celestes.
1) Dios proponía al hombre abrir las puertas de la prisión, ofreciéndole la llave del Amor;
2) la humanidad había madurado para comprender las señales de los tiempos, las señales de los cielos, las revelaciones Celestes.
¡Pero la respuesta
del hombre ha sido la cruz, la famosa cruz en que explotó el planeta Luz!.
Siéndonos recordada hoy en la amonestación llegada a través del secreto de
Fátima, del Espíritu Sublime del Planeta Tierra, Genio de conciencia Solar,
Miriam, hablándonos de posible autodestrucción si no fuésemos redimidos,
desengañados, mutados, junto al Planeta.
¿Y los 144.000? Con
su injerto genético ensayan la amalgamación de la involución, dejando su G.N.A.
y retornando al lugar de origen, así como J.Cristo decía: “Padre, te los
recomiendo...”. Ahora, la mayor parte, a causa de las pesadas contaminaciones,
han perdido el G.N.A., y una nueva operación genética está en curso para
preparar el número de enzimas necesarias para estar en sintonía vibracional con
el planeta, para hacerlo vivir y reconstruir la nueva generación, entrando en
la 4ª dimensión.
El Hombre‑Angel,
como enviado celeste, ha venido sobre la tierra para portar las leyes de la
evolución del Planeta Tierra y del hombre.
Y todavía continúan
viniendo para evitar que la humanidad terrestre pueda provocar un desastre, aún
peor que el de Mallona.
Interior del Planeta:
Bajo la corteza del planeta existen dos grandes
continentes: ”Agarta” y “El Dorado”. La entrada principal del continente
“Agarta” se encuentra en el Polo Norte, mientras que la de “El Dorado” se
encuentra en el Polo Sur. Los dos continentes comunican por medio de túneles
subterráneos, recorridos con aparatos, científica y tecnológicamente,
perfectos.
El Dorado, aún siendo hasta hoy la ilusión y el sueño
no satisfecho de numerosos exploradores, no ha surgido de la calenturienta
imaginación de algún soñador, no es fruto de la fantasía, no es mito ni
simbolismo: El Dorado existe realmente, cual ciudad subterránea, de ciencia
ficción, forjada en oro purismo ha sido construida mucho tiempo antes de la
desaparición de la Atlántida (todavía antes de que los habitantes de aquel continente
degenerasen), utiliza ciencia y medios recibidos de los confederados
intergalácticos, señores de la luz, de las características multidimensionales.
Su base operativa se encontraba en la isla de
Poseidón, con el fin de instruir a los Atlantes sobre la ley cósmica y para
realizar los presupuestos ideales con el intento de integrar al planeta Tierra
en la confederación. Su progresiva degeneración impidió tal proyecto.
Algunos Atlantes realizados, no contaminados por la
degeneración fueron, por su elección, destinados a poblar El Dorado. A otros,
no suficientemente idóneos, les fue concedido emigrar, antes de que aconteciese
el cataclismo, a oriente y a occidente (América central, África oriental,
Egipto, Mesopotamia).
Actualmente, en El Dorado, existen una fecunda
colaboración y una imponente actividad con el fin de salvar al planeta de una
catástrofe nuclear.
La “Ciudad de oro” es una parte de aquel paraíso
terrestre, otro mítico lugar de bíblica memoria, perdido por la humanidad, y
que tiene vida propia, independiente de la vida en la superficie, alimentada
por la energía de un sol central, artificial, emanando luz dorada; este se
encuentra en el corazón del planeta. Con una lujuriosa y rica vegetación, con
lagos y ríos de agua cristalina purísima, con animales pacíficos y serviciales,
con edificios confortables tutelados por estructuras de seguridad, de ciencia
ficción, contra eventuales actos vandálicos de los terrestres, e instruidos por
dinamismos particulares.
Sin embargo, El Dorado no está totalmente aislado del
resto del planeta; tiene numerosas vías de comunicación, amplios y comodísimos
túneles que permiten a los sofisticadísimos medios, de que dispone la ciudad de
oro, alcanzar la superficie. Las principales salidas, las más utilizadas comúnmente
por sus habitantes para sus misiones, son los dos polos. Otras salidas
secundarias existen en muchos puntos de la tierra, entre ellas el Triángulo de
las Bermudas y el lago Titicaca de Perú.
En El Dorado también existe un cosmo-puerto capaz de
acoger numerosas naves espaciales provenientes de los espacios externos.
Algunos
exploradores de nuestro tiempo, aventurándose en las inmensas extensiones de
hielo del Ártico y del Antártico, a la búsqueda, posiblemente, del punto focal
de los Polos, narraron haberse encontrado fortuitamente ante una población de
gigantes y de haberse adentrado en una zona rica en vegetación lujuriosa, no
ciertamente polar, iluminada por una radiante luz dorada proveniente de una
fuente, para ellos desconocida y acariciada por un clima benignísimo de eterna
primavera.
Naturalmente sus relatos fueron tomados como fantasías o
alucinaciones.
Pero no son pocos los testimonios de algunas poblaciones del
Ártico, que, a menudo, narran ver enormes astronaves salir y entrar en lugares
misteriosos de los que no encuentran trazas; mientras las poblaciones peruanas
de las zonas andinas narran encontrarse periódicamente, desde tiempo
inmemorial, con los señores de la luz, de dialogar con ellos llamándoles
grandes padres, de recibirlos como huéspedes de honor y, sobre todo, de saber
quiénes son y de donde provienen.
Se ha hablado, repetidas veces, de
hombres-dioses, de descendientes de las razas del pasado, de instructores de la
humanidad presentes, de incógnito, sobre la tierra. Gracias a las revelaciones
de estos enviados especiales, instructores del mundo, sabemos que el pueblo del
El Dorado está compuesto, en su mayoría, por terrestres, cuidadosamente
elegidos, viviendo en fraterna comunión con habitantes de otros planetas que
hacen parte de la confederación.
Las coordinaciones de todas las estructuras
sociales están confiadas a científicos, entre los cuales figura el eminente
físico Ettore Mayorana y otros colegas suyos, desaparecidos misteriosamente de
la superficie de la tierra.
Con ellos trabajan otros científicos de la
confederación, a quienes será confiado el cometido, un mañana, de dirigir y
administrar la evolución científica del planeta.
El pueblo de la “Ciudad de Oro” además de disfrutar de
la libertad incondicional de atravesar tiempo-espacio, también disfruta el
privilegio de transmitir un particular código genético (G.N.A.) a los que van a
nacer, los cuales conservan la incorruptibilidad.
En casos excepcionales, o cuando determinados
programas lo exigen, algunos de ellos pueden salir a la superficie, confundirse
con los hombres de la tierra volviéndose irreconocibles, vivir sus costumbres,
escoger una mujer seleccionada antes y particularmente predispuesta, y
fecundarla con el fin de introducir en el lugar seres portadores de su genética
evolutiva.
Tal proceso acaece en ciclos particularmente
importantes, referentes a la evolución de la humanidad, y esta fecundación ya
está en curso desde hace años. En este final de siglo se han realizado muchas
manipulaciones genéticas, de notable interés, en los que van a nacer.
Hay intervenciones directas e intervenciones
indirectas: Las primeras son intervenciones realizadas directamente por el
pueblo de El Dorado, las otras son intervenciones realizadas a través de
sujetos, masculinos, terrestres idóneos para transmitir el semen de la genética
superior.
Las intervenciones indirectas, sin embargo, pueden
malograrse.
Los regidores de esta obra cósmica son los Elohim,
potencias creadoras de forma y sustancia, patrones de la luz y portadores de la
Inteligencia Omnicreante. Son arquetipos y guías de la confederación
intergaláctica. Su naturaleza es astral y poseen capacidades
multidimensionales. Viven en los astros pero, si quieren, pueden crearse un
cuerpo físico. Son ellos que han hecho al hombre a su imagen y semejanza.
En la Ciudad de Oro no existen ni templos ni iglesias,
no se ofician ritos, ni se realizan cultos, ya que la ley, la religión del
pueblo de El Dorado es: “ama a tu prójimo como a ti mismo”, la justicia, la
paz, el amor, la fraternidad están en el corazón de todo habitante.
El Dorado, en un futuro ya próximo, volverá a emerger,
del corazón del planeta, para acoger al nuevo pueblo y a la nueva civilización,
mientras las tierras de la actual “civilización” terrestre conocerán la
profundidad de los abismos en el cíclico alternarse de la ley de flujo y
reflujo, cual purificación y “renovación” de toda cosa.
HOARA COMUNICA:
Cuando la existencia del hombre terrestre comenzaba a
instruirse en forma organizativa social, sobre el planeta Marte, como vosotros
lo llamáis, ya existía, desde hacía tiempo, una floreciente, madura
civilización instituida e instruida por un grupo de colonizadores provenientes
de la confederación intergaláctica, de la cual nosotros hacemos parte desde
hace quince mil millones de años de vuestro tiempo.
El pueblo
atlantídeo primero y los egipcios después, recibieron de estos colonizadores
válidas relaciones de conocimiento, tanto sobre la astrofísica como sobre la
metafísica. También tuvieron nociones bien precisas sobre otros campos del
saber cosmofísico y cosmodinámico. Con precaución, al pueblo atlantídeo le fue
concedido el conocimiento de una “particular ciencia espacial”, de una técnica
capaz de psiquizar la materia aparentemente inerte y de efectuar alquimias y
otras.
Pero, ya que prevaleció la naturaleza corruptible del
hombre y de sus perversos instintos, las precauciones tomadas fueron puestas en
evidencia. Los Elohim, los únicos a poder decidir, sentenciaron una severa
intervención punitiva, después de haber concedido, a la parte mejor y
realizada, el ponerse a salvo.
Y, he aquí a los egipcios y otros emigrantes en
América del centro y del sur, con todo su equipaje cultural, a su tiempo
recibido y nuevamente manifestado.
La fuerza degenerante, desgraciadamente, sólo estaba
amodorrada.
Cuando los primeros astronautas terrestres pongan pie
sobre el planeta Marte, tendrán el modo de reestructurar esta historia.
Recibirán la sorpresa de no poder considerarse los únicos seres inteligentes de
todo lo creado.
Tendrán la posibilidad de meditar y deducir.
25 de MARZO de 1952
Escribiendo esto que escribo, no es pasatiempo ni
exhibicionismo.
En tales tiempos graves y duros es cosa del todo
inoportuna hacer uno y el otro arte.
Todo lo que este escrito contiene está dictado por una
Lágrima de Dios venida sobre la tierra: solamente Su Voz. Y quien lo quiere
creer, lo crea; yo sólo pongo la pluma, el tiempo y la invitación a leerlo.
Todavía antes de que yo encontrase esta
Resplandeciente Lágrima de Dios, no menos que los otros jóvenes de mi edad era
irreflexivo y estaba rebosante de fascinación por las cosas terrenas, era, en
suma, bien diferente de como hoy me siento.
Recuerdo la fecha exacta del encuentro, 23 Marzo 1951,
dos días antes de mi cumpleaños. Era un tibio día del inquieto mes de marzo y
caminaba tranquilamente por una calle de mi ciudad natal, Catania. De repente
tuve un extraño presentimiento: Alguien me seguía, buscaba de un modo, del todo
extraño, hacerse sentir.
Estremecimientos fríos me pasaron por todo el cuerpo,
mientras una voz me decía:
“Yo soy una Lágrima de Dios y mi nombre es BHARAT”.
El susto que sentí nunca pude demostrarlo, ni puedo
decir como, desde entonces, yo no he vuelto a reencontrar la personalidad de
antes. Intentaba, por todos los medios, distraerme pero todo resultaba inútil.
Me había vuelto diferente, me había vuelto otro,
guiado por una fuerza misteriosa, pero infinitamente cuerda y sabia. Pasaron
tantos días y tantas noches privadas de reposo, mientras la voz me decía:
“No te asustes por lo que sientes. Eres tu el
designado por el Sacro Colegio de las Siete Estrellas que son los Siete
Espíritus de Dios. Tranquilízate, esta es tu misión y el tiempo ha llegado”.
Todo el día era una continua exhortación y nunca,
desde entonces, he cesado un solo instante en la instrucción de la Divina
Sabiduría, de lo inconocible y de lo conocible, del bien y del mal, de todo
cuanto está sepultado en la noche de los tiempos.
Y bien, el susto pasó y ahora me siento extremadamente
feliz de haber superado la prueba más tremenda de esta experiencia mía porque,
es cosa difícil de creer, para mi, no hay espacio ni tiempo y en verdad,
creedme, podría tocar el último de los Cielos con el desdoblamiento de mi
personalidad.
Ahora deseo seguir siendo aquel que me he vuelto y me
sentiría desesperadamente perdido si aquella Voz cesase dentro de mi.
Esta es como el perfume de una flor de loto perdida en
un rosal de la Eterna Luz, en donde el canto de bienaventuranza hace feliz el
sueño eterno de los esplendores espirituales.
Me sentiría verdaderamente perdido, si fuera,
solamente un instante, diferente de como hoy soy.
Sólo poseo una pobre cultura elemental, fácilmente
identificable por la forma de escribir, pero esto tiene poca importancia y la
Lágrima de Dios así se expresa:
“El arte terreno no es semejante al arte Divino; lo
que más importa es conocerse mejor a si mismo, pensando bien y actuando
óptimamente”.
Además, dice todavía:
“Quien no habla con la silenciosa Palabra del
espíritu, nunca podrá conocer y comprender la gran dificultad que encuentra
aquel, o aquella, que quiere traducir la palabra del silencio en palabra
tronante”.
Hoy, para mi, no existen dificultades de ninguna
clase. Ya no hay secretos. Escuchad lo que os cuento, manifestando, a priori, a
los escépticos (que yo defino criaturas sin culpa), el deseo de que un día
puedan, también ellos, comprender cuan útil es tener fe y obediencia a aquellas
cosas espirituales que, como la Lágrima de Dios, no se ven y ni siquiera se
tocan y que al lado del Omnipotente son más conscientes y más próximos de
cuanto no lo somos nosotros con toda nuestra apasionada fe.
Un día, y para ser exacto el 7 de agosto de 1951,
cerca de una localidad llamada Monte Po, en Catania, recibí de Bharat (la
Lágrima de Dios, mi Maestro) esta interesantísima declaración que me quedó
eternamente en la mente, (cosa un tanto extraña, porque mi memoria, sólo poco
tiempo antes de tal hecho, estaba ausente) y que escribí inmediatamente, al
llegar a casa. La narración comenzó así:
“Este mundo que os nutre y os contiene no es libre de
operar como el quiere. Este sigue escrupulosamente aquellas leyes Universales
que gobiernan el desarrollo y, por consiguiente, las causas y los efectos de su
crecimiento. Es verdad que el mundo es bien diferente de toda cosa que en él vive,
por su naturaleza cosmológica y por el tiempo con el que se mide su existencia.
Para vosotros, un año está compuesto de sólo 365 días, un tiempo bastante breve
ante el Cósmico que cuenta con 25.000 años terrestres; una eternidad ante el
instante fugitivo que es vuestra vida.
Pero esto es mínima cosa para poder comprender la
diversidad y, al mismo tiempo, la gran importancia de aquel principio
indestructible y eterno por el cual, cada cosa, del mineral al hombre, se
desarrolla decididamente en la gran obra Universal.
HOY
ESTAMOS AL FINAL DE LA 7ª GENERACIÓN HUMANA (EN DONDE EL ANCIANO DE LOS DIAS TE
DIJO QUE RENACERIAS) QUE COMPLETA LA SEXTA CONVULSIÓN ANÍMICA PLANETARÍA AL
CUMPLIMIENTO DEL 4º CICLO CÓSMICO O RAZA MADRE TERRESTRE.
Hoy estamos en el final de la 7ª
generación humana (donde el antiguo de los días te ha dicho que serías renacido) que completa la sexta
convulsión anímica planetaria en
cumplimiento del 4º ciclo cósmico o raza madre terrestre.
Ahora, el mundo desde 2.699.999.951 años recorre el sendero de la evolución acercándose, cada vez más,
hacia su séptimo desarrollo. Muchos escépticos, bien lejos de creer las
proféticas voces de los enviados, quieren desconocer la fatal fecha del 2000.
Di, a éstos, que en los tiempos remotos muchos se salvaron por haber tenido fe
y por haber creído a la voz del alma.
En el año 2000 este mundo cumplirá 2.700.000.000 de
años y, puesto que tal crecimiento es crítico, aportará graves acontecimientos
así como acaeció hace 99.999.951
años, al cumplirse el sexto desarrollo.
Y ahora escucha y medita porque esto que yo te digo
acaeció en aquel lejano tiempo:
la tierra y todos los otros planetas, excluidos los
satélites, son como realmente, hoy, los hombres piensan, nacidos del Sol; pero
en realidad nadie sabe como éstos,
salieron fuera de las vísceras solares, ni tampoco saben como, a su vez,
se formaron sus satélites.
Pero, puesto que tal argumento vendrá discutido otra
vez, digo solamente aquello que concierne al tiempo en el cual vi a vuestro
mundo vacilar como una hoja al viento.
En aquel tiempo la faz de vuestro mundo era bien
diferente de como hoy aparece a vuestros ojos. Imaginad el mundo de
2.600.000.000 años girar alrededor de un eje que tenga en los polos actuales,
el Monte Everest al Norte y las tierras del altiplano Boliviano al Sur.
De tal imaginación podéis bien comprender cuan
diferente era su faz, en aquel tiempo, así como sus lineamientos, antes de que
se verificase el gran cataclismo que lo debía mutar completamente.
Es verdad que os resultará imposible vislumbrar el
gran y civilizado continente MU‑TOLTECA que fue cuna de la más potente raza humana de piel color
rojo oscuro, ni siquiera podréis daros cuenta de otro continente en donde los
hombres de piel color mimosa vivieron felizmente y poseedores de todas las
conquistas de la ciencia. De este último todavía queda algo ante vuestros ojos.
El gran continente CIA - las actuales Borneo,
Filipinas, Sumatra - no son otra cosa que las vértebras retorcidas y quebradas
de aquel inmenso pedazo de tierra, entonces pobladísima, próspera en el arte y
en las ciencias. Y finalmente la infeliz suerte de aquel otro continente en
donde los pueblos de piel rubia vivieron también, en la más estupenda de todas
las tierras del mundo, la historia de todas las artes Divinas.
Groenlandia y gran parte de las islas del alto Canadá
os dicen cual fue la gélida agonía del inmenso continente desaparecido bajo el
manto del blanco reposo.
Sumariamente esta era la ántica faz del mundo de hace 99.999.951 años. Pero como todas las cosas del Universo y por
aquella infalible Ley que gobierna y rige el desarrollo y, por lo tanto, el
cambio que se contempla en el ascenso evolutivo, el mundo no podía sustraerse,
de ningún modo, a tal fuerza que supera todas las cosas creadas, así como nosotros
no podemos sustraernos, aún deseándolo, a aquellas Leyes que regulan nuestro
desarrollo y, por tal causa, a aquellos cambios que nos hacen grandes,
inteligentes y que modifican nuestra naturaleza física. Pero mientras en
nosotros las convulsiones más criticas del crecimiento acaecen en ciclos de
tiempo que van de siete en siete años, bien diferentes son las convulsiones en
setecientos millones, divididos en otros tantos ciclos septenarios de menor
intensidad emotiva.
De hecho, lo que sucedió en aquel tiempo fue causado
por una convulsión principal de un ciclo septenario de su cosmológico
desarrollo.
Para demostraros en modo aproximadamente científico su
convulsión, he aquí un pobre, pero rápido ejemplo:
Imaginad ver a un niño que se divierte inflando, con una
paja, una burbuja de jabón. Esta, por efecto del soplado se infla y a medida
que el niño sopla, se dilata continuamente alargándose por las dos
extremidades, tomando una forma, más o menos, oval; pero imaginaros lo que
sucede cuando el niño, por un momento, deja de inflar la pompa de jabón, ahora
grande y muy oval; la pompa de jabón se contrae para asumir la forma esférica,
mientras toda la superficie es obligada a moverse desordenadamente para
adaptarse a un nuevo eje y por consiguiente a un nuevo equilibrio.
Imaginad esto que, como ejemplo, os he demostrado, y
si podéis, sin terror, sustituir la pompa de jabón por nuestro gran mundo.
Evidentemente también quisierais saber como esto
sucede para el mundo.
Y bien, puesto que tal argumento es muy extenso, me
limito a deciros:
El crecimiento o, como querráis, el desarrollo del
mundo es de naturaleza cosmogónica y por tal motivo no se puede demostrar tan
simplemente como se pueda imaginar. Pero, las visiones que todavía se eternizan
en el espacio inmortal del inmenso mundo espiritual, han quedado más que
nítidas, en el alma trascendental de la humanidad.
Los acontecimientos remotos no se desgregan de aquel
cuerpo que aún siendo invisible y en gran parte incomprendido, queda siempre
impregnado de una capacidad conservadora bastante más potente y duradera de
cuanto se pueda creer.
Buscar los testimonios suficientes para acreditar
tales revelaciones, son esfuerzos vanos para aquellos que rehuyen la realidad
del valor del espíritu. Y yo, que nunca he huido al orden interior de la
conciencia atávica, me he sentido envuelto por aquellas misteriosas capacidades
que me han dado, el amor al silencio. Es por esto, que no ceso, un solo
instante, de sentirme feliz y de comprender y amar, más que nunca, el valor de
la vida.
Los Antepasados, los Iniciadores del camino de esta
humanidad, conocieron el tiempo más grave de la historia del mundo.
Ninguna criatura nace de las vísceras de la tierra y
aquellas que por primera vez vieron el mundo, no brotaron ni de las aguas, ni
de las vísceras de la tierra sino que vinieron de un mundo que hoy contemplamos
con vigoroso amor en lo alto del Cielo.
Y para dejar tal argumento que poco se acopla al
discurso comenzado, retornamos al primero interrumpido. Decía que la naturaleza
de nuestro mundo es cosmológica y sus leyes son totalmente diferentes de
aquellas que gobiernan nuestro crecimiento, nuestro movimiento, nuestra
nutrición y nuestros sentimientos.
Nosotros nos agitamos en nuestros sufrimientos físicos
y, a menudo, después de las angustias que aporta el crecimiento, nos olvidamos
fácilmente de aquello que habíamos sufrido. Nos sentimos más altos, más gordos
o más delgados, en suma, nos vemos diferentes, el crecimiento aporta
precisamente esto en nosotros y en todas las cosas que están animadas.
Y bien, también esta gran bola, que nosotros llamamos
mundo, sufre las angustias del crecimiento y, no menos que nosotros, se agita
en las convulsiones de su naturaleza, cada vez que alcanza un punto crítico, su
ciclo principal. La idea de los efectos apocalípticos que se manifestaron en el
pasado, cuando la convulsión alcanzó el máximo de su emotividad, es
terrorífica, tan terrorífica que anula completamente nuestro mísero e
insignificante orgullo. Imaginad, para poder daros cuenta del desplazamiento
del eje magnético de la tierra, cuanto yo os expongo como pueril ejemplo:
Imaginad un gran recipiente elástico de forma esférica
de 50 metros de alto y cuya circunferencia mida 5 kilómetros. Imaginad,
todavía, que dentro de este recipiente y en toda su superficie contenga agua
con una altura uniforme de 10 metros y sobre ella floten 3 grandes cuerpos de
forma geométricamente diferente y que sobre la superficie miden 8 metros de
alto, mientras sus bases móviles apoyan sobre el fondo del recipiente, retenidas
por una fuerza magnética. Imaginad, todavía, que estos cuerpos de naturaleza
maleable (plástico) sean diversos, uno de forma triangular, otro rectangular y
el último cuadrangular y con la superficie plana, distantes uno de otro 500
metros.
Ahora pensad que este gran recipiente gire alrededor
de su eje central con una velocidad considerable que obligue al recipiente a
dilatarse sensiblemente y a provocar, al mismo tiempo una lenta deriva de los
tres cuerpos en direcciones opuestas.
Pensad todavía que por efecto de la rotación el
recipiente se ha agrandado de unos dos kilómetros de circunferencia y que los
cuerpos flotantes y las aguas, en este contenidas, han encontrado un punto de
equilibrio tal que se mantengan distantes y aparentemente inmóviles.
Ahora, pensad finalmente a una causa X que produce el
desplazamiento del eje sobre el cual el recipiente giraba, con la consiguiente
pérdida de su adquirido equilibrio, provocando también la inmediata contracción
por efecto de la pérdida de la dilatación alcanzada a causa de la rotación.
Imaginad el caos del agua y de los cuerpos en ella
contenidos: los efectos son imaginables, sin comentarios, puesto que son
comprensibles para todos. De hecho los cuerpos que, por efecto de la
dilatación, se habían liberado, en gran parte, del agua, emergiendo la parte
sumergida en estado de quietud, se han encontrado de nuevo sumergidos, además
de haber sido completamente invadidos en toda su altura por efecto del
movimiento desordenado de las aguas, además de haber chocado un cuerpo contra
el otro produciéndose tales compresiones capaces de modificar sus figuras
geométricas y aportar levantamientos en sus superficies por efecto de las
compresiones.
Este caos duró el tiempo necesario, hasta que el
recipiente elástico se asentó nuevamente sobre un nuevo eje y por consiguiente
bajo un nuevo equilibrio. ¿Pero quién ha pensado, alguna vez, que los
continentes hubiesen podido sustituir a las tres figuras geométricas del
recipiente?.
¿Quién ha pensado sustituir las aguas del recipiente por los mares
de nuestro mundo?
Es terrible pensarlo y lo ha sido ciertamente,
también, para San Juan cuando vió que las islas se movieron de su lugar, etc.,
etc.
Pero la deriva de los continentes no puede seguir
siendo un secreto, ni quedará secreta la historia de la Atlántida, de Mu, de
Ciá; continentes desaparecidos en la colisión de las fuerzas de la naturaleza
en un movimiento apocalíptico.
Los espantosos, terroríficos efectos no han quedado
privados de historia y nuestros antepasados bien se cuidaron, de no volver al
valle durante larguísimos milenios.
Los lamentos del mundo, sus sufrimientos no se
midieron en nuestro tiempo, ni se aliviaron tan fácilmente. La espantosa
contracción de toda la superficie del Globo provocó efectos de indescriptible
alcance, tal que mutó radicalmente la posición de los mares y de los
Continentes.
El eje sobre el que la tierra giró durante millones de
años, se desplazó de Norte hacia el Sud-Oeste (Himalaya, Asia) y el Sur hacia
el Nor-Este (Altiplano Boliviano, Sud América).
Gran parte de los continentes se volvieron un bloque
homogéneo de corteza espantosamente retorcida y comprimida por el titánico
choque. Los mares en confuso movimientos sobrepasaron y cubrieron gran parte de
la superficie terrestre. Las zonas que más sufrieron el inmenso choque y las
espantosas compresiones han quedado para el tiempo futuro como efigie real del
terrible caos apocalíptico.
Grandes montañas se formaron e inmensas tierras
submarinas emergieron a la luz del opaco sol.
Los Alpes, los montes Urales, los Alpes Escandinavos,
los Altiplanos de Asia menor, de Irán, del Cáucaso, hablan el mismo lenguaje;
mientras más cosas nos dicen las altas montañas de Himalaya en donde el choque
tuvo los efectos más tremendos, tales de reducir a pedazos gran parte del
grande y poblado continente Ciá. Bien poco ha quedado y las actuales islas
Sonda, Filipinas, Borneo, Sumatra, etc. todavía son, hoy, el cuadro real de las
vértebras quebradas y retorcidas del gran y civilizado Continente destruido.
Pero, no fueron menores las grandes elevaciones que se
verificaron, en aquel trágico cataclismo, en zonas de América del Sur, de
América del Norte y de África.
Todavía hoy, nos aparecen, mudos, envueltos en el
misterioso encanto que sabe de misterio y de terror. La gran y majestuosa
Cordillera de los Andes en occidente y los altiplanos del Brasil, a Oriente,
hablan al mudo observador del tiempo.
En América del Norte, Altiplano de México, Altiplano
de Utah y las Montañas Rocosas, se muestran, también ellas, meticulosamente misteriosas,
mientras en África oriental, en el místico país del Antiguo rostro, las alturas
Etíopes, de Kenia, de Tanganica, todavía están allí con todo el prestigio de su
fuerza. Y todavía en África Occidental tenemos el Altiplano de Bihé - (Angola),
el monte Camerún, el alto Atlante al Nor-Oeste y el Gran Atlante.
La masa ígnea del Geoide furiosamente turbada en su
quietud, también tuvo su parte en las formaciones montañosas y volcánicas, por
la enorme presión por ella ejercida sobre toda la extensión de la corteza
terrestre.
Pero el mundo, aunque diferente en la faz y en los
miembros, inicia su nuevo camino evolutivo en el sendero de las Leyes
Macrocósmicas del Universo. La aterrorizada humanidad de entonces, diezmada por
la indescriptible fuerza de la naturaleza, golpeada sin poder darse cuenta por
un flagelo apocalíptico de un alcance catastrófico excepcional, inició el duro
camino de la sobrevivencia, consciente interiormente de una historia que nunca
el mundo y las generaciones futuras podrían borrar del espíritu.
El camino se volvió más duro que nunca porque el
Geoide, en ajustamiento, todavía movía sus miembros, ahora levantando, ahora
extendiendo su dura epidermis.
El mundo iniciaba su nuevo camino girando alrededor de
su nuevo eje. El nuevo equilibrio le permitía iniciar, aún cuando lentamente,
el efecto de la dilatación. Su esfericidad se iba, agrandando en el centro. Las
aguas, que en un primer tiempo, reducidas, fueron obligadas a invadir e inundar
gran parte de la corteza terrestre, poco a poco se iban retirando.
La expansión se realizaba de modo racionalísimo. Las
masas de los inmensos trozos de tierra que se habían vuelto una homogeneidad
confusa y retorcida, por los efectos de la recíproca compresión, se extendían,
también ellas, alejándose y creando, así, enormes abismos y hondonadas.
Las aguas, aprovechando, se precipitaban en los puntos
más bajos, dejando las zonas más altas.
En tanto, mientras todo se asentaba y todo retornaba
al nuevo camino, otra amenaza se perfilaba en el horizonte.
Los nuevos Continentes que durante millones de años
llevaron el gran y pesado manto blanco de los glaciares, emigrados hacia el
Ecuador, por efecto del desplazamiento del eje terrestre, comenzaron a
desprenderse del pesado fardo. El cambio de temperatura ya no permitía la
posibilidad de vida a los glaciares. Se verificó, entonces, una nueva
catástrofe. Los glaciares comenzaron a derretirse, abriéndose camino a lo largo
de las pendientes y colinas, trazando vastos canales naturales (Meandros),
formando lagos y provocando una espantosa inundación.
Fue como un gran diluvio inundador y amenazante.
Mientras esto acaecía en los continentes emigrados hacia el Ecuador, otra
suerte les tocó a los mares y continentes que, por el mismo efecto se
encontraron hacia los casquetes polares: el frío y el blanco hielo los
comprimieron, quién sabe por cuanto tiempo, en un cepo gélido.
Mientras tanto, el Geoide se impulsaba, cada vez más,
hacia una normalización, mientras el alba de la nueva humanidad se iniciaba con
los salvados de las catástrofes, en las más altas montañas del mundo, en
inmensas cavernas con la última esperanza de sobrevivir.
(La emigración de los
supervivientes)
Entre tanto, mientras todo volvía al orden superior de
reajuste sobre la nueva faz del mundo, los supervivientes de las diferentes
razas, escapados al apocalipsis, comenzaron extenuantes y largas emigraciones
desde las zonas que los habían dejado vivos peregrinando entre las insidias de
la naturaleza vuelta, nuevamente, primitiva y salvaje.
En sus rostros y en sus ojos quedó viva la imagen del
terror, mientras, a duras penas, afloraban en sus mentes los queridos recuerdos
de un pasado feliz en las tierras floridas de un Paraíso terrestre perdido.
Los supervivientes del Gran Continente Mu‑Tolteca, los hombres de la piel rojo
oscuro, vigorosos en el arte y en la ciencia, debieron también ellos, decir
adiós a aquella retorcida cresta de la adorada tierra, ahora agonizante y
destinada a desaparecer por el inexorable hundimiento en sus bases en gran
parte quebradas por el enorme choque.
El Océano Pacífico, Sur y Central,
ya había extendido su arrogante dominio.
Así inciaron el éxodo, dirigiéndose
hacia las costas occidentales de América del Sur y Central (Cordillera de los
Andes al Sur, Altiplano de México al centro).
Los supervivientes de piel color oro, sin embargo,
considerando imposible sobrevivir por la inminente formación de glaciares,
iniciaron el éxodo hacia el sur, abandonando a su dura suerte aquellas inmensas
tierras cargadas de afectos, de alegría y de dolores. (Groenlandia, Islandia,
Tierra de Baffín e islas cercanas, que entonces formaban un único bloque con la
actual gran isla). Sus metas fueron las zonas del Labrador, Terranova, Escocia;
mientras otros grupos se dirigieron a las extremas Costas Orientales, entonces
unidas a las actuales Costas Escandinavas, o hacia las alturas de los Alpes
Escandinavos y de Gran Bretaña del Norte, en aquellos tiempos unida a América
Septentrional con Terranova.
Los supervivientes de piel color bronce del Continente
Africano quedaron, aún cuando atrincherados en las zonas más altas en su tierra
que el cataclismo había desfigurado menos que las otras.
Las actuales regiones de Guinea septentrional y
meridional a occidente, y las actuales Etiopía, Kenia, Tanganika, Mozambique,
Madagascar e islas circundantes, que en aquellos tiempos hacían un solo bloque
con África y Australia, fueron sus metas consideradas más seguras para la
sobrevivencia de sus criaturas.
Finalmente la raza de piel color mimosa, los más
golpeados por la desgracia, debieron buscar refugio en el interior de aquellas
nuevas tierras desplazadas del casquete polar del Norte, buscando la seguridad
en las inmensas alturas. Abandonaban así lo poco que había quedado del Gran
Continente Ciá y que los había salvado del furioso, tremendo choque (actuales
Islas Filipinas, Borneo e islas circundantes, China oriental, Japón e islas
circundantes, entonces unidas).
El Tíbet y las alturas de China fueron sus metas,
mientras otros llegaron hasta las tierras del Himalaya.
(Período prelemuriano)
El Geoide había retornado a su normal rotación
alrededor de su nuevo eje, manifestando la normalización completa del
equilibrio de su masa.
Pasaron milenios y milenios.
Recomenzaba así el Séptimo desarrollo de su vida.
Los pueblos crecían y si en un primer tiempo se
mostraban reacios a dejar las grandes alturas, en donde sus Antepasados habían
encontrado refugio y salvación, transmitiendo de generación en generación la
terrorífica historia de los apocalípticos acontecimientos, las necesidades de
avanzar a otro lugar indujeron a los más audaces a bajar al valle, que las
aguas ya habían dejado libre, en gran parte. Algunos se atrevieron hasta
alcanzar las orillas del mar. Las noticias de mejores lugares climáticos y de
abundante riqueza vegetal y animal llamaron la atención de todos y, olvidándose
de las antiguas tradiciones, abandonaron las altas montañas para construir
mejor vida en los ricos valles de la tierra.
Así comenzó el período prelemuriano que marcó, para la
naciente nueva humanidad, el retorno a aquellos principios de progresos
generales que luego debían, a través de milenios y milenios, alcanzar el nivel
de nuestros tiempos.
El período Prelemuriano marcó una característica
arquitectura mastodóntica.
El temor había estimulado, aún, un atávico recuerdo.
En ellos no se había apagado la escena apocalíptica y construyeron las grandes
ciudades protegidas por enormes murallas e Idolos mastodónticos como
queriéndose preservar de una sucesión de malos acontecimientos.
Los pueblos de piel color rojo oscuro se extendían,
cada vez más, hacia las costas de América Sud-Oriental y Sud-Occidental,
mientras la raza de piel color oro se encaminaba hacia Europa central y
occidental; otros grupos hacia América Septentrional y oriental. También el pueblo
de piel color bronce y el de color mimosa se extendieron en los diferentes
territorios que circundaban las alturas.
(Período Lemuriano)
Mientras tanto el Geoide se había ajustado
completamente, pero no del todo.
La nueva humanidad, ahora lejana de los ánticos días
daba los primeros pasos hacia una floreciente civilización; Pero, he aquí un
nuevo torbellino se aproxima: La lenta pero inexorable dilatación del Geoide
debía, todavía, crear desastres y roturas. Los grandes pedazos de tierra que
unían América del Sur a África y sobre los que se habían encontrado, por
primera vez, el pueblo negro y el pueblo rojo comenzaban a dar señales de
inestabilidad y resquebrajamiento.
En períodos distantes, uno del otro, se verificaron
enormes explosiones con apertura de inmensos abismos: Las aguas encontrando
camino libre penetraban a través de las nuevas hendiduras, formando grandes
ensenadas, prontas a precipitarse, todavía, hacia adelante.
Parecía que las islas se moviesen de su sitio.
La extremidad de América del Sur abandonaba África
dejando libres a las aguas para penetrar en las, cada vez más anchas,
hendiduras, amenazando seriamente a las islas con sumergirlas.
Las poblaciones, al prever la peor suerte, abandonaron
los brazos de tierra, ahora vueltos pequeños y peligrosos, refugiándose en las
costas de África y en las costas Sud-Américanas, en busca de seguridad.
Ahora el tiempo lo había marcado todo, y, durante
miles de años, aquello que debía acaecer, acaeció: la deriva de los
continentes, aunque lentamente, se producía inexorablemente.
Los pueblos se volvían, cada vez, más numerosos y la
necesidad de descubrir nuevas tierras hizo pioneros a los hombres más fuertes.
Los salvados de las islas Lemures saliendo hacia el
Norte y costeando en parte África y en parte América del Sur, conocieron y se
unieron a otra gente, adelantada en el arte y en la ciencia.
De la unión de la raza de piel color rojo oscuro con
la piel color bronce nació una nueva raza llamada Raza Lemur.
(Período Pre-Atlantídeo)
Mientras tanto América meridional se había separado de
África desde el extremo Sur (actual tierra de fuego) hasta las alturas de
Angola (África) siguiendo todavía unida por las tierras de Brasil con el actual
Congo Francés y Venezuela y Guayana (América del Sur) con las tierras de
Senegal, Guayana francesa, Liberia, Costa de oro y Nigeria (África).
Los islotes Lemures desaparecían, para siempre, bajo
las aguas. Los abismos se volvían, cada vez, más anchos y más profundos,
mientras las aguas irrumpían copiosas e impetuosas del Sur hacia el Norte.
Todavía pasaron miles de años y los pueblos de piel
color oro se habían aventurado, cada vez más hacia el Sur penetrando en las
ilimitadas y desconocidas tierras del Alto Atlántide (hoy Océano Atlántico del
Norte).
Otro tanto hacían los hombres de la nueva raza, hijos
de los Lémures, vueltos fuertes y valerosos. Éstos fueron los más grandes en
ciencia y arte y su piel no era ni negra ni rojo oscuro sino, mas bien, color
cobre. Éstos, provenientes de América Central y Meridional salian hacia el
Nor-Oeste alcanzando, también ellos, las inmensas praderías desconocidas de la
Atlántida Central (Hoy Océano Atlantico Central). Los pueblos se desplazaban
rápidamente con la esperanza de encontrar mejor fortuna. Desde el actual
México, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Venezuela, Guayana, Brasil, multitud
de pioneros partían a la aventura.
Así, los hombres de piel color cobre, fueron los
primeros en alcanzar África explorando una gran franja de tierra del Continente
Atlantídeo.
Alcanzaron las costas de África (Río de oro y
Marruecos) hasta tocar las costas de Angola bañadas por el creciente mar
Atlantídeo. Pero aún quedaban por explorar inmensas extensiones de tierra,
riquísimas en vegetación, estando ésta formada por hundimientos profundos que
del Sur iban hacia el centro, hasta la actual Terranova, Inglaterra, zonas
primitivas de los pueblos de piel color oro.
Más al norte, la gélida Groenlandia, todavía unida a
las tierras del alto Canadá y de Escandinavia que hacía de dique natural a las
apremiantes aguas del Norte. A medida que los pioneros del pueblo rubio se
adentraban más hacia el Sur y hacia el Norte de Europa, los de piel color cobre
se extendían, cada vez más, en todas las direcciones de la gran Atlántida,
dirigiéndose hacia el Nor-Oeste.
Aquella inmensa tierra, la más rica de todas las
tierras del mundo sobre la que pesaba un trágico destino, fue meta de
encuentros entre las dos razas desconocidas: rubia y cobriza.
Acontecieron tumultos, guerras, sumisiones. Pero un
gran ser surgía del cruce de las dos razas: El Atlantídeo, físico robusto,
color rojo ligeramente sobre el rojo-moreno. Alto, de inteligencia
sobresaliente y de capacidad sorprendente: Había nacido el REY de los REYES en
un nuevo Paraíso Terrestre. De la evolución de esta nueva raza nació la más
potente generación que la humanidad recuerde.
Cuanto digo en esta página parecerá una fábula y yo
deseo que así quede ante vuestros razonamientos.
Durante el período pre Atlantídeo, numerosos medios
provenientes del Cielo Astral se posaron sobre algunas alturas. Tenían forma de
huevo luminoso como el sol.
De estos medios salieron seres de belleza
indescriptible y con capacidades excepcionales.
Poseían virtudes mágicas y se decían “HIJOS DEL SOL”.
Fueron ellos quienes instruyeron, en el arte divino, a
los Atlantídeos y fueron ellos los que volvieron potente aquel pueblo.
EL GRAN MAESTRO ASÍ SE EXPRESA:
Desde los lejanos caminos del Cielo se movieron
espíritus elegidos y, aterrizados sobre los montes de la Atlántida, llevaron
sobre la tierra toda la sabiduría del Eterno Padre de todos los Cielos.
En ellos estaba el Paraíso, en ellos se representaba
el Orden Universal, en ellos era copiosa la Gran Consciencia de la primera
Semilla de todos los conocimientos visibles e invisibles. Ellos fueron la mano
benigna de la Luz Divina y por medio de ellos Dios operó desde el gran Logos
que emana la Linfa de la Vida, del raciocinio del Bien infinito. Ellos fueron
llamados “DIOSES SOLARES” y en su honor el pueblo adoró a su primer, verdadero
Dios: el UNIVERSO, la gran Consciencia que crea con Su Eterno Amor y que
ilumina los senderos infinitos de los SIETE CIELOS.
El tiempo se perdía en el infinito, centenares de
millones de años transcurrieron desde la primera alba de la humanidad en este
mundo. Nadie estaba en condiciones de recordar la pasada generación. Hubo, en
aquel tiempo Atlantídeo, hombres de belleza Divina, llegados de un mundo lejano
con platillos volantes encendidos, semejantes al gran Astro Solar. Estos
edificaron el Reino de Dios sobre la tierra dando al fuerte pueblo Atlantídeo
una sabiduría capaz de alcanzar las más altas metas del desarrollo espiritual y
material. Fueron ellos los Seres Divinos de la dulcísima mirada. Maestros del
arte Universal, conocedores de profunda ciencia, doctos en el arte de lo
visible y de lo invisible. Ellos fueron adorados como Dioses Solares y para
ellos se edificaron templos de maravillosa belleza.
Los Atlantídeos vivieron bajo la enseñanza de estas
Divinidades venidas del espacio profundo de los cielos y, en breve tiempo, gran
parte de aquel pueblo se volvió el más potente y el más rico de la tierra.
El secreto de las más predilectas iniciaciones fue
reservado para aquellos que luego debían volverse los herederos de las Virtudes
Celestes.
Este primer período que duró miles y miles de años
estuvo caracterizado por acontecimientos grandiosos. La ciencia, el arte y el
comercio tuvieron un gran y floreciente desarrollo, mientras la ética de aquel
pueblo alcanzaba metas tan altas como para poder parangonarse a la ética perfecta
del espíritu.
Grandes Metrópolis nacían, por doquier, con
arquitectura de incomparable belleza artística, admirables por sus grabados de
oro incrustado, que los Divinos habían construido con gran facilidad, con su
atávico arte.
Una de estas grandes Ciudades surgía en una meseta al
Nor-Este de la actual isla de “Cabo Verde”. En un promontorio de esta gran
metrópoli se mostraba, majestuoso, el más grande y rico templo de todos los
siglos. Todo en oro, estaba rodeado de jardines inmensos y olorosos, y de mil
otras bellezas. Residencia del Jefe Espiritual del gran pueblo Atlantídeo, fue
meta de aquellos que tuvieron la fortuna de aprender con amor la Sabiduría
Divina y las enseñanzas de Su gran obra.
Las numerosas caravanas iban y venían, partiendo ahora
de las costas Africanas, ahora de las costas Americanas. El comercio se
extendió hasta la baja Europa Sud-Occidental (actual Portugal, Francia,
Alemania).
EL PARAÍSO DE DIOS se había, en aquel tiempo,
establecido sobre la tierra.
Una gran colonia fuerte y próspera se desplazó hacia
Oriente, edificando una gran metrópoli en el bajo Nilo (actual Egipto)
convirtiendo estas tierras en zonas riquísimas, alargando su dominio, cada vez
más, sobre las vastas y desiertas extensiones del alto Egipto y de África
sud-oriental y sud-occidental. En esta última zona se edificó el Templo de las
Tres Puertas de oro, llamado también el Templo de la Sabiduría.
El desarrollo de las cualidades psíquicas de aquel
pueblo se volvió tan potente que les concedió las facultades, más amplias, de
la potencia espiritual.
El constante equilibrio espiritual-corporal fue una
educación asidua y vigilada de aquel pueblo ya en el vértice de la evolución.
La ciencia de la alquimia, exclusivo domino de la
Casta Sacerdotal de los Dioses Solares, quedó un secreto para el pueblo, y
todavía hoy los hombres se apresuran, vanamente, en volver este arte privado de
misterio.
En este primer período el Imperio Atlantídeo tuvo un
radioso, pacífico y próspero desarrollo. Pero el final del primer período debía
ser marcado por un fatal acontecimiento que el tiempo había, poco a poco,
madurado; Una vez más la superficie terrestre comenzó a temblar, abriendo
enormes abismos; otra vez África y América se desgarraban, alejándose. Duró
mucho tiempo la trágica, aún cuando, lenta deriva de los dos inmensos pedazos
de tierra. Los abismos se volvían, cada vez, más anchos permitiendo a las aguas
penetrar y agrandar sus dominios. Las partes más bajas de aquella tierra eran
invadidas por las aguas. El Sur de aquel gran Continente se volvía un grupo de
grandes islas rodeadas por la prepotencia de las aguas en continuo acecho.
Tales acontecimientos que marcaron el fin del primer período Atlantídeo y el
inicio del segundo período, arrojaron el desorden y la desesperación en aquel paraíso
que los hombres habían construido.
Muchos fueron los que en previsión de lo peor se
refugiaron en las costas de África Oriental, volviéndose, forzosamente, presa
del pueblo de piel color bronce y sometidos a sus costumbres diferentes y
extrañas.
Poseidón resistió tenazmente a la continua propagación
de la involución de las almas en presencia de las exhibiciones sensuales que ya
habían corrompido a gran parte de aquel pueblo, extendiéndose rápidamente hacia
el Centro y hacia el Norte.
Sectas secretas nacían por todas partes, teniendo por
jefes a mujeres despreocupadas en moral y en cuerpo, atenazando al ingenuo y
puro elemento que, por mera aventura, venía en contacto con estas sectas. La
intervención de los iniciados no valió para truncar la ya monstruosa
degeneración físico-sensitiva.
Luchas sangrientas se sucedieron a lo largo del
tiempo, poniendo bajo el azote de la destrucción aquel ardiente lecho que los
Antepasados llamaron: PARAÍSO TERRESTRE.
Pero la gran voluntad del Viejo Anciano de los ánticos
días dió al mundo la iniciativa de poner fin a la continua expansión de los
tremendos vicios degenerativos.
Aconteció que la gran Groenlandia, entonces unida a
los actuales Continentes Nor-orientales (Escandinavia) y Nor-occidentales (Alto
Canadá) barrera natural a las apresuradas aguas del Norte, comenzó a dar
señales de movimiento, provocando inmensos abismos, cada vez más amplificados
por el continuo movimiento migratorio. Las aguas, consiguiendo encanalarse a
través de aquellas enormes hendiduras, se precipitaron hacia el Sur, provocando
las inundaciones del alto Atlantídeo y sumergiendo gran parte de aquel
territorio, por su naturaleza muy bajo y mucho más bajo del nivel de las aguas
nórdicas.
Groenlandia abrió las puertas y a medida que ésta iba a la deriva,
las aguas furiosas e incontenibles, invadían, cada vez más, el Continente
confluyendo con las aguas del Sur.
De la Atlántida sólo quedaban algunas islas,
esparcidas acá y allá en el inmenso Océano Atlántico actual. Muchos perecieron
y otros escaparon al fatal destino. Ahora el mar se había vuelto patrón de la
tierra más rica del globo.
Todavía pasaron miles de años y la gran isla del Sol,
Poseidón, se volvió fuerte e incansable en la obra del espíritu y de la
Sabiduría Divina, resplandeciente, más que nunca, como queriendo decir a los
hombres perdidos que Dios, enojado por la obra nefasta que habían emprendido,
había permitido a las fuerzas de la materia y de los elementos realizar
destrucción y muerte. Muchas fueron las ovejas descarriadas que volvieron
nuevamente al arte de la paz y del espíritu. Las islas se repoblaban y durante
largo tiempo la paz reinó soberana con la prosperidad, la cordura y el amor
hacia el espíritu. Pero el arte de la guerra había vuelto brutos a gran número
de hombres que privados, ahora, de sensato amor al prójimo, afilaban las armas
en las alturas de las costas Americanas del Sur presa de delirios hostiles y
sanguinarios. Los ataques continuos y salvajes sometieron a sus leyes
sanguinarias a gran parte de aquel pueblo que había vuelto a las leyes atávicas
de los ánticos Maestros venidos del Cielo.
Pero la lucha, aún cuando tremenda, fue contenida
durante muchos años lejos de la gran isla de Poseidón, Isla Sagrada en donde el
Templo forrado de oro resplandecía como un sol centelleante. La suerte fue
adversa y las orgías salvajes y embrutecedoras del arte de la guerra obligaron
a rendirse al ya diezmado pueblo Atlantídeo. Muchos huyeron hacia Oriente
(actual Egipto) llevando con ellos la historia inmortal del mundo y de los más
excelsos conocimientos del arte Divino del Espíritu.
Los invasores, ocupadas las islas, instituyeron sus
templos de sangre y de horror persiguiendo a aquellos que quisieron, a pesar
del supremo sacrificio, gritar todavía su fe en el arte Celeste.
Al mismo tiempo, también los morenos y algunas tribus
rubias realizaron alianzas con los conquistadores de las islas.
Las orgías continuaron en la rociada lujuriosa de
incontenible bajeza, edificando la más pobre de todas las involuciones de todos
los tiempos.
Los fugitivos que tuvieron por meta las grandes
extensiones del Nilo, volvieron a encontrar a sus hermanos, ya, desde hacía
tiempo dueños de aquellas tierras, encontraron asilo y, juntos, instauraron los
grandes principios que la suerte adversa había puesto a dura prueba.
Se volvieron poderosos y, esta vez, armados y
prudentes ante eventuales acometidas de los, ahora, enemigos.
Las islas conquistadas se habían vuelto meta de comitivas de
sanguinarios y de seres impetuosos y salvajes. El delirio del sexo, de la
lujuria, del materialismo y del sensualismo drogado había debilitado toda
iniciativa suya, titubeando, como locos en sus propias amarguras.
Algunos iniciados intentaron, con el precio de su
vida, convertirlos, pero inútilmente ya que el fango los había hundido y
arastrado.
En este periodo nació el suscrito en una familia iniciática,
masacrada por una turba de asesinos fanáticos. Tuvo amparo, todavía pequeño, en
una secta secretísima, en donde creció instruido por la Palabra dulcísima de
los Maestros de la apacible mirada (véase relato aparte).
Un profeta, que tal parecía ser pero, en verdad era un
Divino del Sacro Consejo de los Cielos, había dicho: “¡Despertaros,
despertaros!. El Paraíso sobre la Tierra se ha perdido por culpa vuestra”.
Nadie lo había creído y cuando lo sacrificaron a las
más terribles torturas, sin que él expirase, aún teniendo el cerebro fuera de
su sitio... la tierra tembló y el Cielo se oscureció en un huracán espantoso.
El tiempo ya había marcado el fin, y este llegó como
un rayo.
Las islas, por lo que yo sé, se hundieron sumergiendo
a millones de seres reos de haber, con su inaudita despreocupación,
desobedecido a Aquel que, sobre la Tierra se había dignado dar el semblante, el
aliento y la linfa del orden y del amor imperecedero y eterno de los Cielos.
Así tuvo fin el grande y poderoso Reino de los
Atlantídeos que la historia ha ocultado en el abismo del tiempo y en las alas
del espacio donde el hombre roza con su alma, con su inteligencia y con su amor
un pasado que, a pesar de su ignorancia, le pertenece.
ANTES DE LA REBELIÓN
Los cuerpos de los Hombres-Ángeles estaban
constituidos por tres partes de Astral y una parte de materia. Su presencia era
de luz radiante. El espíritu regente de Lucifer, representante y jefe
patronímico de toda una clase de Hombres-Ángeles y de espíritus del planeta
Luz, era aquel que, entre los Arcángeles, había lanzado la más penetrante e
intrépida mirada en la sabiduría creadora de Dios.
Era el más fiero y el más
indomable. No quería obedecer a ningún otro Dios, excepto a sí mismo. Los
Hombres-Ángeles, los únicos habitantes de aquel planeta, habían alcanzado un
cuerpo astral-físico radiante y reunían en perfecta armonía el Eterno Masculino
y el Eterno Femenino, creándose de nuevo a sí mismos, con el proceso inmortal
del amor divino. Éstos, tenían el amor, la radiación espiritual, sin turbación
y sin deseo de posesión egoísta, porque eran astralmente andróginos.
Lucifer había comprendido que para imitar a Dios en el
arte de la creación necesitaba desarrollar, en el Hombre-Ángel, el deseo de tal
arte. Inició así la seducción.
Una enorme multitud de Hombres-Ángeles se dejó
seducir, inflamándose de gran entusiasmo. El deseo de crear como Dios, los
empuja a manipular los elementos cósmicos en el intento de inducirlos a la
obediencia absoluta. Los Arcángeles y todos los Elohim de los otros planetas
tuvieron la orden de impedir el descabellado designio, puesto que semejante
obra habría puesto el desorden en la creación y roto la cadena de la jerarquía
divina y planetaria. La lucha ardiente y larga que se empeñó entre la armada
del Arcángel rebelde con sus semejantes y sus superiores terminó con la derrota
de Lucifer y sus Hombres-Ángeles.
He aquí, por primera vez en la historia del Hombre, el
drama de su Divina epopeya.
Atum, Sow, Gebb, Niot, Osiris, Isis, Shet y Nebtho,
por deseo del Absoluto, aún habiendo quedado los más devotos a las Leyes del
Altísimo, debieron quedar con los rebeldes y unirse a su destino.
Mientras tanto todo estaba listo. Enormes
transatlánticos iniciaron el ir y venir entre el planeta Luz, la Tierra y
Venus. Durante cuarenta larguísimos días y noches, miles y miles de aparatos
surcaron el gran espacio. Criaturas de diferentes razas, animales y cosas
fueron transportados y colocados en los puntos preestablecidos de la Tierra y
de Venus.
Sobre el planeta Luz, el monstruo desintegrador había
atacado la corteza de aquella célula Universal en busca de los elementos
sensibles a la naturaleza de su cuerpo, vuelto monstruosamente grande. Ahora la
coyuntura estaba próxima.
El mundo agonizante, entre las espiras de la bestia,
había quedado sólo con el destino como los Hombres-Ángeles rebeldes, rebeldes a
las Leyes de Dios-Creador, habían sentenciado creando el mal en lugar del bien
que sólo Dios y solamente Él podía crear.
Desde la Tierra y desde Venus, la mirada pensativa de
los rebeldes estaba dirigida hacia el Paraíso perdido. Por primera vez
encontraron la tristeza, un sentido que hacía sufrir y que nunca habían
conocido. Mientras tanto sobre el planeta Tierra y sobre Venus la ciencia
preparaba todo según el nuevo estado de cosas y con el sentido de la inmediata
emergencia. El terrorífico rugido de las enormes bestias asustadas les daba
otro sentido que nunca habían conocido: el miedo.
Barreras de protección habían sido dispuestas de forma
científicamente segura. Los ojos de muchos estaban bañados de lágrimas; otro
hecho nuevo que no habían conocido antes: la conmoción del alma, el intenso
dolor. Bharat, ángel justo en medio de los injustos, iluminado por la
Consciencia Universal, era el único que comprendía el grave castigo ejecutado
por Dios. La grande y terrible caída ya se había inciado con la pérdida del
paraíso. Él lo sabía todo y estaba con ellos por un cometido Divino que debía
absolver en el tiempo con la colaboración de Atum, Sow, Gebb, Niot, Osiris,
Isis, Shet y Nebtho vueltos rectores de los elementos de la nueva vida. Todo
parecía tranquilo y durante la noche todos estaban con los ojos húmedos por el
llanto en espera de cualquier cosa que debía suceder. Y, he aquí, una potente
voz llegada de la profundidad de los espacios: “¡Malditos! ¡Malditos hasta el
día que Yo quiera!”.
EL DESTINO DEL PLANETA LUZ YA ESTABA
MARCADO
El terrible monstruo desintegrador, lo devoraba todo
con feroz voracidad.
Los hombres-ángeles, rebeldes a las inmutables Leyes
del Cosmos, habiendo querido imitar al Absoluto en el arte de la creación
eterna, habían dado vida a una terrible criatura, monstruosamente sedienta de
un irrefrenable instinto anti-cuerpo. Su cuerpo, formado de energía en caótica
desarmonía, crecía rápidamente, transformando cada cosa que encontraba a lo
largo de su lento, pero desastroso camino, en otra tanta caótica energía para
alimento y crecimiento de su cuerpo y de sus maléficos instintos. Invulnerable,
el monstruo de cabeza de hongo, era el único patrón incontrastable del destino
del planeta Luz.
Ahora ya no había salvación y era necesario huir, huir
lo más rápido posible antes que aconteciese, por parte del monstruo
desintegrador el ataque a la corteza del planeta y consiguientemente la
inevitable consecuencia de la rotura del equilibrio de los yacimientos de
materia sensible a la desintegración rápida y progresiva. La desesperación
había invadido a los culpables y a los no culpables.
Todos los habitantes de los otros planetas, excluidos
la Tierra y Venus, todavía en estado de evolución primitiva con espesa
vegetación y habitados por enormes animales, estaban consternados por lo peor,
que todavía debía verificarse. Los Hombres-Ángeles del planeta Luz, con tal
injustificable pecado, habían marcado el destino de un mundo que había sido la
cuna de una suprema felicidad inmortal y paradisíaca.
Desheredados de Dios y de los perfectos pueblos de los
otros planetas, los hombres-ángeles rebeldes enviaron patrullas explorativas
sobre el satélite del planeta Tierra. Con potentísimos aparatos espaciales,
exploraron, además del satélite terrestre, la Tierra y Venus.
Anotaron las pocas dificultades, superables por medio
de sus equipos científicos, y retornando consideraron que era posible un
refugio temporal en aquellos nuevos mundos.
Así iniciaron la gran obra para la completa evacuación
del agonizante planeta. Muchísimas criaturas angélicas no culpables, con la
buena intercesión del Regente AMON eran llevadas por seres angelicales de otros
mundos y substraídas a aquellos que, con su rebelión, habían provocado la ira
santa de Dios-Creador.
La noche era límpida. Una gran luminosísima estrella
resplandecía radiante en el cielo. Era el planeta Luz. Todas las miradas estaban
dirigidas hacia él con una ternura jamás sentida. De repente un inmenso
resplandor alumbró el cielo. Una inmensa luz, en forma de Cruz, iluminó las
pupilas de todas las criaturas del Reino de Amon, desde el primero al último
mundo. Una célula del Universo había sido asesinada.
Un Paraíso destruido por los ángeles rebeldes.
Lágrimas de dolor se deslizaban silenciosas y dolorosas. El Cosmos había sido
herido. “¡Malditos! ¡Malditos, hasta el día que Yo quiera!”. Tronó todavía más
potente la voz repetidas veces antes de que el cielo se oscureciese y las
estrellas se volviesen color sangre. En aquel mismo instante Atum, Sow, Gebb,
Osiris, Isis, Shet y Nebtho, envueltos por una resplandeciente luz se volvieron
invisibles a los ojos de los ángeles caídos en la maldición.
Los presentes pudieron observar, no con poco estupor,
tal acontecimiento, pero no pudieron darse cuenta de lo que acontecía. La
Tierra comenzó a temblar mientras un viento tempestuoso lo elevaba todo en el
aire. Los volcanes empezaron a vomitar materia incandescente, las aguas
inundaron la tierra; enormes hendiduras se abrían en la débil corteza
terrestre. Una visión apocalíptica vuelta terrible por la tronante voz que
decía: “¡Malditos!. ¡Malditos, hasta el día que Yo quiera!”.
Los vehículos y todo aparato eran literalmente
tragados por la tierra en movimiento y destruidos. La muerte, que ellos nunca
habían encontrado, reapareció ante sus pupilas, desmesuradas por el terror.
Dios había quitado aquello que les había dado “la vida eterna”. Así había iniciado
el largo vía crucis de los ángeles caídos.
Ahora ya no tenían ningún privilegio, ni podían
pedirlo habiendo cometido una grave culpa. El alba despuntó y los
sobrevivientes al apocalipsis vieron al Sol como una masa de pelo encendido.
Buscaron refugio en las más altas cimas de las montañas, mientras las
invocaciones de desesperado dolor se elevaban al cielo desde todas partes del
mundo. Las bestias hicieron estragos devorando cadáveres y persiguiendo a los
vivos.
¡Todo había sido perdido!. Ahora se conocía también el
espíritu de conservación, de razón, de lucha, de sobrevivencia, de dominio del
uno sobre el otro, de la defensa y finalmente del mal.
A medida que el hombre se desprendía de las formas,
originarias y se aproximaba a la perfección corpórea, la separación de los
sexos se acentuaba en él.
La oposición de los sexos y la atracción sexual se
volvían, en las épocas siguientes, uno de los más enérgicos propulsores de la
nueva humanidad ascendente. En el mundo animal como en la humanidad, la irrupción
del sexo en la vida, el nuevo placer de crear en dos, actuó como una nueva
bebida embriagadora. Algunos hombres, todavía cogidos por la torpeza psíquica,
se acoplaron con animales dando vida a las especies simiescas, degradación del
hombre primitivo, empujado por el irrefrenable aturdimiento sexual. un flagelo
espantoso se abatió sobre el planeta. Lucifer no había perdido el tiempo.
Del desorden de las generaciones salieron todas las
malas pasiones: los deseos sin freno, la envidia, el odio, el furor, la guerra
del hombre contra el hombre.
Mientras tanto un desastre era inminente.
Un cataclismo destruyó una gran parte del continente
Lemur. Formidables sacudidas sísmicas agitaron, de un punto a otro, la Lemuria.
Los innumerables volcanes comenzaron a vomitar torrentes de lava. Nuevos conos
de erupción surgieron por todo el suelo, lanzando fuera lenguas de fuego y
montañas de cenizas. Mientras tanto la flor de la raza de los Lemures se había
refugiado en el extremo occidental del continente devastado. Desde aquí, los
supervivientes, alcanzaron la Atlántida, la tierra virgen y verdosa, emergida,
desde hacía poco, de las aguas en donde debía desarrollarse una nueva raza
humana.
Mientras tanto en oriente, donde al origen habían
encontrado temporal refugio en el común intento de salvación. otros
Hombres-Ángeles, fugitivos del planeta Luz a punto de explotar, también habían
sufrido las mismas aventuras, volviéndose la raza amarilla. También otros, por
el mismo motivo, refugiados en la actual Groenlandia, se volvieron la raza
blanca-rubia y otros, finalmente establecidos en las zonas tórridas, la raza
negra. Todos habían sufrido la metamorfosis del astral al físico, padeciendo
variaciones con relación a los agentes que actuaban en aquel determinado lugar
en el que se encontraban en el momento de la tragedia inicial y que los había
llevado a ocupar la tierra y reagruparse en diferentes puntos del globo, en
donde consideraron más segura la estancia.
El hombre, gota trémula de luz venido del Edén de un
mundo destruido, comenzaba de nuevo el camino de un sendero que Dios le había
asignado como pena y expiración de su grave culpa.
COMUNICACIONES A CONECTAR
El cuerpo astral iba poco a poco materializándose. Un
ligero estrato de sutil materia gelatinosa se condensaba en torno a la pineal,
formando un cúmulo de forma cónica desarrollándose por detrás. También sobre la
columna se realizaba tal desarrollo (véase dibujo). El eterno masculino se
desdoblaba del eterno femenino. Las facultades angélicas iban mutándose
lentamente. Quedaban solamente las facultades telepáticas, medio de
comunicación originario. Los medios que habían, científicamente tutelado, sus
angélicas cualidades habían sido destruidos y tragados por la tierra en
movimiento y, ahora, estaban obligados a soportar un ambiente totalmente
diferente del lugar de origen y debiendo necesariamente sufrir la intervención
de los agentes vitales de aquel ambiente densamente material.
Todas sus características, físicas, psíquicas y
biológicas, por este motivo principal, padecieron un inmediato, aún si
aparentemente lento, mutamento. La pineal se atenuaba, cada vez más, asaltada
por un crecimiento de materia gelatinosa, siempre más voluminosa, mientras la
androgeneidad había desaparecido completamente. A medida que la astralidad era
cubierta por la materia, la luz radiante iba disminuyendo lentamente.
Y, he
aquí el Homo sapiens. El primer Rey viviente del planeta Tierra estaba listo
para volver a comenzar la ascensión hacia el paraíso perdido. Un nuevo
Arcángel, con una escuadra de Dioses y de Ángeles había tomado el mando de sus
destinos, condenados a los más duros sacrificios y a las más penosas renuncias.
Empezaba así el descuento de un grave delito hacia Dios-Creador. Cristo era el
nuevo Regente de la tierra y con Él la escuadra de los Ángeles que habían
quedado fieles a la Ley Divina. Pero, Lucifer, no se había resignado. Su
dominio no había decaído del todo. El tormento lo perseguía volviéndolo todavía
más rebelde de cuanto había sido. Él era un Arcángel y, aún cuando, castigado y
derrotado seguía siendo el jefe patronímico de los Ángeles caídos y vueltos
hombres. Todavía podía luchar e intentó hacerlo escondiendose, con fina
astucia, en la naciente materia de los cuerpos de aquellos que por su culpa,
iniciaban el gran descenso hacia el abismo de la densa materia. Pero, Cristo,
antes que él había establecido su morada, con todo Su Divino Amor, en el
corazón de aquellas Criaturas haciendo Suyo su dolor y sus esperanzas de perdón
y de ascensión hacia DIOS.
Así comenzó la gran lucha del hombre entre el bien
(Cristo) y el mal (Lucifer). Ahora, el hombre primitivo se encontraba
completamente en el plano físico.
La aparición de los dos sexos desarrolló en él tres
nuevas fuerzas: el amor sexual, la muerte y la reencarnación, agentes energéticos
de asociación, de disociación y de renovación.
Ahora estamos en el período Atlantídeo. La generación
amarilla a oriente, en pleno Pacífico, antes de ser mar, poblaba en plena
prosperidad el gran continente Mu. La raza blanca prosperaba en los continentes
nórdicos del planeta, mientras la negra se multiplicaba con mayor dificultad,
en algunas zonas de África meridional y central, por estar éstas cubiertas de
bosques, difíciles y llenas de ferocísimas bestias.
Yo, he vivido gran parte de mis existencias en las
tribus de los hombres-rojos, mejor señalados con el símbolo del Rig que,
traducido literalmente, quiere decir: “Sabiduría”. En aquel tiempo la Atlántida
escuchaba, ... escuchaba siempre... ahora sólo oía el silencio... . Entonces,
replegada sobre sí mismo, se volvía sonora como las caracolas de los mares. La
noche, comenzaba otra vida para el Atlante, una vida de sueño, de visión, un
viaje a través de mundos extraños. Durante el sueño, no veía la forma material,
sino su alma, separada del cuerpo, que se zambullía en el alma del mundo.
Cuando se despertaba, de los sueños, el Atlante tenía la certeza de haber
vivido en un mundo superior y de haber hablado con los Dioses. Así en aquel
tiempo primitivo, la noche y el día, la vigilia y el sueño, la realidad y los
sueños, la vida y la muerte, el aquí y el más allá se mezclaban, se confundían
para el hombre en una especie de sueño traslúcido que se desarrollaba al
infinito.
Mientras, otros tremendos cataclismos habían
descompuesto el mundo. El gran continente Mu, reino de la raza amarilla, era
literalmente destruido por un enorme descenso de la corteza terrestre e
invadido por las aguas que apremiaban fortísimamente. Algunos continentes
nórdicos, también ellos sacudidos por violentísimos terremotos y pavorosos
hundimientos, empujaron a la emigración, hacia centro Europa y norte de
América, a gran parte de los sobrevivientes. El continente Atlantídeo era
despedazado en varios puntos. La tierra se movía como una hoja a merced del
viento. Los Atlantes, llenos de pánico y de temor ante la invasión de las aguas
que apremiaban violentamente por el norte y por el sur, se refugiaron en las
altas montañas de América central y meridional. Otros quedaron en las alturas
de la Atlántida, todavía otros se desplazaban hasta alcanzar las costas
occidentales de África septentrional. Un suceso que había sobresaltado el alma
de todos se había verificado antes de que aconteciese el cataclismo. El sol se
había vuelto más resplandeciente que nunca, desde su vivísima luz, había tomado
forma una gran, inmensa Cruz, una Cruz luminosa en la inmensidad del espacio, y
que había, por un instante, despertado un atávico recuerdo, un terror, una
culpa, una maldición. Aquel signo, desde entonces, lo recordaron para siempre
con un sentido de verdad encerrado en un inexplicable símbolo de amonestación.
Ahora había llegado el tiempo de los encuentros. Los
hombres de piel roja se encontraban con los de piel blanca y otros con los de
piel negra.
Todos venían de un mismo destino, sin embargo se lanzaron
los unos contra los otros con inaudita ferocidad. El Arcángel de la Luz,
estaba, ahora, en plena lucha con el Arcángel de las tinieblas. Uno dominaba el
Espíritu, el Otro la materia. Una divina dualidad controlaba los espíritus
llevándolos ahora hacia el odio, ahora hacia el amor.
El mal y el bien habían entrado en el ciclo de la
lucha común hacia las experiencias supremas de la gran ascensión. La lucha del
cielo se reflejaba sobre la tierra.
Mientras tanto, los cruces de las tres razas daban a
la luz otras razas mucho más inteligentes y que debían, a su tiempo, devenir
los elementos formadores de una raza elegida.
Esta fue la obra de la raza blanca con la Atlantidea,
cepa común de los Semitas, y de los Arios en los cuales las varoniles
cualidades de la razón, de la reflexión, del juicio debían dominar sobre todas
las otras. Pero para desarrollar tales facultades, era necesaria una gran
disciplina y una vida aparte, separada de las otras razas.
Los caudillos, arrastraron a la raza blanca hacia el
este y norte. La meta final de este éxodo, que duró siglos y milenios, debía
ser la región de Asia.
Sobre aquellos altos altiplanos de
aire saludable, fuera de los ataques de las otras razas, a los pies del
Himalaya, se formó la civilización Ariana.
Más alla, posteriormente, emigraron
los diferentes grupos de la nueva raza, destinada a gobernar el mundo, raza Indo-europea:
Arios de la India, Iranios, Escitas,
Sarmientos, Griegos, Celtas y Germanos así como los primitivos Semitas de
Caldea.
Había llegado el tiempo de los grandes mutamentos. Los Dioses
habían tomado plena posesión de todas las directivas. Estos aparecían en nubes
de fuego y su lenguaje no tenía nada de terrestre. Tenían sobre la tierra sus
mensajeros a los que daban enseñanza de cómo debían conducir a los hombres. Los
mensajeros de los Dioses podían recibir las revelaciones, porque, a su vez,
eran los más perfectos entre sus hermanos los humanos. Se podían llamar
espíritus superiores con trajes humanos, pero su verdadera patria no era la
Tierra. Atum, Sow, Niot, Osiris, Isis, Shet y Nebtho eran Angeles, los hermanos
que quedaron sobre la tierra por orden del Altísimo.
Y, finalmente, el último gran cataclismo que debía destruir, para
siempre, el gran continente de la Atlántida para dejar sitio a las crecientes
aguas de los dos polos.
con este terrible desastre geológico desaparecieron los últimos
restos de la raza atlantídea vuelta viciosa, débil y practicante de la magia
negra.
EL HOMBRE Y LA CRUZ
Aflora nuevamente a en el hombre la sombra espectral de un triste,
atávico pasado.
¡RECUÉRDATE HOMBRE!
¡PÁRATE! No vuelvas a repetir el mismo camino por el que has sido
maldito. Medita, escruta en lo profundo de tu alma y verás que, además de la
Gran Luminosa Cruz, te volverás a encontrar a ti mismo, aterrorizado, culpable,
de rodillas ante el gran pecado, en espera del misericordioso perdón de Dios y
de los Cielos.
En aquel remotísimo tiempo toda la humanidad del Planeta Lucifer se
sentía irremediablemente perdida. Ahora ya no había esperanza de salvación y
era necesario huir, huir lo más pronto posible. Miles de naves espaciales
estaban listas y otras llegaban del Planeta Marte y del Planeta Saturno. El
planeta condenado a muerte por una lenta y progresiva desintegración ya estaba
próximo a alcanzar el punto crítico. Era necesario actuar rápidamente. La
deflagración final podía llegar de un momento a otro. La energía atómica que el
hombre, con tanta ligereza había desencadenado, creó una desintegración en
cadena de algunos grandes yacimientos de elementos sensibles yacentes en el
subsuelo de aquel planeta.
Nadie estaba en condiciones de poder parar el caos de una potente
energía vuelta loca y destructiva. La tierra que entonces se encontraba en la
órbita del actual planeta Venus y este en la del planeta Mercurio, fue la meta
de una gran parte de los fugitivos.
En el firmamento miles de transatlánticos
espaciales circulaban entre el planeta agonizante y la Tierra, Marte y Saturno,
los lugares más cercanos para encontrar refugio. Llevaron con ellos cuanto era posible,
pero no todos pudieron ser salvados. La Tierra todavía en un estado primitivo y
poblada exclusivamente por enormes animales, no se volvía del todo acogedora,
pero como refugio provisional, en aquel desesperado momento, había sido
considerada providencial. Criaturas de ambos sexos y de diferentes razas
creyeron encontrar un temporal acomode en espera de los acontecimientos. El
tiempo de lo peor ya estaba cercano y mientras en el planeta, agonizante,
millones de criaturas esperaban la salvación, una visión apocalíptica y con un
inmenso resplandor, atroz, golpeó la aterrorizada mirada de los salvados.
El cielo se había vuelto luminoso y pavoroso. Una célula del
Universo había sido asesinada por el hombre rebelde, desobediente a las Leyes
del Cosmos. Una grave culpa que no puede ser fácilmente borrada y que el Cosmos
castiga severamente.
El caos
en todo el sistema solar fue de enorme alcance y muchos otros planetas,
comprendida la Tierra, arriesgaron a ser lanzados fuera del propio equilibrio.
El Sol vibró fuertemente dejando escapar de su propia superficie una enorme
masa de materia incandescente que después debía asentarse en una órbita muy
próxima al Sol y que nosotros, luego, debíamos llamar Mercurio.
La Tierra,
Marte y Venus y todos los planetas del sistema solar recibieron enormes
choques, mientras las gigantescas rocas del planeta destruido se dirigían en
todas las direcciones del espacio sideral. Muchos de estos pequeños mundos
encontraron un asentamiento definitivo orbitando en la proximidad del planeta
Saturno.
La perturbación del sistema solar fue desastrosa y el planeta Tierra,
este mundo de manto azul, sufrió, además de los choques, el desplazamiento del
eje polar y por consiguiente todos los efectos de esta no menos desastrosa
causa: erupciones, levantamientos y hundimientos de la corteza terrestre,
invasión loca de las aguas, movimientos telúricos de gran alcance. Los seres
que en ésta habían buscado un refugio temporal para salvar la vida, fueron
diezmados y sus aparatos, estacionados, fueron completamente destruidos y
tragados por la tierra y las aguas en movimiento. Los supervivientes no eran
muchos, ahora la lucha por la sobrevivencia se había vuelto desesperada y sus
mentes trastornadas por los inmensos sufrimientos psíquicos provocaron la
completa anulación de su personalidad. Los ojos desmesuradamente abiertos de
terror era lo único que había quedado de la inhumana desolación que los
rodeaba. Los infelices seres que sobrevivieron a tanta desventura tenían ante
sí un pesadísimo equipaje de enormes sacrificios a llevar a lo largo del nuevo
camino de su existencia. Pasó mucho tiempo y lentamente se iba borrando de su
mente la imagen de tanta tristeza. El recuerdo de haber venido del cielo no les
abandonó nunca y durante milenios cantaron esta su gran verdad.
El tiempo pasaba y el relato de los Padres tejía fábulas, sueños,
pesadillas y fantasía en la mente de los descendientes, ahora tan diferentes en
el cuerpo y en el espíritu.
Tantos otros acontecimientos atormentaron la gran alma, amodorrada
en el vértice de un triste pasado y tantas otras veces volvió a aflorar en la
mente de los más evolucionados el impetuoso deseo de comunicar con la voz del
cosmos para pedir respuesta a las preguntas que surgían del interior como
imágenes vivientes y significativas. Pero la cruz luminosa e inmensa quedó,
para siempre, esculpida en lo profundo de sus corazones. Una señal, que nunca
pudieron olvidar y que en tantas circunstancias aparecía como una invitación al
arrepentimiento y al temor. Sufrimientos, luchas con la joven naturaleza del
planeta en fase de maduración, batallas contra las voraces, enormes, bestias y
las indefensas criaturas, empujaron a los mejores a pensar, pensar con
fortísima voluntad. De los sueños sacaron útiles enseñanzas y de la naturaleza
los primeros medios rudimentarios.
Los conocimientos se volvieron cada vez más
numerosos y los medios se construían con más facilidad.
El tiempo había trabajado para ellos y el dictamen misterioso del
gran saber se había revelado lentamente. Recomenzaron a vivir en contacto con
la naturaleza misteriosa de la Inteligencia Universal. Adivinó el gran
despertar y el hombre ya no pudo frenar más el río de su atávico saber que, en
un primer tiempo, se había adormecido. Pasaron milenios y milenios en un continuo
ascenso evolutivo entre el multiplicarse de las diferentes razas y otras nuevas
llegadas a la luz.
No todo el tiempo fue feliz a causa de las convulsiones periódicas
del planeta que, en fase de asentamiento, a menudo provocaba muerte y
destrucción. Pero sus corazones ahora estaban templados y su espíritu alto como
la cima de una montaña.
Recomenzaban y construían mejor que antes, viviendo con más férrea
voluntad y con una fe inquebrantable. Lo que más preocupó a los Sabios de
entonces fue la reminiscencia de una terrible fuerza de dominio y de guerra
que, poco a poco, se iba formando en el ánimo de muchos. El instinto del
funesto pasado se despertaba, también del largo letargo y, entre las cosas
buenas que la mente realizaba, las malas eran las más grandes y las más
terribles. Esto preocupó muchísimo a la infalible Inteligencia del Cosmos e
igualmente preocupó a aquellos que, iniciando la gran exploración de los mundos
nuevos, después de la inmensa, apocalíptica, catástrofe acontecida en nuestro
sistema solar, habían conocido el destino de aquellos que buscaron, en el
remotísimo tiempo, salvación sobre la Tierra.
Diez mil lejanos años de nuestro tiempo ellos conocieron nuestro
mísero estado psicológico e hicieron de todo para hacernos mejorar rápidamente,
dejando sobre la tierra maestros insignes de cultura universal. Muchos de ellos
vivieron largo tiempo sobre la tierra y, a menudo, sacrificaron su vida con una
pasión pura, angélica, santa.
Sus enseñanzas y sus conocimientos fueron de muchísima ayuda para mejorar
progresivamente el proceso evolutivo de las razas. Su saber era infinito y sus
conocimientos exactos. Quizás, en aquel tiempo, nos habían hecho conocer quien
verdaderamente era DIOS. Pero las convulsiones del planeta no habían terminado
y otros desastres se añadieron a los acaecidos a lo largo del tiempo;
recomenzaron nuevamente y, esta vez, con la ayuda de quien conocía todo de
nosotros, todo desde el principio hasta este nuestro tiempo. Sabían quienes
éramos y de donde habíamos venido.
Nada escapaba a sus conocimientos, ni siquiera la mala formación de
nuestros, a menudo famélicos y bestiales instintos que se agigantaban en la
obra y en los hechos de la vida. Nos consideraban, nos ayudaban, nos
compadecían, pero debían mantenerse, necesariamente, alejados, ocultos,
escondidos con todos sus conocimientos en aquel tiempo incomprensibles, tanto
como hoy. Muchos de ellos se sacrificaron por nuestro bienestar y tantos otros
realizaron cosas maravillosas, inconcebibles para las mentes de entonces.
Ezequiel, en su libro (Sagrada Biblia) los describía así: “La primera visión de
los Querubines”. Eran ellos y desde el primero hasta versículo veinticuatro de
su libro Ezequiel lo afirma en el modo más claro e inequívoco. Estaban con
nosotros porque querían, a cualquier precio, realizar un gran bien para sus
semejantes en cautividad. El gran acontecimiento acaeció, la hora del perdón
había llegado y la paz se debía concluir en la señal de la cruz y del
sacrificio.
El hombre y la cruz se volvieron un símbolo que debía sacudir para
siempre al alma humana. Debía recordar algo, muy grande, de indiscutible verdad
que quedó impresa en la gran bóveda celeste; principalmente debía hacernos
meditar, comprender y con la más razonable convicción, sentirnos culpables de
un gran pecado, de una desobediencia hacia DIOS y todas las almas vivientes del
cosmos. La gran paz nos vino misericordiosamente ofrecida, unida al perdón.
Pero, una vez más, el hombre nutrido con la carne de la bestia felina, no quiso
comprender, no quiso sentir, sobre todo no quiso aceptar un cambio radical de
su vida absurda e inconcebible. Era lo que era y debía sudar sangre, sufrir
todavía para poder comprender mejor su verdadera naturaleza, su blasón. Y, he
aquí nuestros tiempos, tiempos de gran progreso material y de regresión
espiritual. Una infinita reminiscencia que marca las cosas más impensadas y las
edifica con desconcertante prontitud.
Los aviones, los coches, los navíos, los grandes mecanismos, los
rascacielos, empresas de fábula y de disfrute de los recursos que este mundo,
ya adulto, nos ofrece con tanta profusión. ¡No basta! Ha habido una
reminiscencia incontenible y tan peligrosa que ha puesto en alarma a nosotros y
a otros, la energía atómica, un monstruo oculto y de inaudita violencia
destructiva tienta, nuevamente, insertarse amenazante en la ya vieja historia
de nuestro sistema solar. Parece que la misma mente de entonces se haya
posesionado de esta caótica energía y que, inmutada irresponsabilidad, intenta
emplearla como medio de destrucción y de muerte. Una vez más, el hombre pone en
peligro la existencia de un mundo y de todo lo que contiene con tanta inaudita
ligereza.
Unos dos millones y medio de criaturas humanas se preguntan porque
se recurre a esta monstruosa fuerza destructiva y aún si no lo demuestran, en
el corazón de toda criatura humana está siempre esta pregunta, cuya respuesta
está encerrada entre los labios de aquellos que todavía viven en un mundo que
ya no está. Estos saben la medida de la gravedad, pero, a menudo, el instinto primordial
los ciega y los vuelve irresponsables e inconscientes; la amenaza es grave, el
peligro espectral, de un triste, atávico pasado, hace temblar el alma humana de
terror.
Pero, por providencia de todos, las malas intenciones de los pocos
y el espanto de los muchos, han atravesado el océano inmenso del espacio
sideral para alcanzar el corazón y la mente de los justos, de los mejores, de
aquellos que, más y mejor que nosotros, conocen la Ley del Universo. Ahora se
ha llegado al tiempo en el que no es posible no comprender que nuestra soledad
en el gran espacio ha sido solo aparente y que en realidad nunca hemos estado
solos desde hace muchisímos siglos. Muchos fenómenos deberían hacernos
comprender, más profundamente, que somos lo suficientemente idóneos para la
aceptación de Verdades Universales mucho más grandes que aquellas que la
historia nos ha dado a conocer hasta hoy.
Y en verdad una, gradual pero lenta, predisposición, existe ya en
millones de personas, gracias a la metódica, precisa e indestructible obra de
los Hermanos mejores que, como en el pasado, todavía hoy más que ayer se
prodigan con perseverancia y con voluntaria abnegación. Hoy ya no es posible
entender mal para huir de la verdad que nos supera y nos domina. Ya no es
posible escribir como escribió el Profeta Ezequiel: “El aspecto de las ruedas y
su movimiento se parecía al color del crisólito, y las cuatro se parecían, y su
aspecto y su funcionamiento parecía como si una rueda estuviera dentro de otra
rueda”. Y todavía: “Mirando vi que sus llantas estaban todo en derredor llenas
de ojos”. Y finalmente: “Sobre las cabezas de los vivientes había una semejanza
de firmamento, como de portentoso cristal, tendido por encima de sus cabezas”.
En aquel tiempo el Profeta Ezequiel se expresó así para describir
la aparición de las naves espaciales y de los cascos espaciales que las
criaturas de aquellos aparatos llevaban sobre la cabeza y que vestidos como
iban le dieron la sensación de ver curiosos animales de forma humana. Y luego
un dictado que debía, absolutamente, aceptar y que venia de Dios. ¿Quiénes eran
aquellos que Él llamó Querubines?. Desde entonces han transcurrido cerca de
tres mil años y en este nuestro tiempo la visión que tuvo el Profeta Ezequiel
se repite suscitándonos la misma pregunta: ¿Quiénes son?. ¿De dónde vienen?.
Nuestros ojos los ven y nuestra mente los comprende así como en realidad son,
pequeñas y grandes naves del espacio que surcan velozmente nuestro cielo.
Muchísimos las han visto aterrizar y otros muchos se han aproximado en el
intento de conocer y hacerse comprender. Noticias de este tipo se podrían citar
a miles. Muchas personas los han visto con casco y buzo espacial, tan
complicados que parecían a primera vista curiosos animales de forma humana.
Indudablemente bajo aquel casco, dentro de aquel complicado buzo, estaba el
Querubín del Profeta Ezequiel, los mismos Mensajeros del Cielo deben finalmente
hacernos comprender que la palabra de Dios está nuevamente en medio de
nosotros. Muchos son los Querubines, Serafines y Tronos que nos miran y
escrutan atentamente nuestros propósitos, preparándonos a aceptar verdades más
profundas, que por los siglos de los siglos siempre han sobrepasado nuestros
escasos y confusos conocimientos.
¿Estamos verdaderamente al borde del gran abismo? ¿Quizás estamos
muy cercanos al tiempo que nos debe empujar nuevamente al fatal error?.
Las premisas, en verdad, no faltan y el tiempo de la monstruosa
energía que destruye ya ha llamado con inaudita violencia a las grandes puertas
de este nuestro querido mundo, la grande y terrible bestia con cabeza de hongo
se ha despertado amenazadora, implacable, con ira, decidida a destruir, a
devorarlo todo sin piedad.
El Hombre está aterrorizado y con la mirada dirigida hacia el
cielo, piensa, mientras una gran Cruz Luminosa se pone ante sus ojos.
El alma delira en un gran e indefinible desconsuelo y asalta de
tristeza la mente y el corazón. La mayoría se agita en un silencioso miedo,
mientras la minoría, aquellos que se creen los únicos patrones del destino de
la Humanidad y del Mundo, gozan teniendo atada a un hilo de seda la mortífera
fuerza de un monstruo que, ligado a un deber, con una mente más equilibrada y
más cuerda, podría servir como solo y único medio de fuerza para los mejores
destinos de la Humanidad. Pero para desdicha de los justos y de los indefensos,
todavía no prevalece la razón del hombre sobre la bestia, y el grito feroz y
sanguinario de la energía vuelta loca por la mente del hombre, retumba en el
espacio con mayor amenaza.
Una vez más en el gran océano del espacio sideral silba velozmente
la imagen de un gran peligro, la intervención se ha vuelto necesaria,
indispensable.
El punto crítico ha marcado el tiempo y es necesario,
absolutamente, prevenir el inmediato desarrollo de lo que va a suceder.
¿Superaremos la gran crisis?.
Ellos están sobre la tierra, no sabemos como y donde, pero están.
¡Esto es cierto!.
Llamémosle como creamos más oportuno, digamos de ellos todo lo que
queramos, mostrémosle a nuestra mente como deseemos, pero esto no excluye el
hecho de que ellos están y además se hacen ver repentinamente. ¿Quiénes son?.
¿De donde vienen?. ¿Por qué han venido?. ¡Quién tenga oídos,
escuche y quien ojos para ver, vea!. Pero lo que más conviene, al momento, es
ARREPENTIRSE a tiempo y, esta vez queriéndolo, o no. No planteéis aquella necia
pregunta del porque no se hacen ver o del por qué no bajan, con sus aparatos,
en las plazas. Comprendedlo una buena vez y para siempre que ellos nos conocen
desde tiempos remotos y lo saben todo, digo todo de nosotros desde la A hasta
la Z. Toda publicidad sería, para ellos inútil, digo mejor contraproducente a
la obra que deben desarrollar sobre la tierra. La veleidad es un vicio humano
que estas criaturas consideran poquísimo. Saben lo que deben hacer y en el momento
oportuno lo sabrá toda la humanidad.
Este es el solo y único pensamiento que domina sus inteligencias.
¡Todo el resto no cuenta!.
Los burlados, aquellos que antes que los otros han visto y sentido,
comprenderán los primeros, sin ninguna sacudida psíquica. La grande, la más
grande de las Verdades Universales. Este será su más justo y anhelado premio
porque en verdad: “los pobres de espíritu verán el Paraíso”. Y todavía: “Los
últimos serán los primeros”.
Esto he escrito sin mi personal intención, sin una pizca de
veleidad especulativa, ya que he sentido, impetuosamente sentido que el Amor de
Dios está en medio de nosotros con toda Su gran misericordia, hoy más que
nunca, hoy más que nunca.
Siento un gran temor leyendo nuevamente lo escrito en
estas descarnadas páginas y pienso:
¿Bastarían todos los libros del mundo para haceros comprender lo
que yo he comprendido al releerlos?. Soy una nulidad, soy un pedacito de carne
viva, con un alma luciente y clara, y no menos que mis semejantes, con una
inmensa cruz resplandeciente ante mis ojos, llenos de silenciosas y trémulas
lágrimas.
En verdad yo digo:
En el tiempo pasado está mi futuro, porque es verdad que en el tiempo
futuro está mi pasado.
En verdad, yo digo todavía:
Aquello que en el tiempo fue, en el tiempo es y será.
“Luego vi, cuando él tuvo abierto el sexto sello: Y, he aquí, se hizo un
gran torbellino, y el sol se volvió negro como un saco de pelo y la luna se
volvió toda como de sangre.
Y las estrellas del cielo cayeron a
tierra, como cuando la higuera sacudida por un gran viento deja caer sus higos.
“Y el cielo se recogió como un libro revuelto, y toda montaña e isla fue
removida de su lugar”.
Y en verdad: Yo, Eugenio, hombre que fue y que es en el tiempo de vuestra
generación, en verdad yo os digo que las montañas y las islas fueron removidas
de su lugar antes de tiempo y que Él, Juan, lo describió como en el tiempo
venidero, de otras generaciones.
En verdad aconteció que las montañas y las islas fueron removidas de su
lugar y con sus inmensas tierras navegaron como cascarones en la inmensidad del
furioso mar.
Muchas tierras fueron perturbadas y otras devoradas por los profundos
abismos de los océanos. Un continente se desgajaba del otro como blanda hoja de
papel, semejante a una ramita a merced del furioso viento; ahora entraba en el
mar y ahora salía a la luz. Otro no retornaba más ante los ojos de los futuros.
Y yo vi por voluntad de Dios, porque yo fui en aquel tiempo como ahora soy,
hombre, y vi, con los ojos abiertos, esto que aquí os describo.
Entonces era muchacho y ha pasado tanto tiempo que todavía me parece un
largo sueño. Sin embargo es tan verdadero aquello que fue y vi que, retornando
al tiempo, ya remoto, de hace doce mil años, todavía encuentro las mismas cosas
de entonces, cuando la faz del mundo era otra y diferentes eran las cosas y las
costumbres de los hombres.
Aquello que vieron mis propios ojos, lo recuerdo ahora que tengo treinta y
tres años.
Y yo vi aquello que mi alma conserva y que os relata ya que el tiempo esta
próximo.
Era entonces tiempo que dista de este cerca de doce mil años, cuando los
templos y los nidos de los hombres eran lechos llenos de flores y de olores y
cada cosa quería ser como la eterna música de los cielos. El sol resplandecía
como jamás, y su luz penetraba en cada uno de los más remotos ángulos de la Tierra. El murmullo
del viento era dócil y, agradable como una caricia de los Angeles, se posaba,
en todas partes, suave y cálido. De un lado a otro de la tierra la voz alegre
de las almas felices vibraban en el espacio como un dulce encanto desde el alba
al ocaso; y los pájaros sin temor y con alegre gorgojeo, volaban alrededor de
los hombres y de las cosas, aun más alegres y más felices. La música adornaba
de gracia las almas embelesadas de puro amor y en cada corazón yacía mórbida la
bondad y la dulzura del espíritu. La noche no parecía noche y en toda alma no
encontraba sueño por la belleza que la rodeaba. Y el verde de los campos y
todas las cosas que estaban en el regazo de la naturaleza eran de una extraña belleza.
Las caravanas, gente alegre, andaban por allí o retornaban con el corazón lleno
de viva esperanza. Aquel era el tiempo del espíritu y de la sabiduría.
Y, yo, bien recuerdo, nunca la humana gente conoció aflicciones, ni nunca
la tristeza veló de sombra los pensamientos de los hombres.
Acaeció después que la humana gente se hinchase de orgullo y que la
creación viniese turbada hasta volver lo dulce de la vida y del corazón tan
amargo y que se volviesen una sola cosa, como una sola columna. También sucedió
que la alegre voz del alma ya no era como antes y que de uno al otro confín de
la tierra ya no resonaba el canto alegre de la felicidad de la humana gente.
En el corazón de los hombres el amor al Espíritu de Dios se volvía débil, y
tristeza y aflicción penetraban cruelmente en el corazón de las gentes.
Muchos, inflamados de orgullo y de odio, practicaban maléficos
entendimientos con Rey y Sacerdotes; y tanto los unos como los otros se
impregnaban de maléfico arte y erigieron templos con figuras de oro y de piedra
rara, dando así a los ojos y quitando y negando la alegría del espíritu. La
obra del mal había, en muchos de ellos, enflaquecido el amor y la sabiduría
hacia las cosas del espíritu, poniendo enfrente del bien el mal del odio y del
orgullo.
Acaeció que el hermano nutriese odio para el otro hermano y que el padre
nutriese odio hacia los hijos. El uno buscaba golpear al otro con la misma
crueldad. El mal y el tormento consumían lentamente lo bueno y feliz de sus
almas, y muchos de estos cayeron enteramente en los pecados más graves,
demoliendo y consumiendo aquello que Dios había tan largamente prodigado y con
tanto amor dado.
Pasaron así muchos años y las maldades se multiplicaban vertiginosamente en
el corazón de los hombres. Dios ya no debía ser feliz y Su tristeza era
profunda por la obra que los hombres habían emprendido. No se vieron más
caravanas de hombres plenos de esperanza en el corazón, más bien columnas
interminables de seres embrutecidos y malvados, ligados a las enseñanzas y las
ordenes del Rey y de los Sacerdotes. Ya no había paz y solamente para pocos el
tiempo de los Padres y de los Antepasados se volvió un mito de gran esperanza.
Yo había crecido y bien comprendo todas las cosas que aquí os relato. Un
día sucedió que yo viese a un hombre viejo y barbudo que, orando al gentío, en
multitud reunida a su alrededor, decía: “Así fue, así es y así será hasta la
séptima generación; y esta es la quinta de las siete”.
Así decía el que yo miraba con ojos atentos y con mente despierta. Y Él
todavía dijo:
“Pasará el tiempo, y pasará infeliz hasta que el Hombre Eterno venga de los
cielos, como aconteció antes de que nacieran los padres de vuestros padres para
juzgar las culpas, por ellos, cometidas. Lo que sucede ahora, deberá suceder,
todavía, por dos veces sobre esta tierra; la última será la séptima vez”.
Y Él, todavía decía:
“Siete veces todo hombre vendrá sobre la tierra y el no recordará jamás
haber nacido antes y haber renacido después; y esto por siete veces”.
Y Él así hablaba, mientras mi alma ardía de verdad y de profunda
admiración. Y Él así decía, todavía, a la muchedumbre:
“Siete son las generaciones que durarán y también deberán terminar sobre
esta tierra; y vosotros sois la quinta generación. Siete son las Escrituras de
los Cielos y cada generación tiene una por voluntad de Dios. Esta, vuestra, es
la quinta, y también deberá terminar. La séptima será la última prueba, luego
advendrá el juicio final”.
Así Él hablaba a aquellos que habían perdido la paz del alma. Y todavía
dijo:
“Vosotros sois la quinta, y la simiente de la sexta nacerá de vuestro fin.
Así está marcado en el gran Libro de los Cielos. Y entonces advendrá que el
Hombre Eterno, Dios, vendrá sobre la tierra como sol resplandeciente del cielo
para mostraros Su Gloria y la Potencia de Su Reino, que es Reino del Espíritu
Eterno. Muchos de vosotros, vueltos fuerza del mal, sentirán terror y, sin
embargo, no modificaran, ni volverán atrás de sus propósitos, ni se
arrepentirán los que van a nacer, puesto que el maléfico arte de los padres
también quedará en el semen. Pocos, en verdad, serán aquellos que volverán a
las voluntades del espíritu; y solamente estos se salvarán en el alma y en el
cuerpo. Estos serán guiados allá, hacía oriente, donde la tierra quedará fuera
de la furia de las aguas, e inmune a los desastres, y todavía estos proseguirán
hacia el recto camino, alzando tabernáculos y templos a la gloria y la potencia
de Dios".
Y yo escuchaba a corazón abierto aquello que Él decía a la muchedumbre
inquieta y amenazante.
Acaeció que Él no fue creído, como hombre semejante a los otros, e
incapaces de advertir en sus corazones la fuerza de la piedad, ellos
sentenciaron en secreto aquello que debían efectuar a Aquel que había predecido
tal fatal destino, a causa de sus pecados, por voluntad de Dios, predicando sin
ningún temor. Las turbas, animadas por malvados propósitos y mal aconsejadas,
lo cogieron en el lugar donde Él estaba y lo aislaron a viva fuerza. Mi corazón
ardía de amor por él, yo era joven, sin embargo amaba las sabias palabras que
Él decía, con tanto sentido, dicho. Y sucedió que lo llevaron a un campo en
donde las flores estaban abiertas al sol cálido y resplandeciente, y allí
comenzaron a practicar lo que en secreto habían sentenciado. Él no sintió
impaciencia, ni la cordura del alma y del corazón se removió, no hizo ningún
signo de rebelión, ni sus ojos, semejantes a las estrellas, se dilataron por
miedo.
Más bien quiso añadir, todavía, algunas palabras a lo que había dicho, y
dijo: “Vendrá el tiempo en que yo me sentaré entre los Siete Jueces del Cielo,
por Deseo de Dios y allí leeré, punto por punto, vuestras culpas y tal será el
juicio: que vuestra raíz quedará sobre la tierra y lo que habéis pensado
practicar sobre mi cuerpo, vendrá practicado a aquellos que, de vuestra raíz,
vengan al mundo hasta el tiempo que Dios quiera, con igual fuerza y medida.
Arrepentíos, pues; puesto que todavía es tiempo”.
Pero las turbas enfurecidas y mal aconsejadas no quisieron frenar el
malvado instinto del mal. Y aquello que yo vi, después que Él terminó de
hablar, fue tan cruel que mis ojos se volvieron como piedras en el mar. Vi
hombres buscar en el cerebro del Sabio aquel que tan mal hablaba en su lugar. Y
buscaron, buscaron sin encontrar aquello que ellos pensaban estuviese. Y el Sabio
Hombre, aún sin aquello que el hombre debe tener necesariamente, quedó así como
era antes, todavía más vivo que aquellos que lo rodeaban, realizando el delito.
Tanto que al verlo, aquellos que habían actuado primero, se volvieron
irreconocibles, puesto que no hablaban como era corriente hablar, sino más bien
como hablan los insensatos y privados de consciencia; y sus ojos giraban de un
punto al otro, veloces como el viento.
Acaeció que el Sabio Hombre, aún quedando como estaba, dijo todavía:
“Habéis visto aquello que a los mortales no es dado ver en vida y en el
futuro del tiempo.
Tal cosa operará Dios en vosotros y en aquellos que germinaran de vuestra
raíz.
Sin embargo no sabréis nunca, ni conoceréis, porque Dios así querrá que
sea”.
Y después de haber dicho esto, así como estaba, se encaminó como un hombre
que tiene todo aquello que la madre da a su propia criatura.
Sin embargo no era así: Porque cerebro Él no tenía.
A tal vista acaeció una turbación en todos aquellos que observaban tan
extraña valentía del Sabio Hombre. También yo, como ellos, me turbé; pero ya lo
estaba antes, porque en mi alma sentía arder de verdad sus palabras.
Y sucedió que lo seguí yo solo. Y otros, todavía aterrorizados, se
marchaban haciendo camino inverso. Sin embargo, cuando Él me vió, no
retrocedió, más bien con amable atención se paró y dijo: “Ven, pequeño mío,
puesto que en ti esta aquello que esta en mi”.
Ante estas palabras suyas, los ojos, el corazón y mi alma sintieron un gran
calor y todo mi cuerpo ardía como el fuego.
Y Él, todavía más cerca de mí, dijo:
“No tengas enojo por aquello que has visto, porque lo que sientes en tu
alma, Dios ya lo ha sentido mucho tiempo antes; y Él dará el mismo dolor”.
Y yo, todavía tembloroso de piedad, pregunté: “¿Quién eres tú que en mi
alma haces tanto vacío de dolor y de tristeza?”. Y Él así contestó:
“Yo soy mensajero de Dios y por su Voluntad he venido sobre la tierra. Yo
no tengo nombre y no soy como tú eres; sin embargo tú, pequeño mío, posees
aquello que yo poseo por voluntad del Espíritu Santo. Aquel que tú sientes en
tu frágil y, sin embargo, gran consciencia es Aquel que reina eternamente en
los cielos, allí donde tus ojos no podrán ver”.
Y Él, así como un padre instruye a los hijos, continuaba:
“Hay un lugar en el que la noche es día y el día esplendor; en un tiempo no
lejano tú nos verás, y allí verás a Aquel que tus ojos ven”.
Y continuando, todavía decía con amoroso aliento:
“Aquel día los ángeles cantarán en coro, y tú vendrás por el camino que a
mi te conduce, donde quedaré por los siglos de los siglos, hasta el juicio
final. Tú, pequeño mío, un día dejarás aquí, sobre la tierra, tu cuerpo; sin
embargo tú vivirás en forma diferente, que ni cuerpo ni aire te serán útiles; y
sólo cuando habrás visto aquello que el futuro conserva a la séptima
generación, sólo después, por concesión de los Siete Espíritus de Dios, y por
Su consentimiento, volverás a ver, nuevamente, el mundo con diferente faz de
cómo ahora tú lo ves”.
Después de haber dicho esto, el Sabio Hombre añadió:
“Ahora yo te dejaré y tanto tiempo pasará antes de que tú puedas volver a
sentir el calor de tal verdad en tu alma; pero todavía te digo: en aquel tiempo
cuando tú hayas retornado entre los hombres de la séptima generación y cuando
hayas cumplido los treinta y tres años, yo estaré en tu alma y en tus
pensamientos, y de esto te daré prueba de haber venido, ya que a ti querré
hablar de tantas cosas.
Y ahora es oportuno que tú sepas el camino justo y aconsejado.
Acontecerá que el sol se volverá más grande y mucho más resplandeciente de
cómo ahora tú lo ves. Que esto no turbe tu alma porque ninguna cosa arderá de
ardiente fuego. Cuando esto sea observado, tú andarás camino hacía oriente y
paso a paso tu alma será aconsejada por los largos senderos verdes que, en el
tiempo, deberás recorrer. El camino será tan largo y fatigoso, pero esto no
será turbación ni para tu cuerpo ni para tu alma porque serás guiado y
aconsejado.
Sucederá que al final del largo camino encontrarás aquellos que sobre la
frente llevan el sol, semejante a aquel que tú ves en el cielo, y allí te
quedarás. Allí pasarás el resto del tiempo de tu vida; terminarás los días sin
padecer dolores en tu cuerpo, ni este quedará descubierto, ni mano humana lo
tocará hasta el fin. Y entonces, cuando esto acontecerá, que tú dejaras el
cuerpo, de hombre, y vendrás al Reino de los Cielos, de aquel Reino yo te
mostraré, aquello que sucederá sobre la tierra por culpa de la quinta
generación”.
Después de haber terminado de hablar, yo me sentí envuelto en un profundo
sueño y apoyando mi cabeza sobre sus rodillas me adormecí silenciosamente.
Al llegar la mañana, apenas mis ojos se abrieron, vi allí, en el lugar de
las rodillas del Sabio, una abundancia de diferentes flores perfumadas y
todavía vivas de tanta vida. Él ya no estaba, ni en los alrededores mis ojos lo
vieron. Busqué con inquietud y con esperanza y durante mucho tiempo peregriné
intentado encontrarlo; pero ¡Ay de mí! vanas mis indagaciones. Él no era como
yo era, ni sobre la tierra, porque sucedió que mi alma, dentro de mí, habló
diciendo:
“No te fatigues más con tanto amor, ya que inútilmente tú buscarás a Aquel
que anhelas como era. Yo ya no soy como tú eres, puesto que el Padre me ha
llamado a Sí y también estoy dentro de ti para que tu alma hable y diga aquello
que yo quiero decir”.
Y aquel que yo sentía dentro de mí, me alegraba el corazón y mis ojos daban
luz de felicidad, como yo jamás había tenido. Sin embargo Él ya no estaba, y yo
con vehemencia anhelaba que Él fuese así como mis ojos lo habían visto.
Pasó el tiempo y dentro de mí albergaba la voz del Sabio y me seguía a
cualquier lugar que yo fuese. Mis años habían alcanzado el numero veinticinco y
el sol estaba en el signo de la sabiduría que es el signo del Espíritu y
también signo de la quinta generación, en la que vi los años de mi vida, crecer
como planta de prado.
En aquel tiempo sucedió aquello que en mi corazón estaba grabado. Y vi al
sol acercarse tanto a la tierra, como amenaza mortal. Las turbas, los reyes y
los sacerdotes tuvieron infinito miedo, y todos gritaban como seres sin juicio:
andaban como el viento enloquecido buscando refugio en el vientre de los
montes. Y gritaban con tanto estruendo que me parecía que las aguas de los
mares discurrían veloces sobre la tierra.
Mis ojos no se movieron del espléndido sol, vuelto diez veces más grande
que su tamaño habitual; ni espanto sintió mi alma, ni yo me moví del lugar, en
donde quede inmóvil, cautivado por tanto esplendor. Y advino que, mientras mis
ojos fijaban tanta maravilla, el Verbo que en mi se hacía palabra decía:
“Es hora de que inicies el camino hacía oriente, por que aquello que debía
acontecer, pronto acontecerá por obra y voluntad de Dios”.
Ante estas palabras yo no quedé mucho tiempo en meditación, porque sabía
que “Él” hablaba dentro de mí. Y aconteció que, mientras yo emprendía el camino
hacía Oriente, vi girar al sol como gira una rueda de carro en la tierra seca y
sin poner en obra ninguna amenaza, volvió nuevamente como era antes, diez veces
más pequeño.
Las turbas, los reyes y los sacerdotes, todavía aterrorizados, no salían
del vientre de los montes, porque en su pensamiento quedaba el miedo de que el
Sol se volviese todavía más grande y más amenazador que antes.
En mi pensamiento brotó, como el alba, el dibujo del camino que debía
iniciar, porque yo sabía, en mi corazón, que lo debía emprender. Y así
aconteció que mi cuerpo inició su fatiga, decir el tiempo me parece todavía más
difícil. Después de tantos días de camino alcancé un gran bosque y allí puse mi
cuerpo al reposo y mis ojos al sueño. Yo bien recuerdo lo que vi cuando estaba
inmerso en el sueño.
Vi al Sabio Hombre curar las heridas que se habían formado en mi cuerpo con
amoroso cuidado y también vi que Él ponía sobre mis resecos labios aceite
oloroso diciéndome: “Dilecto hijo, esto es Amor del Espíritu; levántate puesto
que la hora está cercana y de tan gran bosque no quedará nada, sino cenizas y
ninguna cosa formará, más, vida”. Así yo hice y con más fuerza que antes me
puse en marcha, abriendo camino a mi paso.
Pasó, todavía, tanto tiempo antes de que yo avistara un hombre, primero, y
después muchos otros venir a mi encuentro como si yo tuviese la corona de su
reino. Sin embargo tuve gran espanto antes de que el Verbo dijese:
“Mira su frente y tranquilízate porque estos son aquellos que Dios librará
de la dura suerte, siendo ellos el semen de la sexta generación; y estos te
amarán porque tú reforzarás en sus corazones la verdad del Espíritu que es
Reino de Dios”.
Y yo, cuando estuve cerca de aquellas criaturas, observé atentamente sus
frentes y vi la señal del Sol, así como era cuando lo vi diez veces más grande.
Y antes de que yo dijese a ellos aquello que en mi mente nacía, ellos me
dijeron: “Sabemos aquello que tú llevas en el templo de la sabiduría y también
sabemos cuanta fuerza hay en tu alma por voluntad de Dios. Ven, acércate a
nosotros y alegra de más conocimiento espiritual nuestras consciencias”.
Y yo que
escuchaba sus palabras con el pensamiento lejano, y sin embargo enterándome de
lo que ellos decían, les dije: “Llevadme allí, donde el templo erigido a la
gloria del espíritu bien conserva vuestras almas cuerdas y sabías, porque es
verdad que allí querré albergar hasta el día que Dios quiera”.
Y así aconteció que yo entrase en el
templo y adorase la gloria del Espíritu Santo y enseñase el benévolo querer de
Su Sabiduría al pueblo de aquellos lugares.
Sucedió que los años alcanzaron el
número cuarenta y nueve y en aquel tiempo la Voz hablase diciendo:
“Hijo, prepárate a dejar tu cuerpo porque, como tú ya sabes, la hora
de tu tránsito ha llegado, y como yo te dije un día, vendrás al Reino de los
Cielos para ver aquello que sucederá sobre la tierra por las culpas de la
quinta generación de los hombres. Prepárate, hijo, porque durante el sueño tú
dejarás la vida terrena y tu cuerpo será bien conservado como yo te dije, en un
tiempo, y como Dios ha dispuesto que sea”.
Y yo, contento por lo que sentía, tuve tal alegría que
el sueño me abrazó con infinita dulzura. Sin embargo no dormí, puesto que me vi
en un lugar que, la humana gente, jamás ha visto ni construido con palabras,
tan bello era aquel lugar que yo todavía creía dormir y soñar, sin embargo no
era así.
Yo allí vi la dulzura, amor, piedad, bondad, caridad,
cordura y sabiduría y tantas otras bellezas de Espíritu y del Reino de los
Cielos. Yo, también, vi todos esas virtudes asimismo en los hombres, porque tal
forma estos tenían, semejantes a como yo era y sin embargo ya no eran, y yo
tampoco. Había tanta belleza que mi Espíritu se alegraba como no sé expresar.
Cada instante de hora, cada hora del día estaba rodeado de dulce felicidad y
pleno de tanto amor que otros, como yo, tal alegría demostraban, acercándose a
mí, sin que yo viese su caminar, decían en coro:
“Gloria al Espíritu en la vida Eterna. ¡Gloria,
Gloria, Gloria!”. Y yo, como ellos, con el Verbo del silencio sin buscar aire a
aquello que ya no tenía, decía:
“¡Gloria, Gloria, a Dios amable Padre de todas las
virtudes. ¡Gloria, Gloria, Gloria!”.
Y tanta música yo oía, que oído humano nunca podía
haber oído. Toda cosa, de la que no sé medir la belleza, tenía luz
resplandeciente a mi alrededor, me pareció contar mil y mil soles y mil
estrellas. Y yo nunca vi la noche ya que la luz quedó siempre espléndida como
yo la encontré.
Ahora, mientras yo tal dulzura absorbía con la luz del
espíritu, sucedió que se abrió en el espacio, como por encanto, una gran pared
de color oro vivo, adornada de flores de mil colores y que rayos de siete
colores saliesen antes que hombres, tal forma estos tenían, de brillantes
cabellos como luciente plata, volasen alrededor como pájaros en fiesta,
anunciando con voz penetrante y plena de musical armonía, los Siete Espíritus
de Dios. Y estos anunciadores eran de tal belleza que los ojos de mi espíritu
no osaban alzarse de la maravilla.
Inmediatamente después aconteció que rayos como oro,
tal era el color, formaron un grandísimo templo, tan grande como para poder
contener todas las generaciones de la tierra y, en su centro, estaban sentados
los Siete Sabios en blanco luminoso. Yo vi sus cabellos como nieve al sol y
suaves como ligerísimas plumas, largos y apoyados sobre hermosos hombros. Sobre
su frente brillaba una luminosa estrella, semejante a aquella que yo veía sobre
la tierra, cuando yo era así como hoy no soy, y su palabra llena de celestial
dulzura, como música, alcanzaba a todos sin que ellos gritasen.
Ante tal visión me sentí turbado, y, sin embargo era
verdad, puesto que su voz llegaba a mí que era el último llegado, y muy lejano.
Y sucedió que uno de Ellos se alzó e indicando como querer llamar algo, dijo:
“Venga aquel que del oriente de la tierra vino aquí, en el cielo, por voluntad
de Dios”.
Y aconteció que alcé la frente y con mi gran alegría
los ojos, que sin embargo no tenía, se posaron sobre el rostro de Aquel que
como hombre vino sobre la tierra a dictar Ley Divina y hacer previsiones de
Sabiduría Celeste. ¡Cuánta alegría sintió mi espíritu no puedo, todavía
decirlo!. Pero bien yo digo, y esto es Verdad que Él era el Sabio Hombre que yo
todavía recuerdo. Y acaeció que yo no pude retener el demostrar mi alegría y
decir: Mi corazón siempre ha estado contigo sobre la tierra, así como mi
espíritu esta contigo en el Reino de los Cielos. Y Él, como un padre habla al
hijo, contestó: “La Gracia del Padre Eterno está en ti, hijo, como lo estaba
entonces cuando tu piedad sentiste, por lo cual yo te dije que vendrías al
Reino de Dios para ver las cosas que, sobre la tierra, sucederán”.
Y, todavía, dijo: “Yo conozco tu fe en el Espíritu, y
todo el Colegio conoce tu obra sobre la tierra en la era de la Sabiduría, por
la que Dios, el Rey del Cielo, y de la tierra, ha querido acoger, con
complacencia, nuestro relato sobre ti; y Él todavía propuso aquello que aquí
acontece y que deberá acontecer en el tiempo que tú, hijo, te volverás, otra
vez, patrón del cuerpo y vivirás como hombre sobre la tierra de la séptima
generación”.
Y yo, como hijo obediente y cuerdo que sigue en la
enseñanza y en el querer al propio padre, estaba atento y escuchaba con
consentimiento Sus palabras y Sus propuestas por lo cual quedaba firme en Sus
designios. Y, todavía, aconteció que se alzó del lugar donde estaba y, con el,
Otro de los Siete y, sin mover los pies, vinieron a mi encuentro, y cogiéndome
de la mano, tanto el Uno como el Otro, me llevaron del lugar donde estaba para
alcanzar un gran monte. Allí, maravillado, aprendí por sus demostraciones lo
que querían decir los corderos que yo veía esparcidos por todas partes, todos
muertos, algunos como ahogados, otros como quemados.
Era una espantosa visión de mis ojos, que no eran como
los que tiene el hombre sobre la tierra. Y Ellos dos, que querían demostrar
aquello que yo veía sobre el monte, me dijeron:
“Hijo, ahora desde este monte tú verás cosas que
luego, por voluntad de Dios, acontecerán en la quinta generación, en la sexta y
en la séptima. En esta última, que es la séptima, tú habrás renacido sobre la
tierra, y hasta que no alcances los treinta y tres años, no recordarás nada.
Cuando hayas cumplido los treinta y tres años, nosotros vendremos a albergar en
tu alma y abriremos el secreto y desligaremos aquello que antes estaba ligado.
Y tú, entonces, recordarás lo que eras antes, y en tu mente se verificará el
retorno de las cosas vividas en la Era de la Sabiduría y de aquello que has
visto desde este lugar. Esto te será fácil recordarlo, y tú harás esto:
escribirás lo que sientas sin tener fatiga en tu mente y sin padecer ningún
cansancio en tu cuerpo. Además sucederá que un número tendrá siempre tu
consciencia despierta y fuerte, y este será el número “siete”. Y, todavía
decimos: que tu corazón no tendrá paz hasta que tú no hayas cumplido la obra
que está en el plan de Dios para la séptima generación.
Asimismo tú debes saber bien que muchos te serán
hostiles y muchos sonreirán de tu obra, esto no debe entristecer tu alma,
porque es verdad que quien se ríe de ti, se arrepentirá de haberlo hecho. Habrá
almas sinceras que creerán en ti y estas se salvarán en el cuerpo y en el alma
y se purificarán y purgarán sus pecados. Luego, ni madre, ni padre, ni esposa,
ni hijos, ni amigos te creerán, más bien intentarán molestarte para que el velo
del desánimo caiga sobre ti. Pero nosotros velaremos sobre ti y sobre tu alma
posaremos los siete dones del Espíritu Santo; y tú serás sabio, inteligente,
aconsejado, fuerte en la ciencia y en la piedad; y finalmente sentirás temor de
Dios.
Así tú serás y tendrás fuerza para combatir y vencer
la obra de los malévolos y de los mal aconsejados, de ofrecerla con dulzura y
bondad, de conocer cosas que otros no pueden, y de repeler la falsedad de las
acusaciones a ti dirigidas. Y, ahora, que tú sabes que estas cosas deberán
acaecer en la quinta, en la sexta y en la séptima generación, que es la última
prueba de la humana gente, sobre la tierra, nosotros callamos para que tu
Espíritu observe”.
Y yo, en la espera, después que Ellos se habían
callado, sentí un gran estruendo, tal que mi alma tembló de miedo, y vi aquello
que os relato:
“Una gran oscuridad se hizo a nuestro alrededor y
encima y debajo de nosotros; y vi a los hombres de la tierra, mujeres y niños
estremecerse de miedo porque la tierra empezaba a temblar, como hoja al viento,
y el mar a hervir como el agua en un puchero. El grito de terror llegaba al
cielo. Toda criatura que, como enloquecida, huía buscando refugio, no
encontraba fuerza y equilibrio y yacía inexorablemente expuesta al fin. Todos
buscaban refugio en los montes, sin embargo no podían tener tal esperanza. Y
aconteció que el mar hervía cada vez más fuerte y la tierra se desprendía de la
tierra y caminaba en el mar como pajitas empujadas por el furioso viento. Y yo
vi que todas las aguas entraban en la tierra y que cantidad de esta quedaba
bajo el agua, dejando un gran vacío; y luego, nuevamente, la volvía a ver, y
luego no la veía más, y con ella todo cuanto arrastraba. Templos, hombres,
animales y grandes bosques y todo cuanto había perecía miserablemente. Luego vi
desplazar las montañas a tanta distancia como un río crecido. Aquellas montañas
estaban ligadas a tanta tierra que, como transportadas sobre la palma de la
mano, desde un lugar eran posadas en otro lugar.
Otras montañas surgían de la profundidad de los mares
y otras desaparecían para siempre. El gran mar empujado y repelido saltaba
sobre la tierra y, como un escamoteador, hacía desaparecer todo como el rayo.
Y yo oía gemidos, de aguda desesperación, vagar en el
espacio, y luego, nada más.
Solo mar yo veía y fuego surtir de las aguas, y la
tierra, todavía fuera de las aguas, correr de un punto al otro como
enloquecida. Un solo trozo de esta había quedado fuera de la catástrofe, y ni
mar, ni fuego la ofendían. Y yo sin poder comprender aquello, me dirigí a los
dos Sabios diciendo:
“¿Venerados Maestros de mi Espíritu, que es aquello
que yo veo fuera de la ira y todavía a la luz del sol?”
Y ellos como si ya lo
hubiesen dicho precisaron:
“Hijo, aquel es el lugar de los padres de la futura
generación y de su semilla Dios se servirá para sembrar nueva vida y nueva
generación que será la sexta y la séptima. Aquella que tú ves es la única
tierra que está a la luz del sol, y es aquel el lugar en donde la fe en el
espíritu quedó incontaminada y pura, aún cuando en el sol ellos tuvieron temor
de Dios. Allí yace tu cuerpo que fue vivo y ahora ya no lo es, puesto que tu
alma está aquí, a nuestro lado. Y aquel que tú has visto no sufrirá la ira
desencadenada, ya que es verdad que aquel es el semen que el Padre ha querido
conservar para las otras generaciones futuras, sexta y séptima”.
Y yo escuchaba lo que Ellos decían, aún sin quitar los
ojos de mi espíritu del mundo descompuesto. Y queriendo, todavía preguntar para
aclaración, les dije: ¿Dulcísimos Maestros, por qué todo perece con tanta
despiadada suerte?.
Y Ellos me dijeron:
“Lo que Dios ha sabido sobre su obra no encuentra
justificación para su vida, porque quien ofende con el peor de los males a
Dios, Él se enoja y castiga.
Él ha querido parar la obra monstruosa de aquella
generación y sembrar nueva semilla. Y la semilla germinará y dará el tallo y
luego las ramas y las hojas, y luego, todavía los frutos, y si estos últimos
son buenos para el espíritu, el árbol vivirá feliz, si luego debiesen volverse
amargos, los gérmenes del mal atacarían el árbol y este comenzará a perder
vida. Pero ya que la humana gente nunca está contenta del bien que Dios Creador
dispone, acontece que son ellos mismos quienes miden en tiempo que el árbol
debe vivir”.
Ahora sucedió que Ellos callaron y señalaron con el
dedo para que yo, alejandome de los razonamientos mirase más atentamente allí
donde había tierra y ahora había mar, y allí donde había mar ahora había
tierra. La faz del mundo estaba muy cambiada y estaba desnuda como cuando el
hombre nace.
Ni templos, ni casas, ni arboles, ni cosas vivientes tampoco veía
yo; Veía la desolación y parecía la única cosa que existía en el mundo. Sólo en
aquel lugar, donde había quedado la semilla, yo veía vida y alma, y allí el sol
resplandecía y daba luz y calor a las cosas que quedaban por voluntad de Dios.
Y pasó tanto tiempo y tanto tiempo todavía, sin embargo yo nunca sentí
cansancio de tener los ojos del espíritu fijos allí donde las aguas vueltas
humo negro, se movían todavía sobre la tierra para buscar la salida y asentarse
en diferente sitio. Y mientras yo meditaba tales cosas, Ellos dos, semejantes a
mi, no desviaron sus miradas, ni hicieron ningún gesto de consideración, sin
embargo, como yo, miraban aquello que yo miraba.
Y pasó todavía tiempo y otro tiempo todavía, tanto que
yo sentí la necesidad de preguntar algo para oír la respuesta aminorar el
silencio que alrededor se había hecho como sombra de tristeza y de dolor. Y les
dije a Ellos: para mover Sus pensamientos de la inmovilidad: “¿Ahora decidme,
Jueces sapientes, si mi pregunta no es atrevimiento, que acontecerá después de
que las aguas se vuelvan como solían estar, límpidas como el cielo y la tierra
como tela al sol?.
Y Ellos dirigiéndose a mi, porque era lícito dar respuesta a
mi pregunta, dijeron:
“
Sucederá, Hijo, que la tierra recobrará vida, ya que el sol, esto hará por
voluntad del Padre Celeste. Además se verificará que los ojos de tu espíritu
verán renacer sobre la tierra todo lo que a ti te pareció estar muerto para
siempre; sin embargo no era así. Y, todavía veras que la tierra se pondrá
bellos vestidos, semejantes a los que tú pusiste en las días del Amor al
Espíritu, y toda cosa, después de ser vestida, toda cosa volverá a tomar vida y
calor, como en el principio, cuando el designio de Dios se volvió realidad”.
Y yo escuchaba y también deseaba conocer más, como un
niño cuando para comprender y conocer mejor las cosas que los ojos ven, hace
tantas preguntas. Y yo así hice y pregunté, y ellos como padres pacientes
contestaron a mi siguiente pregunta: “¿Por qué, yo os digo a Vosotros padres
sapientes y cuerdos, por qué nunca recomienza la vida allí donde la ira del
Santo Espíritu se ha desencadenado?”.
Y Ellos me contestaron con paciencia plena de Amor:
“Hijo bendito, todo acontece por voluntad de Dios,
porque Su voluntad es justo en el bien, si en el bien se vive, en el mal si en
el mal se cae. Y aquella generación que en el mal había caido, tuvo castigo
merecido. Sin embargo, como los ojos de tu espíritu todavía ven, el Espíritu
Santo ha dejado semilla para que regenere y regenere, nuevamente, hasta formar
el nuevo árbol que será el sexto”.
Y yo al oír esto, inmediatamente pregunté: “¿Veré yo
su camino en el tiempo desde este lugar?. ¿Y veré crecer al sexto árbol y
madurar sus frutos?”.
“Nosotros decimos no, hijo, porque aquel tiempo tú no
verás, sin embargo sabrás, ya que muchos de nosotros estarán sobre la tierra
dictando Ley, y como hombres, sin pensar ni prever el designio de Dios. Sin
embargo, ahora, lo sabemos y conocemos aquello que acontecerá en aquel tiempo y
también conocemos lo que obrará el Espíritu Santo, el cual se dignará
descender, de nuevo, entre los hombres para poner ante sus ojos los dones y la
potencia de Su Reino.
Entonces nosotros ya seremos hombres y con Él
operaremos, porque Él así ha dispuesto que suceda en aquel tiempo. Tendremos
tanto que edificar y tantas obras quedarán, de nosotros, sobre la tierra que tú
sabrás sólo cuando llegue la hora de saber. Además te decimos, dulce hijo, que
cuando advenga aquello que nosotros ya hemos dicho, será el tiempo en que el
sexto árbol de la vida habrá absorbido amargas experiencias y que él habrá
abandonado la fe del espíritu. Ya no decimos más, porque cuando advenga tu
renacimiento en la séptima generación y hayas cumplido más de veinte años, el
sol comenzará a poner en tu alma el calor del espíritu, y las estrellas
alimentarán, en el lugar de los pensamientos, fuertes deseos y orientaciones.
No te decimos otra cosa, dilecto hijo, de la sexta generación. Sin embargo,
todavía, pensamos darte explicaciones sobre como se comportará la séptima,
porque tú en esta tomarás cuerpo con alma, como hombre, así como era todavía
antes de este tiempo, cuando alimento, aire, agua y calor eran necesarios a tu
vida”.
Y yo, atento a lo que decían y a lo que todavía
querían decir, escuchaba. Y Ellos continuaron diciendo:
“La séptima generación tendrá la séptima Ley de Dios,
y esta también tendrá los siete dones del Espíritu Santo, puesto que la prueba
es la última. Los hombres serán libres de escoger y modificar según sus deseos,
ya que está en el designio del Espíritu Santo que los hombres de la séptima
generación tengan que acreditar la grandeza de las cosas creadas por Dios sobre
la tierra y en los cielos y, en lugar de ello, tenemos que censurar su obra de
muerte y destrucción. Ahora finalmente sepas tú, Hijo, que llegará el tiempo de
una gran batalla y, todavía antes, graves perturbaciones se desencadenaran
entre los hombres. En aquel tiempo tú habrás cumplido los treinta y tres años,
por lo cual nosotros hemos decidido, por voluntad del Sacro Colegio de los
Sagrados Espíritus de Dios, que es Su misma voluntad, entrar en tu alma para
hacer previsiones y para hacerte escuchar Nuestro argumento. Y entonces, cuando
advenga el tiempo en que seremos en ti, fuertes serán tus sentimientos y más
fuerte será tu amor hacia el Espíritu Santo.
Y comenzarás a hablar de cosas que sientes dentro de
ti por consejo nuestro, y serás fuerte por sabiduría, ciencia, caridad, piedad,
inteligencia y finalmente sentirás, más que nunca, temor de Dios”.
Y desde entonces, yo recuerdo en este tiempo y en esta
generación, ahora que he alcanzado los treinta y tres años en la séptima prueba
de la humana gente. Y aquello que yo vi y relaté, todavía relataré, porque es
verdad que mi alma comenzó a sentir tanto calor como yo bien recuerdo que debía
acontecer en este tiempo.
Dentro de mí oigo claras palabras que hacen vibrar mi
alma y que me dicen:
“Este es el tiempo, hijo del cielo, este es.
En ti está el Espíritu Santo, actúa porque Su Voluntad
ha llegado.
Bendito, bendito tú seas eternamente”.
Ahora, la actual generación humana está a las puertas
del año 2000.
La espera trágica de esta fecha se pierde en la
atmósfera caldeada por la actual civilización y mientras esta generación se
sumerge cínicamente, con todos sus defectos morales, en la orgía fatal de las
conquistas materiales, las Lágrimas del Sol, vagando por el espacio producen en
la mente de los señalados conocimientos, que, aún cuando extraños e
irreconocibles les puedan parecer a otros, no lo son para aquellos que
comprenden el altísimo valor esotérico.
Eugenio Siragusa -1969