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sábado, 17 de octubre de 2015

EL ÁGUILA DE ORO Capitulo 2-Historia de la humanidad terrestre




CAPITULO II








Historia
de la humanidad terrestre






Hoara explica:
Vuestro planeta ha sido visitado, todavía, antes de que naciese el “Homo Sapiens”.
Nuestros predecesores, aquellos que perfeccionaron el proceso inicial de la especie humana, manipulando las primitivas estructuras genéticas, injertaron la entidad inmortal que vosotros llamáis espíritu, inteligencia, individualidad y capacidad evolutiva a través de la experimentación de cuanto existe en la consciencia del poder creante y de sus programas. La razón de vuestro ser, de vuestro existir, de vuestro operar, ha brotado de una precisa exigencia de naturaleza cósmica, difícilmente perceptible por quien se obstina en creer que todo es casual.

El hombre es, porque ha sido así como debía ser hecho, para poder iniciar los primeros ciclos ascensionales y luego alcanzar la meta que le ha sido predestinada desde su nacimiento:
“Ser realmente la imagen del Creador”, para continuar la gran obra del devenir eterno del cosmos.
La tierra es como un mágico espejo.

Si un Genio Solar se complace en reflejar en el Aura Solar su imagen creativa, nace un Ángel. Si el Ángel refleja, a su vez, su imagen en el Aura de esta esfera, nace el hombre. Este último proyecta su obra en el espejo de la vida.

Él se agita, vive y sufre , desaparece y reaparece sobre el gran mágico espejo de la ilusión y del sueño. Pero él es divino y, como tal, tiene siempre la fuerza de romper el espejo del engaño y de volver a entrar y revivir en el pensamiento creativo.




Síntesis Cronológica

Considerar la noche de los tiempos, para la mente humana, es muy complejo porque las variantes son fantásticas y no racionalizables por nuestra lógica muy terrestre y poco universal. 

Es, de cualquier modo, necesario tener presente que las fechas precedentes a la perturbación debida a la explosión del planeta Luz (Mallona), son calculadas sólo orientativamente, puesto que su distancia al Sol, su velocidad de rotación tanto sobre sí mismo, como alrededor del Sol, no eran como hoy. Es imposible, para nuestro método científico, calcular la formación y los períodos de evolución del sistema solar. En la realidad astrodinámica, antes de la situación actual, el concepto del tiempo y de su discurrir era substancialmente diferente. La dilatación del espacio y tiempo en el microcosmos y en el macrocosmos tiende, según la metodología inferior al infinito, según la superior a cero.

Es decir, en realidad, se anulan., no existen. El extraordinario dinamismo de lo creado va creciendo, mientras se desarrollan los planos dimensionales. Pero, mientras nosotros pensamos que su excitación llega al máximo hacia la séptima dimensión, según la Conciencia Omnipresente no existe ni trayectoria, ni proyección, más bien un punto que, llegado a su aparente éxtasis, invierte la rotación, la metodología, y el cometido del nuevo estado de ser que antes parecía infinito, asume la compenetración inversa, por lo cual de creado se vuelve creante, imprimiendo a su nuevo creado una nueva configuración cósmica.

Poniendo un ejemplo, según los dos puntos de vista, de arriba o de abajo de un cuerpo que gira sobre una circunferencia, el sentido será horario o antihorario. Desde el punto de vista inferior el sentido horario es evolutivo, mientras el inverso es involutivo. Visto, sin embargo, desde la parte superior aquello que nosotros consideramos involutivo se vuelve creativo. Este concepto es profundizado en el capítulo V.

Podemos decir, que cada 700 millones de años el Ciclo Cósmico Terrestre cambia de un estado evolutivo a otro, dividido en 7 ciclos menores de 100 millones, en los que se completan las convulsiones del alma planetaria.

Hoy, en la fecha de nuestro 2000, cae el 4º ciclo cósmico terrestre, alcanzando la edad de 2.700 millones de años.

Inicialmente el sistema solar tenía como sol a Júpiter.

 Después de la compenetración de una nube de hidrógeno, luego fecundada por un cometa o zooide cósmico, nació una nueva formación y por poco tiempo este sistema pareció doble, es decir brillaban dos soles.

 Pero bien pronto el Ancestral Padre Júpiter se apagó, como un agujero negro, dejando el lugar dominante al actual Logos Solar Crístico.
Hoy, algunos satélites de Júpiter tienen aire y agua y son habitables y el inicio para la nueva inseminación de estas Macrocélulas Universales ha sido dado por el cometa que impactó con Júpiter en 1994. Esta voluntad informativa proviene del núcleo manásico de la Via Láctea, por medio de los cometas, de los cuales hablo en el capítulo III.

A continuación de esta perturbación solar, una gran parte del Planeta Tierra ha sido expulsada creando la Luna, que junto a otros dos asteroides conformaron tres satélites terrestres.

La Historia del hombre terrestre se inicia hace unos 700 millones de años (considerados años diferentes de los nuestros actuales) con el 4º ciclo de desarrollo cósmico terrestre. Sobre el planeta Tierra había un gran continente que llamamos Pangea, y el gran Océano.

En cuatro zonas de este único continente desembarcaron cuatro colonias de Arquetipos o Genios Cósmicos provenientes de tres constelaciones del Águila, del Toro y del León.

Eran 4 razas que fundaron cuatro civilizaciones primigéneas del planeta Tierra, en los cuatro puntos de los futuros continentes, esto es:

La raza de las Pléyades, Roja > continente Mú Tolte.

La raza de Alfa Centauro, Blanca > continente Groenlandia.

La raza de Orión, Amarilla > continente Ciá.

La raza de Proción Broncinea > continente África.

Estos seres andróginos comenzaron tratando algunas especies animales más evolucionadas, como la orca y el delfín, constatando que no se habría podido desarrollar bien el cuerpo humano. 
En su lugar tuvieron un buen resultado cuando manipularon un dinosaurio acuático, que las más ánticas mitologías transmitieron como Serpiente Plumada. 

Los había de dos tipos:
de la Serpiente plumada plateada se obtuvo la evolución del Gorila, mientras que de la Serpiente plumada dorada se llegó al primer Antropoide terrestre, al que le fue dado el Ego Sum, es decir la potencialidad consciente de la inteligencia individual o Espíritu.
Éstos “Hijos”, alcanzada la plena figura humana, todavía eran Andróginos, como sus Padres. Para darles mejor facultad evolutiva a través de los cruces, perdiendo la androgeneidad, fueron divididos sexualmente en macho y hembra.
Así nacieron Adán y Eva como reales resultantes del Serpiente Plumado, que no cometieron ningún “pecado original”.

Estos son los Adán y Eva de quienes está escrito: “Hagamos al Hombre a nuestra imagen...” (Génesis).

Además de ser laboratorio de estudio por parte de científicos, el planeta Tierra ha sido visitado por muchos pioneros espaciales, entre ellos la raza de los Titanes, de los que se conservan vestigios de construcciones gigantescas. Después de su desaparición, como grupo étnico, dejaron a los hijos para cumplir un cometido muy delicado como custodios de las vías subterráneas de entrada de bases extraplanetarias o de acceso hacia el interior del planeta, en donde se conservó el archivo de toda civilización y sabiduría.

En Siberia del norte son llamados Ciuciuná, o bien Hombres de la Nieves, Big foot, Yeti, en otros lugares.
La máxima evolución de estas primeras poblaciones se concluye con el período Prelemuriano, hace unos 100 millones de años, con una gran catástrofe: El primero de los tres satélites, el Tir se precipita en aquella parte continental que se volverá Océano Pacífico, formando una fosa oceánica.

En este grave cataclismo fue destruido el continente y la raza de los Titanes. De este continente sólo quedan algunas islas en donde los supervivientes formaron la raza Lemuriana.

El cambio momentáneo de la rotación terrestre produjo el desplazamiento de los polos que se fijaron sobre el nuevo eje, teniendo como Norte el Himalaya y como Sur el altiplano Boliviano.
Sufrieron un duro golpe las especies gigantes o dinosaurios. Las pocas razas supervivientes fueron tratadas genéticamente para tener una mole adecuada que no impidiese la vida del hombre (testimoniado en grabados).

Es durante el desarrollo de este período Lemuriano que una nueva perturbación debía acaecer en todo el sistema solar: los habitantes del planeta Mallona, que estaba entre Marte y Júpiter, provocaron la explosión del planeta.

Si bien ya eran hombresángeles, es decir, al final de la 4ª dimensión evolutiva, y ya andrógenos gobernados por el Arcángel Lucifer, quisieron desafiar al Arte Creativo Divino, rebelándose contra las Leyes Universales. La manipulación de la Antimateria, cuando todavía no eran conscientes espiritual y científicamente para hacerlo, desencadenó, en su planeta, la auto-destrucción de las energías elementales, liberando explosiones en cadena, de fusión y fisión hasta la laceración global.

No contento con esto, Lucifer, que estaba insertado entre los Arquetipos con el cometido de determinar la proliferación del género humano sobre el Planeta Tierra, empujó a los propios HombresÁngeles, salvados de la destrucción y que habían buscado refugio en los planetas vecinos, a desobedecer al orden genético para la evolución terrestre, haciéndoles acoplarse con las hijas de los hombres, que aún no estaban preparadas para distinguir la genética masculina y femenina, produciendo una nueva generación. De aquí tuvieron origen las dos generaciones de Abel y de Caín. Éste es el pecado original.

Los ex HombresÁngeles se insertaron y se metamorfosearon en las cuatro razas, perdiendo la androgeneidad, la vida eterna y empezó el vía Crucis.
Una parte de los habitantes de Mallona por híbrida descomposición y por continuas presiones psicoemotivas de naturaleza hemorrágica, perdió la memoria y la inteligencia.
Degenerados, drogados, se acoplaron con animales y originaron otras especies de monos.
Este es un tipo de segunda muerte debida al pecado cometido.

Es, desde entonces, que por este error creativo nace la lucha entre el Bien y el Mal; entre Cristo, el Regente del Nuevo Sistema Solar, y Lucifer, el Arcángel desobediente. Ahora, el Arcángel Lucifer, para ser perdonado buscará llevar la humanidad terrestre a la perdición. Es el cometido asignado a las almas condenadas para que puedan rescatarse, induciendo en tentación a las almas vivientes.
Y esto por la voluntad del Padre, como prueba evolutiva de discernimiento, según la ley del Libre Arbitrio.

Asi, desarrollaron en el hombre tres fuerzas nuevas:

- El amor sexual provoca la asociación creativa.
- La muerte provoca la disociación del cuerpo para el renacimiento.
- La reencarnación se vuelve ley de Renovación.

La explosión y la desaparición de una célula macrocósmica, con restos de fragmentos llamados planetas girando en el anillo entre Marte y Júpiter, provoca una transformación apocalíptica de todo el sistema solar, un poco como los electrones y el núcleo de un átomo con los saltos cuánticos.

Esta serie de “saltos” se concretizó con la creación del nuevo planeta Mercurio, desgajado de la masa Solar, y el desplazamiento de órbita de los planetas Venus, Tierra y Marte hacia el exterior.
Sobre el planeta Tierra, la perturbación planetaria produjo la hecatombe física y psíquica de las poblaciones, con el desplazamiento del eje polar, que se trasladó sobre los actuales Ártico y Antártico, con maremotos e inicio de la Deriva de los Continentes.

Los sobrevivientes de las diferentes razas se transfirieron:

- Raza Negra hacia las cadenas montañosas
- Raza Blanca hacia Europa, Norte de América y Siberia
- Raza Amarilla hacia China e Himalaya
- Raza Roja en América del Sur y México

Los visitantes de las Pléyades (raza roja) habían colonizado, antes de la Tierra, Marte, Saturno y Plutón. Los marcianos estaban conectados con los mallonanos. Cuando explotó Mallona el planeta Marte sufrió un violento movimiento de deslizamiento rotatorio y murieron 7 mil millones de hombres.

Algunos consiguieron escapar y fueron llevados sobre la tierra, en la zona de Centro América, uniéndose a las poblaciones primitivas. Como recuerdo de estos visitantes quedan muchos hallazgos arqueológicos espaciales, como el venerado hombre de Palenque, encontrado en el interior de la tumba sobre cuya tapa se reproducía un cohete y su piloto, es decir un piloto de aquel famoso transbordo entre Marte y la Tierra. A continuación este nuevo grupo se desplazó hacia la Atlántida, pero encontrándose con las poblaciones de la raza negra, fue diezmado y desapareció.

Hace 75 millones de años, con los primeros efectos de la Deriva de los Continentes, se destruyeron las islas Lemures y desapareció la civilización lemuriana.

Comienzan los cruzamientos. Primeramente la raza de Bronce con la Roja (Negra más Lemur) dando la raza color Cobre, iniciadora de las poblaciones Pre Atlantídeas. Luego el cruce de la raza Cobriza con la Blanca, dando la más potente generación humana: La Atlantídea.

Este ajustamiento, tanto geológico como humano, se prolonga hasta hace 175.000 años, momento particular en el cual la voluntad de los Creadores del Hombre, decide seguirlo de cerca, habiendo llegado la idónea maduración anímico-espiritual, capaz de concebir el desarrollo de la conciencia superior.
Las manipulaciones que, desde la considerada “creación”, habían acaecido siempre según los dictados y las voluntades armónicas de la Inteligencia Suprema del Dios Omnipresente UNO, que inspira a Sus colaboradores, eran manipulaciones operadas en la evolución psicofísica del instrumento para volverlo, cada vez más, idóneo a servir la verdadera identidad Espiritual: verdadero Hijo del Dios Creador. ¡Había llegado el momento que esta llamita del Verdadero Hombre, tomase consciencia de sí misma, para devenir realmente el Ego Sum cada vez más manifestado y a su vez operativo!

Groenlandia era un lugar sagrado así como lo era una zona del Tíbet, una de Perú, del triángulo de las Bermudas y otros. Es decir, lugares de acceso al interior del Planeta. De hecho, después de la formación de los planetas, debido a las proyecciones parabólicas de la masa de hidrógeno solar, el exterior sufre la transmutación de los elementos hasta la composición final y la formación de un grueso estrato de corteza que llega a tener una superficie externa que conocemos, y una superficie interna aparecida inicialmente al condensarse el H intrapolado e indiferenciado, hasta la formación de un pequeño sol central que ilumina, ahora, los continentes internos.

Estos continentes, un poco descritos por Dante Alighieri, por Julio Verne y por el Almirante Byrd, son dos: Agharta, sede de almas en pena, demoníacas, con el cometido de tentar a la humanidad y El Dorado que es, en su lugar, el paraíso astral, en armonía con la Luz central, lugar de residencia de seres de la 4ª y 5ª dimension, que operan para ayudar e inspirar a la humanidad en continuo intercambio con el espacio externo del planeta, por consiguiente con las bases operativas de apoyo.

El interior del planeta instruye al exterior. Las leyendas Incas, Mayas, Piel Roja, Tibetanas, Chinas y otras, hablan del fantástico Reino de El Dorado, como lugar en donde se regula el potencial dinámico evolutivo de los terrestres. Allí están los archivos de la Historia de la Humanidad.
Groenlandia, en aquel tiempo, era un paraíso terrestre, no sólo porque estaba en conexión con El Dorado, sino porque había sido el primer intento de injerto genético instructivo con la raza blanca, que se predisponía a un mayor desarrollo espiritual.

Desgraciadamente fue un primer intento que salió mal, porque la involución y recaída triunfaron en aquellas poblaciones. Hace unos 100.000 años los Antiguos Padres iniciaron una escrupulosa obra de observación sirviéndose de la apariencia de Dioses o Espíritus del Cielo para provocar en la humanidad, todavía doliente, deteriorada y embrutecida, los estímulos necesarios para promover reminiscencias mejores.

Los operadores de la Confederación Interplanetaria, los Jardineros del Cosmos, compuestos por científicos de todo tipo y Maestros de las disciplinas del Espíritu, construyeron bases de apoyo sobre la Luna, iniciando el vaivén sobre el planeta Tierra con sus exploradores en forma de “escudos de fuego”. Tiene lugar un nuevo injerto genético para reanudar cuanto ya había sido hecho a la raza Blanca del Paraíso de Groenlandia que había involucionado.

Son importados algunos animales de otros planetas.
Las razas se desarrollan y se expanden completando la fusión de los patrimonios informativos.

La raza color ladrillo y la blanca que son la síntesis de razónreflexiónjuicio, se desplazan hacia oriente implantando las razas indoeuropeas, los Arios en India, Iraníes, Escitas, Sármatas, Griegos, Germanos, Semitas de Caldea. En el Righ Veda se habla del Legendario Monarca Bharat con cuyo nombre se llamó y todavía se llama la Unión India.

La instrucción plena, iniciática, con la intervención de enviados entrecruzados con los Atlantídeos, se desarrolla hace unos 75.000 años. Un testimonio de altísimo nivel lo encontramos en la Pirámide de Keops conteniendo el ZED, instrumento de control y armonización energética HombrePlanetaSol.
La deriva de los Continentes, mientras tanto, comienza a abrir Groenlandia y las vastas llanuras Atlantídeas se vuelven océano Atlántico hasta que quedan pocas islas, entre las cuales domina Poseidonia que es capital de la Civilización Atlantídea verdadera y propia.

Es aquí que hombres de buena voluntad, junto a los instructores, alcanzan el máximo de la evolución anímicoastral poseyendo poderes extraordinarios como el dominio de la antimateria, de la energía de la fusión fría, la telepatía, la construcción de instrumentos para nosotros de ciencia-ficción, el vuelo al lado de los hermanos del espacio sobre blancas astronaves. Se encuentran muchos testimonios, jeroglíficos, mitológicos, pinturas y bajo relieves de arqueología espacial, dejados en los lugares de las civilizaciones hijas.
Justamente en estos lugares los últimos iniciados escapan de un mal incontrolable que está diezmando gran parte de la población Atlantídea: la corrupción a cargo de la invasión, cada vez más importante, de la raza negra, apoyada por la blanca, porque quería introducirse en el ciclo de las ritualidades esotéricas, portando sus características mágicas.
Pero, la casi totalidad de las poblaciones, no siendo capaces de discernir (¡hoy en el 2000 d.C., aún menos!) las dinámicas positivas y negativas de las vibraciones desencadenadas por rituales de la actividad del pensamiento y de las acciones, caen víctimas de la ántica, pero siempre actual, tentación Luciferiana, degenerando, cada vez más, en el uso de drogas, odio y luchas fratricidas.

Bien poco pueden hacer los iniciados incorruptibles porque la Ley Universal deja que las almas, en evolución, cumplan su ciclo de experimentaciones y escojan su destino. “De la semilla al fruto, del fruto a la semilla”. “La verdad no puede ser ofrecida en una bandeja de oro”, repetía Eugenio. No se puede, nunca, forzar la elección ni el destino de causaefecto.

Fue así como la raza humana, después de haber alcanzado las más altas cimas, volvió al polvo, del cual, todavía hoy demuestra no querer salir.
Y, hace 12.000 años un destino de voluntad divina puso fin a Poseidón, dejando que se estrellase sobre ella el segundo satélite, que no sólo borró toda traza de ánticos vestigios, demasiado luminosos para quien había preferido las tinieblas, sino amplificando la deriva de los continentes EuroAfroAmericano, dejando sitio al gran Océano que, desde la profundidad de su Silencio Azul, vibra en nuestros atávicos recuerdos con un sollozo inconsolable.

En la historia, bien o mal conocida, es narrado aquello que llega hasta nuestros días, aunque oscurecido gravemente de voluntarias incomprensiones llamadas misterios.
Subrayo que los mensajeros de la Voluntad Divina han continuado sucediéndose y que los operadores de las Praderas Celestes han estimulado, incesantemente - con su metodología digna, al menos, del más gran respeto  las mentes de los hombres de esta martirizada humanidad.

La obra más imponente, dirigida a la última generación humana de estos 2.000 años antes del cumplimiento del Ciclo Cósmico Terrestre, en el cual se cumplirá una nueva “Muda” del Planeta, ha sido cumplida directamente por el Hijo del Dios Padre: Cristo y por un grupo angélico de colaboradores (144.000 provenientes de Sirio), que han injertado una ayuda genética, en el momento en que: 

1) Dios proponía al hombre abrir las puertas de la prisión, ofreciéndole la llave del Amor; 

2) la humanidad había madurado para comprender las señales de los tiempos, las señales de los cielos, las revelaciones Celestes.
¡Pero la respuesta del hombre ha sido la cruz, la famosa cruz en que explotó el planeta Luz!. 

Siéndonos recordada hoy en la amonestación llegada a través del secreto de Fátima, del Espíritu Sublime del Planeta Tierra, Genio de conciencia Solar, Miriam, hablándonos de posible autodestrucción si no fuésemos redimidos, desengañados, mutados, junto al Planeta.

¿Y los 144.000? Con su injerto genético ensayan la amalgamación de la involución, dejando su G.N.A. y retornando al lugar de origen, así como J.Cristo decía: “Padre, te los recomiendo...”. Ahora, la mayor parte, a causa de las pesadas contaminaciones, han perdido el G.N.A., y una nueva operación genética está en curso para preparar el número de enzimas necesarias para estar en sintonía vibracional con el planeta, para hacerlo vivir y reconstruir la nueva generación, entrando en la 4ª dimensión.

El HombreAngel, como enviado celeste, ha venido sobre la tierra para portar las leyes de la evolución del Planeta Tierra y del hombre.
Y todavía continúan viniendo para evitar que la humanidad terrestre pueda provocar un desastre, aún peor que el de Mallona.

Interior del Planeta:

Bajo la corteza del planeta existen dos grandes continentes: ”Agarta” y “El Dorado”. La entrada principal del continente “Agarta” se encuentra en el Polo Norte, mientras que la de “El Dorado” se encuentra en el Polo Sur. Los dos continentes comunican por medio de túneles subterráneos, recorridos con aparatos, científica y tecnológicamente, perfectos.

El Dorado, aún siendo hasta hoy la ilusión y el sueño no satisfecho de numerosos exploradores, no ha surgido de la calenturienta imaginación de algún soñador, no es fruto de la fantasía, no es mito ni simbolismo: El Dorado existe realmente, cual ciudad subterránea, de ciencia ficción, forjada en oro purismo ha sido construida mucho tiempo antes de la desaparición de la Atlántida (todavía antes de que los habitantes de aquel continente degenerasen), utiliza ciencia y medios recibidos de los confederados intergalácticos, señores de la luz, de las características multidimensionales.

Su base operativa se encontraba en la isla de Poseidón, con el fin de instruir a los Atlantes sobre la ley cósmica y para realizar los presupuestos ideales con el intento de integrar al planeta Tierra en la confederación. Su progresiva degeneración impidió tal proyecto.

Algunos Atlantes realizados, no contaminados por la degeneración fueron, por su elección, destinados a poblar El Dorado. A otros, no suficientemente idóneos, les fue concedido emigrar, antes de que aconteciese el cataclismo, a oriente y a occidente (América central, África oriental, Egipto, Mesopotamia).

Actualmente, en El Dorado, existen una fecunda colaboración y una imponente actividad con el fin de salvar al planeta de una catástrofe nuclear.
La “Ciudad de oro” es una parte de aquel paraíso terrestre, otro mítico lugar de bíblica memoria, perdido por la humanidad, y que tiene vida propia, independiente de la vida en la superficie, alimentada por la energía de un sol central, artificial, emanando luz dorada; este se encuentra en el corazón del planeta. Con una lujuriosa y rica vegetación, con lagos y ríos de agua cristalina purísima, con animales pacíficos y serviciales, con edificios confortables tutelados por estructuras de seguridad, de ciencia ficción, contra eventuales actos vandálicos de los terrestres, e instruidos por dinamismos particulares.

Sin embargo, El Dorado no está totalmente aislado del resto del planeta; tiene numerosas vías de comunicación, amplios y comodísimos túneles que permiten a los sofisticadísimos medios, de que dispone la ciudad de oro, alcanzar la superficie. Las principales salidas, las más utilizadas comúnmente por sus habitantes para sus misiones, son los dos polos. Otras salidas secundarias existen en muchos puntos de la tierra, entre ellas el Triángulo de las Bermudas y el lago Titicaca de Perú.

En El Dorado también existe un cosmo-puerto capaz de acoger numerosas naves espaciales provenientes de los espacios externos.

Algunos exploradores de nuestro tiempo, aventurándose en las inmensas extensiones de hielo del Ártico y del Antártico, a la búsqueda, posiblemente, del punto focal de los Polos, narraron haberse encontrado fortuitamente ante una población de gigantes y de haberse adentrado en una zona rica en vegetación lujuriosa, no ciertamente polar, iluminada por una radiante luz dorada proveniente de una fuente, para ellos desconocida y acariciada por un clima benignísimo de eterna primavera. 

Naturalmente sus relatos fueron tomados como fantasías o alucinaciones. 

Pero no son pocos los testimonios de algunas poblaciones del Ártico, que, a menudo, narran ver enormes astronaves salir y entrar en lugares misteriosos de los que no encuentran trazas; mientras las poblaciones peruanas de las zonas andinas narran encontrarse periódicamente, desde tiempo inmemorial, con los señores de la luz, de dialogar con ellos llamándoles grandes padres, de recibirlos como huéspedes de honor y, sobre todo, de saber quiénes son y de donde provienen. 

Se ha hablado, repetidas veces, de hombres-dioses, de descendientes de las razas del pasado, de instructores de la humanidad presentes, de incógnito, sobre la tierra. Gracias a las revelaciones de estos enviados especiales, instructores del mundo, sabemos que el pueblo del El Dorado está compuesto, en su mayoría, por terrestres, cuidadosamente elegidos, viviendo en fraterna comunión con habitantes de otros planetas que hacen parte de la confederación. 
Las coordinaciones de todas las estructuras sociales están confiadas a científicos, entre los cuales figura el eminente físico Ettore Mayorana y otros colegas suyos, desaparecidos misteriosamente de la superficie de la tierra. 
Con ellos trabajan otros científicos de la confederación, a quienes será confiado el cometido, un mañana, de dirigir y administrar la evolución científica del planeta.

El pueblo de la “Ciudad de Oro” además de disfrutar de la libertad incondicional de atravesar tiempo-espacio, también disfruta el privilegio de transmitir un particular código genético (G.N.A.) a los que van a nacer, los cuales conservan la incorruptibilidad.

En casos excepcionales, o cuando determinados programas lo exigen, algunos de ellos pueden salir a la superficie, confundirse con los hombres de la tierra volviéndose irreconocibles, vivir sus costumbres, escoger una mujer seleccionada antes y particularmente predispuesta, y fecundarla con el fin de introducir en el lugar seres portadores de su genética evolutiva.

Tal proceso acaece en ciclos particularmente importantes, referentes a la evolución de la humanidad, y esta fecundación ya está en curso desde hace años. En este final de siglo se han realizado muchas manipulaciones genéticas, de notable interés, en los que van a nacer.
Hay intervenciones directas e intervenciones indirectas: Las primeras son intervenciones realizadas directamente por el pueblo de El Dorado, las otras son intervenciones realizadas a través de sujetos, masculinos, terrestres idóneos para transmitir el semen de la genética superior.

Las intervenciones indirectas, sin embargo, pueden malograrse.
Los regidores de esta obra cósmica son los Elohim, potencias creadoras de forma y sustancia, patrones de la luz y portadores de la Inteligencia Omnicreante. Son arquetipos y guías de la confederación intergaláctica. Su naturaleza es astral y poseen capacidades multidimensionales. Viven en los astros pero, si quieren, pueden crearse un cuerpo físico. Son ellos que han hecho al hombre a su imagen y semejanza.
En la Ciudad de Oro no existen ni templos ni iglesias, no se ofician ritos, ni se realizan cultos, ya que la ley, la religión del pueblo de El Dorado es: “ama a tu prójimo como a ti mismo”, la justicia, la paz, el amor, la fraternidad están en el corazón de todo habitante.

El Dorado, en un futuro ya próximo, volverá a emerger, del corazón del planeta, para acoger al nuevo pueblo y a la nueva civilización, mientras las tierras de la actual “civilización” terrestre conocerán la profundidad de los abismos en el cíclico alternarse de la ley de flujo y reflujo, cual purificación y “renovación” de toda cosa.



HOARA COMUNICA:
Cuando la existencia del hombre terrestre comenzaba a instruirse en forma organizativa social, sobre el planeta Marte, como vosotros lo llamáis, ya existía, desde hacía tiempo, una floreciente, madura civilización instituida e instruida por un grupo de colonizadores provenientes de la confederación intergaláctica, de la cual nosotros hacemos parte desde hace quince mil millones de años de vuestro tiempo.

El pueblo atlantídeo primero y los egipcios después, recibieron de estos colonizadores válidas relaciones de conocimiento, tanto sobre la astrofísica como sobre la metafísica. También tuvieron nociones bien precisas sobre otros campos del saber cosmofísico y cosmodinámico. Con precaución, al pueblo atlantídeo le fue concedido el conocimiento de una “particular ciencia espacial”, de una técnica capaz de psiquizar la materia aparentemente inerte y de efectuar alquimias y otras.

Pero, ya que prevaleció la naturaleza corruptible del hombre y de sus perversos instintos, las precauciones tomadas fueron puestas en evidencia. Los Elohim, los únicos a poder decidir, sentenciaron una severa intervención punitiva, después de haber concedido, a la parte mejor y realizada, el ponerse a salvo.

Y, he aquí a los egipcios y otros emigrantes en América del centro y del sur, con todo su equipaje cultural, a su tiempo recibido y nuevamente manifestado.
La fuerza degenerante, desgraciadamente, sólo estaba amodorrada.

Cuando los primeros astronautas terrestres pongan pie sobre el planeta Marte, tendrán el modo de reestructurar esta historia. Recibirán la sorpresa de no poder considerarse los únicos seres inteligentes de todo lo creado.

Tendrán la posibilidad de meditar y deducir.



25 de MARZO de 1952

Escribiendo esto que escribo, no es pasatiempo ni exhibicionismo.
En tales tiempos graves y duros es cosa del todo inoportuna hacer uno y el otro arte.

Todo lo que este escrito contiene está dictado por una Lágrima de Dios venida sobre la tierra: solamente Su Voz. Y quien lo quiere creer, lo crea; yo sólo pongo la pluma, el tiempo y la invitación a leerlo.
Todavía antes de que yo encontrase esta Resplandeciente Lágrima de Dios, no menos que los otros jóvenes de mi edad era irreflexivo y estaba rebosante de fascinación por las cosas terrenas, era, en suma, bien diferente de como hoy me siento.
Recuerdo la fecha exacta del encuentro, 23 Marzo 1951, dos días antes de mi cumpleaños. Era un tibio día del inquieto mes de marzo y caminaba tranquilamente por una calle de mi ciudad natal, Catania. De repente tuve un extraño presentimiento: Alguien me seguía, buscaba de un modo, del todo extraño, hacerse sentir. 
Estremecimientos fríos me pasaron por todo el cuerpo, mientras una voz me decía:

“Yo soy una Lágrima de Dios y mi nombre es BHARAT”.

El susto que sentí nunca pude demostrarlo, ni puedo decir como, desde entonces, yo no he vuelto a reencontrar la personalidad de antes. Intentaba, por todos los medios, distraerme pero todo resultaba inútil.
Me había vuelto diferente, me había vuelto otro, guiado por una fuerza misteriosa, pero infinitamente cuerda y sabia. Pasaron tantos días y tantas noches privadas de reposo, mientras la voz me decía:

“No te asustes por lo que sientes. Eres tu el designado por el Sacro Colegio de las Siete Estrellas que son los Siete Espíritus de Dios. Tranquilízate, esta es tu misión y el tiempo ha llegado”.

Todo el día era una continua exhortación y nunca, desde entonces, he cesado un solo instante en la instrucción de la Divina Sabiduría, de lo inconocible y de lo conocible, del bien y del mal, de todo cuanto está sepultado en la noche de los tiempos.
Y bien, el susto pasó y ahora me siento extremadamente feliz de haber superado la prueba más tremenda de esta experiencia mía porque, es cosa difícil de creer, para mi, no hay espacio ni tiempo y en verdad, creedme, podría tocar el último de los Cielos con el desdoblamiento de mi personalidad.

Ahora deseo seguir siendo aquel que me he vuelto y me sentiría desesperadamente perdido si aquella Voz cesase dentro de mi.
Esta es como el perfume de una flor de loto perdida en un rosal de la Eterna Luz, en donde el canto de bienaventuranza hace feliz el sueño eterno de los esplendores espirituales.
Me sentiría verdaderamente perdido, si fuera, solamente un instante, diferente de como hoy soy.

Sólo poseo una pobre cultura elemental, fácilmente identificable por la forma de escribir, pero esto tiene poca importancia y la Lágrima de Dios así se expresa:

“El arte terreno no es semejante al arte Divino; lo que más importa es conocerse mejor a si mismo, pensando bien y actuando óptimamente”.

Además, dice todavía:
“Quien no habla con la silenciosa Palabra del espíritu, nunca podrá conocer y comprender la gran dificultad que encuentra aquel, o aquella, que quiere traducir la palabra del silencio en palabra tronante”.

Hoy, para mi, no existen dificultades de ninguna clase. Ya no hay secretos. Escuchad lo que os cuento, manifestando, a priori, a los escépticos (que yo defino criaturas sin culpa), el deseo de que un día puedan, también ellos, comprender cuan útil es tener fe y obediencia a aquellas cosas espirituales que, como la Lágrima de Dios, no se ven y ni siquiera se tocan y que al lado del Omnipotente son más conscientes y más próximos de cuanto no lo somos nosotros con toda nuestra apasionada fe.

Un día, y para ser exacto el 7 de agosto de 1951, cerca de una localidad llamada Monte Po, en Catania, recibí de Bharat (la Lágrima de Dios, mi Maestro) esta interesantísima declaración que me quedó eternamente en la mente, (cosa un tanto extraña, porque mi memoria, sólo poco tiempo antes de tal hecho, estaba ausente) y que escribí inmediatamente, al llegar a casa. La narración comenzó así:

“Este mundo que os nutre y os contiene no es libre de operar como el quiere. Este sigue escrupulosamente aquellas leyes Universales que gobiernan el desarrollo y, por consiguiente, las causas y los efectos de su crecimiento. Es verdad que el mundo es bien diferente de toda cosa que en él vive, por su naturaleza cosmológica y por el tiempo con el que se mide su existencia. Para vosotros, un año está compuesto de sólo 365 días, un tiempo bastante breve ante el Cósmico que cuenta con 25.000 años terrestres; una eternidad ante el instante fugitivo que es vuestra vida.
Pero esto es mínima cosa para poder comprender la diversidad y, al mismo tiempo, la gran importancia de aquel principio indestructible y eterno por el cual, cada cosa, del mineral al hombre, se desarrolla decididamente en la gran obra Universal.

HOY ESTAMOS AL FINAL DE LA 7ª GENERACIÓN HUMANA (EN DONDE EL ANCIANO DE LOS DIAS TE DIJO QUE RENACERIAS) QUE COMPLETA LA SEXTA CONVULSIÓN ANÍMICA PLANETARÍA AL CUMPLIMIENTO DEL 4º CICLO CÓSMICO O RAZA MADRE TERRESTRE.

Hoy estamos en el final de la 7ª generación humana (donde el antiguo de los días te ha dicho  que serías renacido) que completa la sexta convulsión anímica planetaria en  cumplimiento del 4º ciclo cósmico o raza madre terrestre.

Ahora, el mundo desde 2.699.999.951 años recorre el sendero de la evolución acercándose, cada vez más, hacia su séptimo desarrollo. Muchos escépticos, bien lejos de creer las proféticas voces de los enviados, quieren desconocer la fatal fecha del 2000. Di, a éstos, que en los tiempos remotos muchos se salvaron por haber tenido fe y por haber creído a la voz del alma.

En el año 2000 este mundo cumplirá 2.700.000.000 de años y, puesto que tal crecimiento es crítico, aportará graves acontecimientos así como acaeció hace 99.999.951 años, al cumplirse el sexto desarrollo.

Y ahora escucha y medita porque esto que yo te digo acaeció en aquel lejano tiempo:
la tierra y todos los otros planetas, excluidos los satélites, son como realmente, hoy, los hombres piensan, nacidos del Sol; pero en realidad nadie sabe como éstos,  salieron fuera de las vísceras solares, ni tampoco saben como, a su vez, se formaron sus satélites.

Pero, puesto que tal argumento vendrá discutido otra vez, digo solamente aquello que concierne al tiempo en el cual vi a vuestro mundo vacilar como una hoja al viento.
En aquel tiempo la faz de vuestro mundo era bien diferente de como hoy aparece a vuestros ojos. Imaginad el mundo de 2.600.000.000 años girar alrededor de un eje que tenga en los polos actuales, el Monte Everest al Norte y las tierras del altiplano Boliviano al Sur.

De tal imaginación podéis bien comprender cuan diferente era su faz, en aquel tiempo, así como sus lineamientos, antes de que se verificase el gran cataclismo que lo debía mutar completamente.

Es verdad que os resultará imposible vislumbrar el gran y civilizado continente MUTOLTECA que fue cuna de la más potente raza humana de piel color rojo oscuro, ni siquiera podréis daros cuenta de otro continente en donde los hombres de piel color mimosa vivieron felizmente y poseedores de todas las conquistas de la ciencia. De este último todavía queda algo ante vuestros ojos.

El gran continente CIA - las actuales Borneo, Filipinas, Sumatra - no son otra cosa que las vértebras retorcidas y quebradas de aquel inmenso pedazo de tierra, entonces pobladísima, próspera en el arte y en las ciencias. Y finalmente la infeliz suerte de aquel otro continente en donde los pueblos de piel rubia vivieron también, en la más estupenda de todas las tierras del mundo, la historia de todas las artes Divinas.

Groenlandia y gran parte de las islas del alto Canadá os dicen cual fue la gélida agonía del inmenso continente desaparecido bajo el manto del blanco reposo.

Sumariamente esta era la ántica faz del mundo de hace 99.999.951 años. Pero como todas las cosas del Universo y por aquella infalible Ley que gobierna y rige el desarrollo y, por lo tanto, el cambio que se contempla en el ascenso evolutivo, el mundo no podía sustraerse, de ningún modo, a tal fuerza que supera todas las cosas creadas, así como nosotros no podemos sustraernos, aún deseándolo, a aquellas Leyes que regulan nuestro desarrollo y, por tal causa, a aquellos cambios que nos hacen grandes, inteligentes y que modifican nuestra naturaleza física. Pero mientras en nosotros las convulsiones más criticas del crecimiento acaecen en ciclos de tiempo que van de siete en siete años, bien diferentes son las convulsiones en setecientos millones, divididos en otros tantos ciclos septenarios de menor intensidad emotiva.

De hecho, lo que sucedió en aquel tiempo fue causado por una convulsión principal de un ciclo septenario de su cosmológico desarrollo.
Para demostraros en modo aproximadamente científico su convulsión, he aquí un pobre, pero rápido ejemplo:

Imaginad ver a un niño que se divierte inflando, con una paja, una burbuja de jabón. Esta, por efecto del soplado se infla y a medida que el niño sopla, se dilata continuamente alargándose por las dos extremidades, tomando una forma, más o menos, oval; pero imaginaros lo que sucede cuando el niño, por un momento, deja de inflar la pompa de jabón, ahora grande y muy oval; la pompa de jabón se contrae para asumir la forma esférica, mientras toda la superficie es obligada a moverse desordenadamente para adaptarse a un nuevo eje y por consiguiente a un nuevo equilibrio.

Imaginad esto que, como ejemplo, os he demostrado, y si podéis, sin terror, sustituir la pompa de jabón por nuestro gran mundo.
Evidentemente también quisierais saber como esto sucede para el mundo.

Y bien, puesto que tal argumento es muy extenso, me limito a deciros:
El crecimiento o, como querráis, el desarrollo del mundo es de naturaleza cosmogónica y por tal motivo no se puede demostrar tan simplemente como se pueda imaginar. Pero, las visiones que todavía se eternizan en el espacio inmortal del inmenso mundo espiritual, han quedado más que nítidas, en el alma trascendental de la humanidad.

Los acontecimientos remotos no se desgregan de aquel cuerpo que aún siendo invisible y en gran parte incomprendido, queda siempre impregnado de una capacidad conservadora bastante más potente y duradera de cuanto se pueda creer.
Buscar los testimonios suficientes para acreditar tales revelaciones, son esfuerzos vanos para aquellos que rehuyen la realidad del valor del espíritu. Y yo, que nunca he huido al orden interior de la conciencia atávica, me he sentido envuelto por aquellas misteriosas capacidades que me han dado, el amor al silencio. Es por esto, que no ceso, un solo instante, de sentirme feliz y de comprender y amar, más que nunca, el valor de la vida.

Los Antepasados, los Iniciadores del camino de esta humanidad, conocieron el tiempo más grave de la historia del mundo.
Ninguna criatura nace de las vísceras de la tierra y aquellas que por primera vez vieron el mundo, no brotaron ni de las aguas, ni de las vísceras de la tierra sino que vinieron de un mundo que hoy contemplamos con vigoroso amor en lo alto del Cielo.

Y para dejar tal argumento que poco se acopla al discurso comenzado, retornamos al primero interrumpido. Decía que la naturaleza de nuestro mundo es cosmológica y sus leyes son totalmente diferentes de aquellas que gobiernan nuestro crecimiento, nuestro movimiento, nuestra nutrición y nuestros sentimientos.
Nosotros nos agitamos en nuestros sufrimientos físicos y, a menudo, después de las angustias que aporta el crecimiento, nos olvidamos fácilmente de aquello que habíamos sufrido. Nos sentimos más altos, más gordos o más delgados, en suma, nos vemos diferentes, el crecimiento aporta precisamente esto en nosotros y en todas las cosas que están animadas.

Y bien, también esta gran bola, que nosotros llamamos mundo, sufre las angustias del crecimiento y, no menos que nosotros, se agita en las convulsiones de su naturaleza, cada vez que alcanza un punto crítico, su ciclo principal. La idea de los efectos apocalípticos que se manifestaron en el pasado, cuando la convulsión alcanzó el máximo de su emotividad, es terrorífica, tan terrorífica que anula completamente nuestro mísero e insignificante orgullo. Imaginad, para poder daros cuenta del desplazamiento del eje magnético de la tierra, cuanto yo os expongo como pueril ejemplo:

Imaginad un gran recipiente elástico de forma esférica de 50 metros de alto y cuya circunferencia mida 5 kilómetros. Imaginad, todavía, que dentro de este recipiente y en toda su superficie contenga agua con una altura uniforme de 10 metros y sobre ella floten 3 grandes cuerpos de forma geométricamente diferente y que sobre la superficie miden 8 metros de alto, mientras sus bases móviles apoyan sobre el fondo del recipiente, retenidas por una fuerza magnética. Imaginad, todavía, que estos cuerpos de naturaleza maleable (plástico) sean diversos, uno de forma triangular, otro rectangular y el último cuadrangular y con la superficie plana, distantes uno de otro 500 metros.

Ahora pensad que este gran recipiente gire alrededor de su eje central con una velocidad considerable que obligue al recipiente a dilatarse sensiblemente y a provocar, al mismo tiempo una lenta deriva de los tres cuerpos en direcciones opuestas.

Pensad todavía que por efecto de la rotación el recipiente se ha agrandado de unos dos kilómetros de circunferencia y que los cuerpos flotantes y las aguas, en este contenidas, han encontrado un punto de equilibrio tal que se mantengan distantes y aparentemente inmóviles.

Ahora, pensad finalmente a una causa X que produce el desplazamiento del eje sobre el cual el recipiente giraba, con la consiguiente pérdida de su adquirido equilibrio, provocando también la inmediata contracción por efecto de la pérdida de la dilatación alcanzada a causa de la rotación.
Imaginad el caos del agua y de los cuerpos en ella contenidos: los efectos son imaginables, sin comentarios, puesto que son comprensibles para todos. De hecho los cuerpos que, por efecto de la dilatación, se habían liberado, en gran parte, del agua, emergiendo la parte sumergida en estado de quietud, se han encontrado de nuevo sumergidos, además de haber sido completamente invadidos en toda su altura por efecto del movimiento desordenado de las aguas, además de haber chocado un cuerpo contra el otro produciéndose tales compresiones capaces de modificar sus figuras geométricas y aportar levantamientos en sus superficies por efecto de las compresiones.

Este caos duró el tiempo necesario, hasta que el recipiente elástico se asentó nuevamente sobre un nuevo eje y por consiguiente bajo un nuevo equilibrio. ¿Pero quién ha pensado, alguna vez, que los continentes hubiesen podido sustituir a las tres figuras geométricas del recipiente?. 

¿Quién ha pensado sustituir las aguas del recipiente por los mares de nuestro mundo?
Es terrible pensarlo y lo ha sido ciertamente, también, para San Juan cuando vió que las islas se movieron de su lugar, etc., etc.
Pero la deriva de los continentes no puede seguir siendo un secreto, ni quedará secreta la historia de la Atlántida, de Mu, de Ciá; continentes desaparecidos en la colisión de las fuerzas de la naturaleza en un movimiento apocalíptico.

Los espantosos, terroríficos efectos no han quedado privados de historia y nuestros antepasados bien se cuidaron, de no volver al valle durante larguísimos milenios.
Los lamentos del mundo, sus sufrimientos no se midieron en nuestro tiempo, ni se aliviaron tan fácilmente. La espantosa contracción de toda la superficie del Globo provocó efectos de indescriptible alcance, tal que mutó radicalmente la posición de los mares y de los Continentes.
El eje sobre el que la tierra giró durante millones de años, se desplazó de Norte hacia el Sud-Oeste (Himalaya, Asia) y el Sur hacia el Nor-Este (Altiplano Boliviano, Sud América).

Gran parte de los continentes se volvieron un bloque homogéneo de corteza espantosamente retorcida y comprimida por el titánico choque. Los mares en confuso movimientos sobrepasaron y cubrieron gran parte de la superficie terrestre. Las zonas que más sufrieron el inmenso choque y las espantosas compresiones han quedado para el tiempo futuro como efigie real del terrible caos apocalíptico.

Grandes montañas se formaron e inmensas tierras submarinas emergieron a la luz del opaco sol.

Los Alpes, los montes Urales, los Alpes Escandinavos, los Altiplanos de Asia menor, de Irán, del Cáucaso, hablan el mismo lenguaje; mientras más cosas nos dicen las altas montañas de Himalaya en donde el choque tuvo los efectos más tremendos, tales de reducir a pedazos gran parte del grande y poblado continente Ciá. Bien poco ha quedado y las actuales islas Sonda, Filipinas, Borneo, Sumatra, etc. todavía son, hoy, el cuadro real de las vértebras quebradas y retorcidas del gran y civilizado Continente destruido.

Pero, no fueron menores las grandes elevaciones que se verificaron, en aquel trágico cataclismo, en zonas de América del Sur, de América del Norte y de África.
Todavía hoy, nos aparecen, mudos, envueltos en el misterioso encanto que sabe de misterio y de terror. La gran y majestuosa Cordillera de los Andes en occidente y los altiplanos del Brasil, a Oriente, hablan al mudo observador del tiempo.
En América del Norte, Altiplano de México, Altiplano de Utah y las Montañas Rocosas, se muestran, también ellas, meticulosamente misteriosas, mientras en África oriental, en el místico país del Antiguo rostro, las alturas Etíopes, de Kenia, de Tanganica, todavía están allí con todo el prestigio de su fuerza. Y todavía en África Occidental tenemos el Altiplano de Bihé - (Angola), el monte Camerún, el alto Atlante al Nor-Oeste y el Gran Atlante.

La masa ígnea del Geoide furiosamente turbada en su quietud, también tuvo su parte en las formaciones montañosas y volcánicas, por la enorme presión por ella ejercida sobre toda la extensión de la corteza terrestre.

Pero el mundo, aunque diferente en la faz y en los miembros, inicia su nuevo camino evolutivo en el sendero de las Leyes Macrocósmicas del Universo. La aterrorizada humanidad de entonces, diezmada por la indescriptible fuerza de la naturaleza, golpeada sin poder darse cuenta por un flagelo apocalíptico de un alcance catastrófico excepcional, inició el duro camino de la sobrevivencia, consciente interiormente de una historia que nunca el mundo y las generaciones futuras podrían borrar del espíritu.
El camino se volvió más duro que nunca porque el Geoide, en ajustamiento, todavía movía sus miembros, ahora levantando, ahora extendiendo su dura epidermis.

El mundo iniciaba su nuevo camino girando alrededor de su nuevo eje. El nuevo equilibrio le permitía iniciar, aún cuando lentamente, el efecto de la dilatación. Su esfericidad se iba, agrandando en el centro. Las aguas, que en un primer tiempo, reducidas, fueron obligadas a invadir e inundar gran parte de la corteza terrestre, poco a poco se iban retirando.
La expansión se realizaba de modo racionalísimo. Las masas de los inmensos trozos de tierra que se habían vuelto una homogeneidad confusa y retorcida, por los efectos de la recíproca compresión, se extendían, también ellas, alejándose y creando, así, enormes abismos y hondonadas.

Las aguas, aprovechando, se precipitaban en los puntos más bajos, dejando las zonas más altas.
En tanto, mientras todo se asentaba y todo retornaba al nuevo camino, otra amenaza se perfilaba en el horizonte.
Los nuevos Continentes que durante millones de años llevaron el gran y pesado manto blanco de los glaciares, emigrados hacia el Ecuador, por efecto del desplazamiento del eje terrestre, comenzaron a desprenderse del pesado fardo. El cambio de temperatura ya no permitía la posibilidad de vida a los glaciares. Se verificó, entonces, una nueva catástrofe. Los glaciares comenzaron a derretirse, abriéndose camino a lo largo de las pendientes y colinas, trazando vastos canales naturales (Meandros), formando lagos y provocando una espantosa inundación.

Fue como un gran diluvio inundador y amenazante. Mientras esto acaecía en los continentes emigrados hacia el Ecuador, otra suerte les tocó a los mares y continentes que, por el mismo efecto se encontraron hacia los casquetes polares: el frío y el blanco hielo los comprimieron, quién sabe por cuanto tiempo, en un cepo gélido.
Mientras tanto, el Geoide se impulsaba, cada vez más, hacia una normalización, mientras el alba de la nueva humanidad se iniciaba con los salvados de las catástrofes, en las más altas montañas del mundo, en inmensas cavernas con la última esperanza de sobrevivir.

(La emigración de los supervivientes)
Entre tanto, mientras todo volvía al orden superior de reajuste sobre la nueva faz del mundo, los supervivientes de las diferentes razas, escapados al apocalipsis, comenzaron extenuantes y largas emigraciones desde las zonas que los habían dejado vivos peregrinando entre las insidias de la naturaleza vuelta, nuevamente, primitiva y salvaje.
En sus rostros y en sus ojos quedó viva la imagen del terror, mientras, a duras penas, afloraban en sus mentes los queridos recuerdos de un pasado feliz en las tierras floridas de un Paraíso terrestre perdido.

Los supervivientes del Gran Continente MuTolteca, los hombres de la piel rojo oscuro, vigorosos en el arte y en la ciencia, debieron también ellos, decir adiós a aquella retorcida cresta de la adorada tierra, ahora agonizante y destinada a desaparecer por el inexorable hundimiento en sus bases en gran parte quebradas por el enorme choque.
El Océano Pacífico, Sur y Central, ya había extendido su arrogante dominio.

Así inciaron el éxodo, dirigiéndose hacia las costas occidentales de América del Sur y Central (Cordillera de los Andes al Sur, Altiplano de México al centro).
Los supervivientes de piel color oro, sin embargo, considerando imposible sobrevivir por la inminente formación de glaciares, iniciaron el éxodo hacia el sur, abandonando a su dura suerte aquellas inmensas tierras cargadas de afectos, de alegría y de dolores. (Groenlandia, Islandia, Tierra de Baffín e islas cercanas, que entonces formaban un único bloque con la actual gran isla). Sus metas fueron las zonas del Labrador, Terranova, Escocia; mientras otros grupos se dirigieron a las extremas Costas Orientales, entonces unidas a las actuales Costas Escandinavas, o hacia las alturas de los Alpes Escandinavos y de Gran Bretaña del Norte, en aquellos tiempos unida a América Septentrional con Terranova.

Los supervivientes de piel color bronce del Continente Africano quedaron, aún cuando atrincherados en las zonas más altas en su tierra que el cataclismo había desfigurado menos que las otras.
Las actuales regiones de Guinea septentrional y meridional a occidente, y las actuales Etiopía, Kenia, Tanganika, Mozambique, Madagascar e islas circundantes, que en aquellos tiempos hacían un solo bloque con África y Australia, fueron sus metas consideradas más seguras para la sobrevivencia de sus criaturas.

Finalmente la raza de piel color mimosa, los más golpeados por la desgracia, debieron buscar refugio en el interior de aquellas nuevas tierras desplazadas del casquete polar del Norte, buscando la seguridad en las inmensas alturas. Abandonaban así lo poco que había quedado del Gran Continente Ciá y que los había salvado del furioso, tremendo choque (actuales Islas Filipinas, Borneo e islas circundantes, China oriental, Japón e islas circundantes, entonces unidas).

El Tíbet y las alturas de China fueron sus metas, mientras otros llegaron hasta las tierras del Himalaya.

(Período prelemuriano)
El Geoide había retornado a su normal rotación alrededor de su nuevo eje, manifestando la normalización completa del equilibrio de su masa.
Pasaron milenios y milenios.

Recomenzaba así el Séptimo desarrollo de su vida.
Los pueblos crecían y si en un primer tiempo se mostraban reacios a dejar las grandes alturas, en donde sus Antepasados habían encontrado refugio y salvación, transmitiendo de generación en generación la terrorífica historia de los apocalípticos acontecimientos, las necesidades de avanzar a otro lugar indujeron a los más audaces a bajar al valle, que las aguas ya habían dejado libre, en gran parte. Algunos se atrevieron hasta alcanzar las orillas del mar. Las noticias de mejores lugares climáticos y de abundante riqueza vegetal y animal llamaron la atención de todos y, olvidándose de las antiguas tradiciones, abandonaron las altas montañas para construir mejor vida en los ricos valles de la tierra.

Así comenzó el período prelemuriano que marcó, para la naciente nueva humanidad, el retorno a aquellos principios de progresos generales que luego debían, a través de milenios y milenios, alcanzar el nivel de nuestros tiempos.
El período Prelemuriano marcó una característica arquitectura mastodóntica.

El temor había estimulado, aún, un atávico recuerdo. En ellos no se había apagado la escena apocalíptica y construyeron las grandes ciudades protegidas por enormes murallas e Idolos mastodónticos como queriéndose preservar de una sucesión de malos acontecimientos.
Los pueblos de piel color rojo oscuro se extendían, cada vez más, hacia las costas de América Sud-Oriental y Sud-Occidental, mientras la raza de piel color oro se encaminaba hacia Europa central y occidental; otros grupos hacia América Septentrional y oriental. También el pueblo de piel color bronce y el de color mimosa se extendieron en los diferentes territorios que circundaban las alturas.


(Período Lemuriano)
Mientras tanto el Geoide se había ajustado completamente, pero no del todo.

La nueva humanidad, ahora lejana de los ánticos días daba los primeros pasos hacia una floreciente civilización; Pero, he aquí un nuevo torbellino se aproxima: La lenta pero inexorable dilatación del Geoide debía, todavía, crear desastres y roturas. Los grandes pedazos de tierra que unían América del Sur a África y sobre los que se habían encontrado, por primera vez, el pueblo negro y el pueblo rojo comenzaban a dar señales de inestabilidad y resquebrajamiento.

En períodos distantes, uno del otro, se verificaron enormes explosiones con apertura de inmensos abismos: Las aguas encontrando camino libre penetraban a través de las nuevas hendiduras, formando grandes ensenadas, prontas a precipitarse, todavía, hacia adelante.
Parecía que las islas se moviesen de su sitio.
La extremidad de América del Sur abandonaba África dejando libres a las aguas para penetrar en las, cada vez más anchas, hendiduras, amenazando seriamente a las islas con sumergirlas.
Las poblaciones, al prever la peor suerte, abandonaron los brazos de tierra, ahora vueltos pequeños y peligrosos, refugiándose en las costas de África y en las costas Sud-Américanas, en busca de seguridad.

Ahora el tiempo lo había marcado todo, y, durante miles de años, aquello que debía acaecer, acaeció: la deriva de los continentes, aunque lentamente, se producía inexorablemente.
Los pueblos se volvían, cada vez, más numerosos y la necesidad de descubrir nuevas tierras hizo pioneros a los hombres más fuertes.
Los salvados de las islas Lemures saliendo hacia el Norte y costeando en parte África y en parte América del Sur, conocieron y se unieron a otra gente, adelantada en el arte y en la ciencia.
De la unión de la raza de piel color rojo oscuro con la piel color bronce nació una nueva raza llamada Raza Lemur.


(Período Pre-Atlantídeo)
Mientras tanto América meridional se había separado de África desde el extremo Sur (actual tierra de fuego) hasta las alturas de Angola (África) siguiendo todavía unida por las tierras de Brasil con el actual Congo Francés y Venezuela y Guayana (América del Sur) con las tierras de Senegal, Guayana francesa, Liberia, Costa de oro y Nigeria (África).
Los islotes Lemures desaparecían, para siempre, bajo las aguas. Los abismos se volvían, cada vez, más anchos y más profundos, mientras las aguas irrumpían copiosas e impetuosas del Sur hacia el Norte.

Todavía pasaron miles de años y los pueblos de piel color oro se habían aventurado, cada vez más hacia el Sur penetrando en las ilimitadas y desconocidas tierras del Alto Atlántide (hoy Océano Atlántico del Norte).
Otro tanto hacían los hombres de la nueva raza, hijos de los Lémures, vueltos fuertes y valerosos. Éstos fueron los más grandes en ciencia y arte y su piel no era ni negra ni rojo oscuro sino, mas bien, color cobre. Éstos, provenientes de América Central y Meridional salian hacia el Nor-Oeste alcanzando, también ellos, las inmensas praderías desconocidas de la Atlántida Central (Hoy Océano Atlantico Central). Los pueblos se desplazaban rápidamente con la esperanza de encontrar mejor fortuna. Desde el actual México, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Venezuela, Guayana, Brasil, multitud de pioneros partían a la aventura.

Así, los hombres de piel color cobre, fueron los primeros en alcanzar África explorando una gran franja de tierra del Continente Atlantídeo.
Alcanzaron las costas de África (Río de oro y Marruecos) hasta tocar las costas de Angola bañadas por el creciente mar Atlantídeo. Pero aún quedaban por explorar inmensas extensiones de tierra, riquísimas en vegetación, estando ésta formada por hundimientos profundos que del Sur iban hacia el centro, hasta la actual Terranova, Inglaterra, zonas primitivas de los pueblos de piel color oro.

Más al norte, la gélida Groenlandia, todavía unida a las tierras del alto Canadá y de Escandinavia que hacía de dique natural a las apremiantes aguas del Norte. A medida que los pioneros del pueblo rubio se adentraban más hacia el Sur y hacia el Norte de Europa, los de piel color cobre se extendían, cada vez más, en todas las direcciones de la gran Atlántida, dirigiéndose hacia el Nor-Oeste.

Aquella inmensa tierra, la más rica de todas las tierras del mundo sobre la que pesaba un trágico destino, fue meta de encuentros entre las dos razas desconocidas: rubia y cobriza.
Acontecieron tumultos, guerras, sumisiones. Pero un gran ser surgía del cruce de las dos razas: El Atlantídeo, físico robusto, color rojo ligeramente sobre el rojo-moreno. Alto, de inteligencia sobresaliente y de capacidad sorprendente: Había nacido el REY de los REYES en un nuevo Paraíso Terrestre. De la evolución de esta nueva raza nació la más potente generación que la humanidad recuerde.
Cuanto digo en esta página parecerá una fábula y yo deseo que así quede ante vuestros razonamientos.

Durante el período pre Atlantídeo, numerosos medios provenientes del Cielo Astral se posaron sobre algunas alturas. Tenían forma de huevo luminoso como el sol.
De estos medios salieron seres de belleza indescriptible y con capacidades excepcionales.
Poseían virtudes mágicas y se decían “HIJOS DEL SOL”.
Fueron ellos quienes instruyeron, en el arte divino, a los Atlantídeos y fueron ellos los que volvieron potente aquel pueblo.

EL GRAN MAESTRO ASÍ SE EXPRESA:
Desde los lejanos caminos del Cielo se movieron espíritus elegidos y, aterrizados sobre los montes de la Atlántida, llevaron sobre la tierra toda la sabiduría del Eterno Padre de todos los Cielos.

En ellos estaba el Paraíso, en ellos se representaba el Orden Universal, en ellos era copiosa la Gran Consciencia de la primera Semilla de todos los conocimientos visibles e invisibles. Ellos fueron la mano benigna de la Luz Divina y por medio de ellos Dios operó desde el gran Logos que emana la Linfa de la Vida, del raciocinio del Bien infinito. Ellos fueron llamados “DIOSES SOLARES” y en su honor el pueblo adoró a su primer, verdadero Dios: el UNIVERSO, la gran Consciencia que crea con Su Eterno Amor y que ilumina los senderos infinitos de los SIETE CIELOS.

El tiempo se perdía en el infinito, centenares de millones de años transcurrieron desde la primera alba de la humanidad en este mundo. Nadie estaba en condiciones de recordar la pasada generación. Hubo, en aquel tiempo Atlantídeo, hombres de belleza Divina, llegados de un mundo lejano con platillos volantes encendidos, semejantes al gran Astro Solar. Estos edificaron el Reino de Dios sobre la tierra dando al fuerte pueblo Atlantídeo una sabiduría capaz de alcanzar las más altas metas del desarrollo espiritual y material. Fueron ellos los Seres Divinos de la dulcísima mirada. Maestros del arte Universal, conocedores de profunda ciencia, doctos en el arte de lo visible y de lo invisible. Ellos fueron adorados como Dioses Solares y para ellos se edificaron templos de maravillosa belleza.

Los Atlantídeos vivieron bajo la enseñanza de estas Divinidades venidas del espacio profundo de los cielos y, en breve tiempo, gran parte de aquel pueblo se volvió el más potente y el más rico de la tierra.
El secreto de las más predilectas iniciaciones fue reservado para aquellos que luego debían volverse los herederos de las Virtudes Celestes.
Este primer período que duró miles y miles de años estuvo caracterizado por acontecimientos grandiosos. La ciencia, el arte y el comercio tuvieron un gran y floreciente desarrollo, mientras la ética de aquel pueblo alcanzaba metas tan altas como para poder parangonarse a la ética perfecta del espíritu.
Grandes Metrópolis nacían, por doquier, con arquitectura de incomparable belleza artística, admirables por sus grabados de oro incrustado, que los Divinos habían construido con gran facilidad, con su atávico arte.

Una de estas grandes Ciudades surgía en una meseta al Nor-Este de la actual isla de “Cabo Verde”. En un promontorio de esta gran metrópoli se mostraba, majestuoso, el más grande y rico templo de todos los siglos. Todo en oro, estaba rodeado de jardines inmensos y olorosos, y de mil otras bellezas. Residencia del Jefe Espiritual del gran pueblo Atlantídeo, fue meta de aquellos que tuvieron la fortuna de aprender con amor la Sabiduría Divina y las enseñanzas de Su gran obra.

Las numerosas caravanas iban y venían, partiendo ahora de las costas Africanas, ahora de las costas Americanas. El comercio se extendió hasta la baja Europa Sud-Occidental (actual Portugal, Francia, Alemania).
EL PARAÍSO DE DIOS se había, en aquel tiempo, establecido sobre la tierra.

Una gran colonia fuerte y próspera se desplazó hacia Oriente, edificando una gran metrópoli en el bajo Nilo (actual Egipto) convirtiendo estas tierras en zonas riquísimas, alargando su dominio, cada vez más, sobre las vastas y desiertas extensiones del alto Egipto y de África sud-oriental y sud-occidental. En esta última zona se edificó el Templo de las Tres Puertas de oro, llamado también el Templo de la Sabiduría.

El desarrollo de las cualidades psíquicas de aquel pueblo se volvió tan potente que les concedió las facultades, más amplias, de la potencia espiritual.
El constante equilibrio espiritual-corporal fue una educación asidua y vigilada de aquel pueblo ya en el vértice de la evolución.
La ciencia de la alquimia, exclusivo domino de la Casta Sacerdotal de los Dioses Solares, quedó un secreto para el pueblo, y todavía hoy los hombres se apresuran, vanamente, en volver este arte privado de misterio.

En este primer período el Imperio Atlantídeo tuvo un radioso, pacífico y próspero desarrollo. Pero el final del primer período debía ser marcado por un fatal acontecimiento que el tiempo había, poco a poco, madurado; Una vez más la superficie terrestre comenzó a temblar, abriendo enormes abismos; otra vez África y América se desgarraban, alejándose. Duró mucho tiempo la trágica, aún cuando, lenta deriva de los dos inmensos pedazos de tierra. Los abismos se volvían, cada vez, más anchos permitiendo a las aguas penetrar y agrandar sus dominios. Las partes más bajas de aquella tierra eran invadidas por las aguas. El Sur de aquel gran Continente se volvía un grupo de grandes islas rodeadas por la prepotencia de las aguas en continuo acecho. Tales acontecimientos que marcaron el fin del primer período Atlantídeo y el inicio del segundo período, arrojaron el desorden y la desesperación en aquel paraíso que los hombres habían construido.

Muchos fueron los que en previsión de lo peor se refugiaron en las costas de África Oriental, volviéndose, forzosamente, presa del pueblo de piel color bronce y sometidos a sus costumbres diferentes y extrañas.
Poseidón resistió tenazmente a la continua propagación de la involución de las almas en presencia de las exhibiciones sensuales que ya habían corrompido a gran parte de aquel pueblo, extendiéndose rápidamente hacia el Centro y hacia el Norte.

Sectas secretas nacían por todas partes, teniendo por jefes a mujeres despreocupadas en moral y en cuerpo, atenazando al ingenuo y puro elemento que, por mera aventura, venía en contacto con estas sectas. La intervención de los iniciados no valió para truncar la ya monstruosa degeneración físico-sensitiva.
Luchas sangrientas se sucedieron a lo largo del tiempo, poniendo bajo el azote de la destrucción aquel ardiente lecho que los Antepasados llamaron: PARAÍSO TERRESTRE.
Pero la gran voluntad del Viejo Anciano de los ánticos días dió al mundo la iniciativa de poner fin a la continua expansión de los tremendos vicios degenerativos.

Aconteció que la gran Groenlandia, entonces unida a los actuales Continentes Nor-orientales (Escandinavia) y Nor-occidentales (Alto Canadá) barrera natural a las apresuradas aguas del Norte, comenzó a dar señales de movimiento, provocando inmensos abismos, cada vez más amplificados por el continuo movimiento migratorio. Las aguas, consiguiendo encanalarse a través de aquellas enormes hendiduras, se precipitaron hacia el Sur, provocando las inundaciones del alto Atlantídeo y sumergiendo gran parte de aquel territorio, por su naturaleza muy bajo y mucho más bajo del nivel de las aguas nórdicas.

Groenlandia abrió las puertas y a medida que ésta iba a la deriva, las aguas furiosas e incontenibles, invadían, cada vez más, el Continente confluyendo con las aguas del Sur.

De la Atlántida sólo quedaban algunas islas, esparcidas acá y allá en el inmenso Océano Atlántico actual. Muchos perecieron y otros escaparon al fatal destino. Ahora el mar se había vuelto patrón de la tierra más rica del globo.
Todavía pasaron miles de años y la gran isla del Sol, Poseidón, se volvió fuerte e incansable en la obra del espíritu y de la Sabiduría Divina, resplandeciente, más que nunca, como queriendo decir a los hombres perdidos que Dios, enojado por la obra nefasta que habían emprendido, había permitido a las fuerzas de la materia y de los elementos realizar destrucción y muerte. Muchas fueron las ovejas descarriadas que volvieron nuevamente al arte de la paz y del espíritu. Las islas se repoblaban y durante largo tiempo la paz reinó soberana con la prosperidad, la cordura y el amor hacia el espíritu. Pero el arte de la guerra había vuelto brutos a gran número de hombres que privados, ahora, de sensato amor al prójimo, afilaban las armas en las alturas de las costas Americanas del Sur presa de delirios hostiles y sanguinarios. Los ataques continuos y salvajes sometieron a sus leyes sanguinarias a gran parte de aquel pueblo que había vuelto a las leyes atávicas de los ánticos Maestros venidos del Cielo.

Pero la lucha, aún cuando tremenda, fue contenida durante muchos años lejos de la gran isla de Poseidón, Isla Sagrada en donde el Templo forrado de oro resplandecía como un sol centelleante. La suerte fue adversa y las orgías salvajes y embrutecedoras del arte de la guerra obligaron a rendirse al ya diezmado pueblo Atlantídeo. Muchos huyeron hacia Oriente (actual Egipto) llevando con ellos la historia inmortal del mundo y de los más excelsos conocimientos del arte Divino del Espíritu.

Los invasores, ocupadas las islas, instituyeron sus templos de sangre y de horror persiguiendo a aquellos que quisieron, a pesar del supremo sacrificio, gritar todavía su fe en el arte Celeste.
Al mismo tiempo, también los morenos y algunas tribus rubias realizaron alianzas con los conquistadores de las islas.
Las orgías continuaron en la rociada lujuriosa de incontenible bajeza, edificando la más pobre de todas las involuciones de todos los tiempos.

Los fugitivos que tuvieron por meta las grandes extensiones del Nilo, volvieron a encontrar a sus hermanos, ya, desde hacía tiempo dueños de aquellas tierras, encontraron asilo y, juntos, instauraron los grandes principios que la suerte adversa había puesto a dura prueba.
Se volvieron poderosos y, esta vez, armados y prudentes ante eventuales acometidas de los, ahora, enemigos.

Las islas conquistadas se habían vuelto meta de comitivas de sanguinarios y de seres impetuosos y salvajes. El delirio del sexo, de la lujuria, del materialismo y del sensualismo drogado había debilitado toda iniciativa suya, titubeando, como locos en sus propias amarguras.
Algunos iniciados intentaron, con el precio de su vida, convertirlos, pero inútilmente ya que el fango los había hundido y arastrado.

En este periodo nació el suscrito en una familia iniciática, masacrada por una turba de asesinos fanáticos. Tuvo amparo, todavía pequeño, en una secta secretísima, en donde creció instruido por la Palabra dulcísima de los Maestros de la apacible mirada (véase relato aparte).

Un profeta, que tal parecía ser pero, en verdad era un Divino del Sacro Consejo de los Cielos, había dicho: “¡Despertaros, despertaros!. El Paraíso sobre la Tierra se ha perdido por culpa vuestra”.
Nadie lo había creído y cuando lo sacrificaron a las más terribles torturas, sin que él expirase, aún teniendo el cerebro fuera de su sitio... la tierra tembló y el Cielo se oscureció en un huracán espantoso.
El tiempo ya había marcado el fin, y este llegó como un rayo.
Las islas, por lo que yo sé, se hundieron sumergiendo a millones de seres reos de haber, con su inaudita despreocupación, desobedecido a Aquel que, sobre la Tierra se había dignado dar el semblante, el aliento y la linfa del orden y del amor imperecedero y eterno de los Cielos.

Así tuvo fin el grande y poderoso Reino de los Atlantídeos que la historia ha ocultado en el abismo del tiempo y en las alas del espacio donde el hombre roza con su alma, con su inteligencia y con su amor un pasado que, a pesar de su ignorancia, le pertenece.


ANTES DE LA REBELIÓN
Los cuerpos de los Hombres-Ángeles estaban constituidos por tres partes de Astral y una parte de materia. Su presencia era de luz radiante. El espíritu regente de Lucifer, representante y jefe patronímico de toda una clase de Hombres-Ángeles y de espíritus del planeta Luz, era aquel que, entre los Arcángeles, había lanzado la más penetrante e intrépida mirada en la sabiduría creadora de Dios. 
Era el más fiero y el más indomable. No quería obedecer a ningún otro Dios, excepto a sí mismo. Los Hombres-Ángeles, los únicos habitantes de aquel planeta, habían alcanzado un cuerpo astral-físico radiante y reunían en perfecta armonía el Eterno Masculino y el Eterno Femenino, creándose de nuevo a sí mismos, con el proceso inmortal del amor divino. Éstos, tenían el amor, la radiación espiritual, sin turbación y sin deseo de posesión egoísta, porque eran astralmente andróginos.

Lucifer había comprendido que para imitar a Dios en el arte de la creación necesitaba desarrollar, en el Hombre-Ángel, el deseo de tal arte. Inició así la seducción.

Una enorme multitud de Hombres-Ángeles se dejó seducir, inflamándose de gran entusiasmo. El deseo de crear como Dios, los empuja a manipular los elementos cósmicos en el intento de inducirlos a la obediencia absoluta. Los Arcángeles y todos los Elohim de los otros planetas tuvieron la orden de impedir el descabellado designio, puesto que semejante obra habría puesto el desorden en la creación y roto la cadena de la jerarquía divina y planetaria. La lucha ardiente y larga que se empeñó entre la armada del Arcángel rebelde con sus semejantes y sus superiores terminó con la derrota de Lucifer y sus Hombres-Ángeles.

He aquí, por primera vez en la historia del Hombre, el drama de su Divina epopeya.

Atum, Sow, Gebb, Niot, Osiris, Isis, Shet y Nebtho, por deseo del Absoluto, aún habiendo quedado los más devotos a las Leyes del Altísimo, debieron quedar con los rebeldes y unirse a su destino.

Mientras tanto todo estaba listo. Enormes transatlánticos iniciaron el ir y venir entre el planeta Luz, la Tierra y Venus. Durante cuarenta larguísimos días y noches, miles y miles de aparatos surcaron el gran espacio. Criaturas de diferentes razas, animales y cosas fueron transportados y colocados en los puntos preestablecidos de la Tierra y de Venus.

Sobre el planeta Luz, el monstruo desintegrador había atacado la corteza de aquella célula Universal en busca de los elementos sensibles a la naturaleza de su cuerpo, vuelto monstruosamente grande. Ahora la coyuntura estaba próxima.
El mundo agonizante, entre las espiras de la bestia, había quedado sólo con el destino como los Hombres-Ángeles rebeldes, rebeldes a las Leyes de Dios-Creador, habían sentenciado creando el mal en lugar del bien que sólo Dios y solamente Él podía crear.

Desde la Tierra y desde Venus, la mirada pensativa de los rebeldes estaba dirigida hacia el Paraíso perdido. Por primera vez encontraron la tristeza, un sentido que hacía sufrir y que nunca habían conocido. Mientras tanto sobre el planeta Tierra y sobre Venus la ciencia preparaba todo según el nuevo estado de cosas y con el sentido de la inmediata emergencia. El terrorífico rugido de las enormes bestias asustadas les daba otro sentido que nunca habían conocido: el miedo.

Barreras de protección habían sido dispuestas de forma científicamente segura. Los ojos de muchos estaban bañados de lágrimas; otro hecho nuevo que no habían conocido antes: la conmoción del alma, el intenso dolor. Bharat, ángel justo en medio de los injustos, iluminado por la Consciencia Universal, era el único que comprendía el grave castigo ejecutado por Dios. La grande y terrible caída ya se había inciado con la pérdida del paraíso. Él lo sabía todo y estaba con ellos por un cometido Divino que debía absolver en el tiempo con la colaboración de Atum, Sow, Gebb, Niot, Osiris, Isis, Shet y Nebtho vueltos rectores de los elementos de la nueva vida. Todo parecía tranquilo y durante la noche todos estaban con los ojos húmedos por el llanto en espera de cualquier cosa que debía suceder. Y, he aquí, una potente voz llegada de la profundidad de los espacios: “¡Malditos! ¡Malditos hasta el día que Yo quiera!”.


EL DESTINO DEL PLANETA LUZ YA ESTABA MARCADO
El terrible monstruo desintegrador, lo devoraba todo con feroz voracidad.

Los hombres-ángeles, rebeldes a las inmutables Leyes del Cosmos, habiendo querido imitar al Absoluto en el arte de la creación eterna, habían dado vida a una terrible criatura, monstruosamente sedienta de un irrefrenable instinto anti-cuerpo. Su cuerpo, formado de energía en caótica desarmonía, crecía rápidamente, transformando cada cosa que encontraba a lo largo de su lento, pero desastroso camino, en otra tanta caótica energía para alimento y crecimiento de su cuerpo y de sus maléficos instintos. Invulnerable, el monstruo de cabeza de hongo, era el único patrón incontrastable del destino del planeta Luz.

Ahora ya no había salvación y era necesario huir, huir lo más rápido posible antes que aconteciese, por parte del monstruo desintegrador el ataque a la corteza del planeta y consiguientemente la inevitable consecuencia de la rotura del equilibrio de los yacimientos de materia sensible a la desintegración rápida y progresiva. La desesperación había invadido a los culpables y a los no culpables.

Todos los habitantes de los otros planetas, excluidos la Tierra y Venus, todavía en estado de evolución primitiva con espesa vegetación y habitados por enormes animales, estaban consternados por lo peor, que todavía debía verificarse. Los Hombres-Ángeles del planeta Luz, con tal injustificable pecado, habían marcado el destino de un mundo que había sido la cuna de una suprema felicidad inmortal y paradisíaca.

Desheredados de Dios y de los perfectos pueblos de los otros planetas, los hombres-ángeles rebeldes enviaron patrullas explorativas sobre el satélite del planeta Tierra. Con potentísimos aparatos espaciales, exploraron, además del satélite terrestre, la Tierra y Venus.

Anotaron las pocas dificultades, superables por medio de sus equipos científicos, y retornando consideraron que era posible un refugio temporal en aquellos nuevos mundos.
Así iniciaron la gran obra para la completa evacuación del agonizante planeta. Muchísimas criaturas angélicas no culpables, con la buena intercesión del Regente AMON eran llevadas por seres angelicales de otros mundos y substraídas a aquellos que, con su rebelión, habían provocado la ira santa de Dios-Creador.

La noche era límpida. Una gran luminosísima estrella resplandecía radiante en el cielo. Era el planeta Luz. Todas las miradas estaban dirigidas hacia él con una ternura jamás sentida. De repente un inmenso resplandor alumbró el cielo. Una inmensa luz, en forma de Cruz, iluminó las pupilas de todas las criaturas del Reino de Amon, desde el primero al último mundo. Una célula del Universo había sido asesinada.
Un Paraíso destruido por los ángeles rebeldes. Lágrimas de dolor se deslizaban silenciosas y dolorosas. El Cosmos había sido herido. “¡Malditos! ¡Malditos, hasta el día que Yo quiera!”. Tronó todavía más potente la voz repetidas veces antes de que el cielo se oscureciese y las estrellas se volviesen color sangre. En aquel mismo instante Atum, Sow, Gebb, Osiris, Isis, Shet y Nebtho, envueltos por una resplandeciente luz se volvieron invisibles a los ojos de los ángeles caídos en la maldición.

Los presentes pudieron observar, no con poco estupor, tal acontecimiento, pero no pudieron darse cuenta de lo que acontecía. La Tierra comenzó a temblar mientras un viento tempestuoso lo elevaba todo en el aire. Los volcanes empezaron a vomitar materia incandescente, las aguas inundaron la tierra; enormes hendiduras se abrían en la débil corteza terrestre. Una visión apocalíptica vuelta terrible por la tronante voz que decía: “¡Malditos!. ¡Malditos, hasta el día que Yo quiera!”.

Los vehículos y todo aparato eran literalmente tragados por la tierra en movimiento y destruidos. La muerte, que ellos nunca habían encontrado, reapareció ante sus pupilas, desmesuradas por el terror. Dios había quitado aquello que les había dado “la vida eterna”. Así había iniciado el largo vía crucis de los ángeles caídos.

Ahora ya no tenían ningún privilegio, ni podían pedirlo habiendo cometido una grave culpa. El alba despuntó y los sobrevivientes al apocalipsis vieron al Sol como una masa de pelo encendido. Buscaron refugio en las más altas cimas de las montañas, mientras las invocaciones de desesperado dolor se elevaban al cielo desde todas partes del mundo. Las bestias hicieron estragos devorando cadáveres y persiguiendo a los vivos.

¡Todo había sido perdido!. Ahora se conocía también el espíritu de conservación, de razón, de lucha, de sobrevivencia, de dominio del uno sobre el otro, de la defensa y finalmente del mal.

A medida que el hombre se desprendía de las formas, originarias y se aproximaba a la perfección corpórea, la separación de los sexos se acentuaba en él.

La oposición de los sexos y la atracción sexual se volvían, en las épocas siguientes, uno de los más enérgicos propulsores de la nueva humanidad ascendente. En el mundo animal como en la humanidad, la irrupción del sexo en la vida, el nuevo placer de crear en dos, actuó como una nueva bebida embriagadora. Algunos hombres, todavía cogidos por la torpeza psíquica, se acoplaron con animales dando vida a las especies simiescas, degradación del hombre primitivo, empujado por el irrefrenable aturdimiento sexual. un flagelo espantoso se abatió sobre el planeta. Lucifer no había perdido el tiempo.

Del desorden de las generaciones salieron todas las malas pasiones: los deseos sin freno, la envidia, el odio, el furor, la guerra del hombre contra el hombre.

Mientras tanto un desastre era inminente.

Un cataclismo destruyó una gran parte del continente Lemur. Formidables sacudidas sísmicas agitaron, de un punto a otro, la Lemuria. Los innumerables volcanes comenzaron a vomitar torrentes de lava. Nuevos conos de erupción surgieron por todo el suelo, lanzando fuera lenguas de fuego y montañas de cenizas. Mientras tanto la flor de la raza de los Lemures se había refugiado en el extremo occidental del continente devastado. Desde aquí, los supervivientes, alcanzaron la Atlántida, la tierra virgen y verdosa, emergida, desde hacía poco, de las aguas en donde debía desarrollarse una nueva raza humana.

Mientras tanto en oriente, donde al origen habían encontrado temporal refugio en el común intento de salvación. otros Hombres-Ángeles, fugitivos del planeta Luz a punto de explotar, también habían sufrido las mismas aventuras, volviéndose la raza amarilla. También otros, por el mismo motivo, refugiados en la actual Groenlandia, se volvieron la raza blanca-rubia y otros, finalmente establecidos en las zonas tórridas, la raza negra. Todos habían sufrido la metamorfosis del astral al físico, padeciendo variaciones con relación a los agentes que actuaban en aquel determinado lugar en el que se encontraban en el momento de la tragedia inicial y que los había llevado a ocupar la tierra y reagruparse en diferentes puntos del globo, en donde consideraron más segura la estancia.

El hombre, gota trémula de luz venido del Edén de un mundo destruido, comenzaba de nuevo el camino de un sendero que Dios le había asignado como pena y expiración de su grave culpa.


COMUNICACIONES A CONECTAR

El cuerpo astral iba poco a poco materializándose. Un ligero estrato de sutil materia gelatinosa se condensaba en torno a la pineal, formando un cúmulo de forma cónica desarrollándose por detrás. También sobre la columna se realizaba tal desarrollo (véase dibujo). El eterno masculino se desdoblaba del eterno femenino. Las facultades angélicas iban mutándose lentamente. Quedaban solamente las facultades telepáticas, medio de comunicación originario. Los medios que habían, científicamente tutelado, sus angélicas cualidades habían sido destruidos y tragados por la tierra en movimiento y, ahora, estaban obligados a soportar un ambiente totalmente diferente del lugar de origen y debiendo necesariamente sufrir la intervención de los agentes vitales de aquel ambiente densamente material.

Todas sus características, físicas, psíquicas y biológicas, por este motivo principal, padecieron un inmediato, aún si aparentemente lento, mutamento. La pineal se atenuaba, cada vez más, asaltada por un crecimiento de materia gelatinosa, siempre más voluminosa, mientras la androgeneidad había desaparecido completamente. A medida que la astralidad era cubierta por la materia, la luz radiante iba disminuyendo lentamente.

Y, he aquí el Homo sapiens. El primer Rey viviente del planeta Tierra estaba listo para volver a comenzar la ascensión hacia el paraíso perdido. Un nuevo Arcángel, con una escuadra de Dioses y de Ángeles había tomado el mando de sus destinos, condenados a los más duros sacrificios y a las más penosas renuncias. Empezaba así el descuento de un grave delito hacia Dios-Creador. Cristo era el nuevo Regente de la tierra y con Él la escuadra de los Ángeles que habían quedado fieles a la Ley Divina. Pero, Lucifer, no se había resignado. Su dominio no había decaído del todo. El tormento lo perseguía volviéndolo todavía más rebelde de cuanto había sido. Él era un Arcángel y, aún cuando, castigado y derrotado seguía siendo el jefe patronímico de los Ángeles caídos y vueltos hombres. Todavía podía luchar e intentó hacerlo escondiendose, con fina astucia, en la naciente materia de los cuerpos de aquellos que por su culpa, iniciaban el gran descenso hacia el abismo de la densa materia. Pero, Cristo, antes que él había establecido su morada, con todo Su Divino Amor, en el corazón de aquellas Criaturas haciendo Suyo su dolor y sus esperanzas de perdón y de ascensión hacia DIOS.

Así comenzó la gran lucha del hombre entre el bien (Cristo) y el mal (Lucifer). Ahora, el hombre primitivo se encontraba completamente en el plano físico.

La aparición de los dos sexos desarrolló en él tres nuevas fuerzas: el amor sexual, la muerte y la reencarnación, agentes energéticos de asociación, de disociación y de renovación.
Ahora estamos en el período Atlantídeo. La generación amarilla a oriente, en pleno Pacífico, antes de ser mar, poblaba en plena prosperidad el gran continente Mu. La raza blanca prosperaba en los continentes nórdicos del planeta, mientras la negra se multiplicaba con mayor dificultad, en algunas zonas de África meridional y central, por estar éstas cubiertas de bosques, difíciles y llenas de ferocísimas bestias.

Yo, he vivido gran parte de mis existencias en las tribus de los hombres-rojos, mejor señalados con el símbolo del Rig que, traducido literalmente, quiere decir: “Sabiduría”. En aquel tiempo la Atlántida escuchaba, ... escuchaba siempre... ahora sólo oía el silencio... . Entonces, replegada sobre sí mismo, se volvía sonora como las caracolas de los mares. La noche, comenzaba otra vida para el Atlante, una vida de sueño, de visión, un viaje a través de mundos extraños. Durante el sueño, no veía la forma material, sino su alma, separada del cuerpo, que se zambullía en el alma del mundo. Cuando se despertaba, de los sueños, el Atlante tenía la certeza de haber vivido en un mundo superior y de haber hablado con los Dioses. Así en aquel tiempo primitivo, la noche y el día, la vigilia y el sueño, la realidad y los sueños, la vida y la muerte, el aquí y el más allá se mezclaban, se confundían para el hombre en una especie de sueño traslúcido que se desarrollaba al infinito.

Mientras, otros tremendos cataclismos habían descompuesto el mundo. El gran continente Mu, reino de la raza amarilla, era literalmente destruido por un enorme descenso de la corteza terrestre e invadido por las aguas que apremiaban fortísimamente. Algunos continentes nórdicos, también ellos sacudidos por violentísimos terremotos y pavorosos hundimientos, empujaron a la emigración, hacia centro Europa y norte de América, a gran parte de los sobrevivientes. El continente Atlantídeo era despedazado en varios puntos. La tierra se movía como una hoja a merced del viento. Los Atlantes, llenos de pánico y de temor ante la invasión de las aguas que apremiaban violentamente por el norte y por el sur, se refugiaron en las altas montañas de América central y meridional. Otros quedaron en las alturas de la Atlántida, todavía otros se desplazaban hasta alcanzar las costas occidentales de África septentrional. Un suceso que había sobresaltado el alma de todos se había verificado antes de que aconteciese el cataclismo. El sol se había vuelto más resplandeciente que nunca, desde su vivísima luz, había tomado forma una gran, inmensa Cruz, una Cruz luminosa en la inmensidad del espacio, y que había, por un instante, despertado un atávico recuerdo, un terror, una culpa, una maldición. Aquel signo, desde entonces, lo recordaron para siempre con un sentido de verdad encerrado en un inexplicable símbolo de amonestación.

Ahora había llegado el tiempo de los encuentros. Los hombres de piel roja se encontraban con los de piel blanca y otros con los de piel negra.
Todos venían de un mismo destino, sin embargo se lanzaron los unos contra los otros con inaudita ferocidad. El Arcángel de la Luz, estaba, ahora, en plena lucha con el Arcángel de las tinieblas. Uno dominaba el Espíritu, el Otro la materia. Una divina dualidad controlaba los espíritus llevándolos ahora hacia el odio, ahora hacia el amor.

El mal y el bien habían entrado en el ciclo de la lucha común hacia las experiencias supremas de la gran ascensión. La lucha del cielo se reflejaba sobre la tierra.
Mientras tanto, los cruces de las tres razas daban a la luz otras razas mucho más inteligentes y que debían, a su tiempo, devenir los elementos formadores de una raza elegida.

Esta fue la obra de la raza blanca con la Atlantidea, cepa común de los Semitas, y de los Arios en los cuales las varoniles cualidades de la razón, de la reflexión, del juicio debían dominar sobre todas las otras. Pero para desarrollar tales facultades, era necesaria una gran disciplina y una vida aparte, separada de las otras razas.
Los caudillos, arrastraron a la raza blanca hacia el este y norte. La meta final de este éxodo, que duró siglos y milenios, debía ser la región de Asia.
Sobre aquellos altos altiplanos de aire saludable, fuera de los ataques de las otras razas, a los pies del Himalaya, se formó la civilización Ariana. 

Más alla, posteriormente, emigraron los diferentes grupos de la nueva raza, destinada a gobernar el mundo, raza Indo-europea:
Arios de la India, Iranios, Escitas, Sarmientos, Griegos, Celtas y Germanos así como los primitivos Semitas de Caldea.

Había llegado el tiempo de los grandes mutamentos. Los Dioses habían tomado plena posesión de todas las directivas. Estos aparecían en nubes de fuego y su lenguaje no tenía nada de terrestre. Tenían sobre la tierra sus mensajeros a los que daban enseñanza de cómo debían conducir a los hombres. Los mensajeros de los Dioses podían recibir las revelaciones, porque, a su vez, eran los más perfectos entre sus hermanos los humanos. Se podían llamar espíritus superiores con trajes humanos, pero su verdadera patria no era la Tierra. Atum, Sow, Niot, Osiris, Isis, Shet y Nebtho eran Angeles, los hermanos que quedaron sobre la tierra por orden del Altísimo.
Y, finalmente, el último gran cataclismo que debía destruir, para siempre, el gran continente de la Atlántida para dejar sitio a las crecientes aguas de los dos polos.
con este terrible desastre geológico desaparecieron los últimos restos de la raza atlantídea vuelta viciosa, débil y practicante de la magia negra.




EL HOMBRE Y LA CRUZ

Aflora nuevamente a en el hombre la sombra espectral de un triste, atávico pasado.

¡RECUÉRDATE HOMBRE!

¡PÁRATE! No vuelvas a repetir el mismo camino por el que has sido maldito. Medita, escruta en lo profundo de tu alma y verás que, además de la Gran Luminosa Cruz, te volverás a encontrar a ti mismo, aterrorizado, culpable, de rodillas ante el gran pecado, en espera del misericordioso perdón de Dios y de los Cielos.

En aquel remotísimo tiempo toda la humanidad del Planeta Lucifer se sentía irremediablemente perdida. Ahora ya no había esperanza de salvación y era necesario huir, huir lo más pronto posible. Miles de naves espaciales estaban listas y otras llegaban del Planeta Marte y del Planeta Saturno. El planeta condenado a muerte por una lenta y progresiva desintegración ya estaba próximo a alcanzar el punto crítico. Era necesario actuar rápidamente. La deflagración final podía llegar de un momento a otro. La energía atómica que el hombre, con tanta ligereza había desencadenado, creó una desintegración en cadena de algunos grandes yacimientos de elementos sensibles yacentes en el subsuelo de aquel planeta.
Nadie estaba en condiciones de poder parar el caos de una potente energía vuelta loca y destructiva. La tierra que entonces se encontraba en la órbita del actual planeta Venus y este en la del planeta Mercurio, fue la meta de una gran parte de los fugitivos. 

En el firmamento miles de transatlánticos espaciales circulaban entre el planeta agonizante y la Tierra, Marte y Saturno, los lugares más cercanos para encontrar refugio. Llevaron con ellos cuanto era posible, pero no todos pudieron ser salvados. La Tierra todavía en un estado primitivo y poblada exclusivamente por enormes animales, no se volvía del todo acogedora, pero como refugio provisional, en aquel desesperado momento, había sido considerada providencial. Criaturas de ambos sexos y de diferentes razas creyeron encontrar un temporal acomode en espera de los acontecimientos. El tiempo de lo peor ya estaba cercano y mientras en el planeta, agonizante, millones de criaturas esperaban la salvación, una visión apocalíptica y con un inmenso resplandor, atroz, golpeó la aterrorizada mirada de los salvados.

El cielo se había vuelto luminoso y pavoroso. Una célula del Universo había sido asesinada por el hombre rebelde, desobediente a las Leyes del Cosmos. Una grave culpa que no puede ser fácilmente borrada y que el Cosmos castiga severamente.

El caos en todo el sistema solar fue de enorme alcance y muchos otros planetas, comprendida la Tierra, arriesgaron a ser lanzados fuera del propio equilibrio. El Sol vibró fuertemente dejando escapar de su propia superficie una enorme masa de materia incandescente que después debía asentarse en una órbita muy próxima al Sol y que nosotros, luego, debíamos llamar Mercurio. 

La Tierra, Marte y Venus y todos los planetas del sistema solar recibieron enormes choques, mientras las gigantescas rocas del planeta destruido se dirigían en todas las direcciones del espacio sideral. Muchos de estos pequeños mundos encontraron un asentamiento definitivo orbitando en la proximidad del planeta Saturno. 

La perturbación del sistema solar fue desastrosa y el planeta Tierra, este mundo de manto azul, sufrió, además de los choques, el desplazamiento del eje polar y por consiguiente todos los efectos de esta no menos desastrosa causa: erupciones, levantamientos y hundimientos de la corteza terrestre, invasión loca de las aguas, movimientos telúricos de gran alcance. Los seres que en ésta habían buscado un refugio temporal para salvar la vida, fueron diezmados y sus aparatos, estacionados, fueron completamente destruidos y tragados por la tierra y las aguas en movimiento. Los supervivientes no eran muchos, ahora la lucha por la sobrevivencia se había vuelto desesperada y sus mentes trastornadas por los inmensos sufrimientos psíquicos provocaron la completa anulación de su personalidad. Los ojos desmesuradamente abiertos de terror era lo único que había quedado de la inhumana desolación que los rodeaba. Los infelices seres que sobrevivieron a tanta desventura tenían ante sí un pesadísimo equipaje de enormes sacrificios a llevar a lo largo del nuevo camino de su existencia. Pasó mucho tiempo y lentamente se iba borrando de su mente la imagen de tanta tristeza. El recuerdo de haber venido del cielo no les abandonó nunca y durante milenios cantaron esta su gran verdad.

El tiempo pasaba y el relato de los Padres tejía fábulas, sueños, pesadillas y fantasía en la mente de los descendientes, ahora tan diferentes en el cuerpo y en el espíritu.

Tantos otros acontecimientos atormentaron la gran alma, amodorrada en el vértice de un triste pasado y tantas otras veces volvió a aflorar en la mente de los más evolucionados el impetuoso deseo de comunicar con la voz del cosmos para pedir respuesta a las preguntas que surgían del interior como imágenes vivientes y significativas. Pero la cruz luminosa e inmensa quedó, para siempre, esculpida en lo profundo de sus corazones. Una señal, que nunca pudieron olvidar y que en tantas circunstancias aparecía como una invitación al arrepentimiento y al temor. Sufrimientos, luchas con la joven naturaleza del planeta en fase de maduración, batallas contra las voraces, enormes, bestias y las indefensas criaturas, empujaron a los mejores a pensar, pensar con fortísima voluntad. De los sueños sacaron útiles enseñanzas y de la naturaleza los primeros medios rudimentarios. 

Los conocimientos se volvieron cada vez más numerosos y los medios se construían con más facilidad.
El tiempo había trabajado para ellos y el dictamen misterioso del gran saber se había revelado lentamente. Recomenzaron a vivir en contacto con la naturaleza misteriosa de la Inteligencia Universal. Adivinó el gran despertar y el hombre ya no pudo frenar más el río de su atávico saber que, en un primer tiempo, se había adormecido. Pasaron milenios y milenios en un continuo ascenso evolutivo entre el multiplicarse de las diferentes razas y otras nuevas llegadas a la luz.

No todo el tiempo fue feliz a causa de las convulsiones periódicas del planeta que, en fase de asentamiento, a menudo provocaba muerte y destrucción. Pero sus corazones ahora estaban templados y su espíritu alto como la cima de una montaña.

Recomenzaban y construían mejor que antes, viviendo con más férrea voluntad y con una fe inquebrantable. Lo que más preocupó a los Sabios de entonces fue la reminiscencia de una terrible fuerza de dominio y de guerra que, poco a poco, se iba formando en el ánimo de muchos. El instinto del funesto pasado se despertaba, también del largo letargo y, entre las cosas buenas que la mente realizaba, las malas eran las más grandes y las más terribles. Esto preocupó muchísimo a la infalible Inteligencia del Cosmos e igualmente preocupó a aquellos que, iniciando la gran exploración de los mundos nuevos, después de la inmensa, apocalíptica, catástrofe acontecida en nuestro sistema solar, habían conocido el destino de aquellos que buscaron, en el remotísimo tiempo, salvación sobre la Tierra.
Diez mil lejanos años de nuestro tiempo ellos conocieron nuestro mísero estado psicológico e hicieron de todo para hacernos mejorar rápidamente, dejando sobre la tierra maestros insignes de cultura universal. Muchos de ellos vivieron largo tiempo sobre la tierra y, a menudo, sacrificaron su vida con una pasión pura, angélica, santa.

Sus enseñanzas y sus conocimientos fueron de muchísima ayuda para mejorar progresivamente el proceso evolutivo de las razas. Su saber era infinito y sus conocimientos exactos. Quizás, en aquel tiempo, nos habían hecho conocer quien verdaderamente era DIOS. Pero las convulsiones del planeta no habían terminado y otros desastres se añadieron a los acaecidos a lo largo del tiempo; recomenzaron nuevamente y, esta vez, con la ayuda de quien conocía todo de nosotros, todo desde el principio hasta este nuestro tiempo. Sabían quienes éramos y de donde habíamos venido.

Nada escapaba a sus conocimientos, ni siquiera la mala formación de nuestros, a menudo famélicos y bestiales instintos que se agigantaban en la obra y en los hechos de la vida. Nos consideraban, nos ayudaban, nos compadecían, pero debían mantenerse, necesariamente, alejados, ocultos, escondidos con todos sus conocimientos en aquel tiempo incomprensibles, tanto como hoy. Muchos de ellos se sacrificaron por nuestro bienestar y tantos otros realizaron cosas maravillosas, inconcebibles para las mentes de entonces. Ezequiel, en su libro (Sagrada Biblia) los describía así: “La primera visión de los Querubines”. Eran ellos y desde el primero hasta versículo veinticuatro de su libro Ezequiel lo afirma en el modo más claro e inequívoco. Estaban con nosotros porque querían, a cualquier precio, realizar un gran bien para sus semejantes en cautividad. El gran acontecimiento acaeció, la hora del perdón había llegado y la paz se debía concluir en la señal de la cruz y del sacrificio.

El hombre y la cruz se volvieron un símbolo que debía sacudir para siempre al alma humana. Debía recordar algo, muy grande, de indiscutible verdad que quedó impresa en la gran bóveda celeste; principalmente debía hacernos meditar, comprender y con la más razonable convicción, sentirnos culpables de un gran pecado, de una desobediencia hacia DIOS y todas las almas vivientes del cosmos. La gran paz nos vino misericordiosamente ofrecida, unida al perdón. Pero, una vez más, el hombre nutrido con la carne de la bestia felina, no quiso comprender, no quiso sentir, sobre todo no quiso aceptar un cambio radical de su vida absurda e inconcebible. Era lo que era y debía sudar sangre, sufrir todavía para poder comprender mejor su verdadera naturaleza, su blasón. Y, he aquí nuestros tiempos, tiempos de gran progreso material y de regresión espiritual. Una infinita reminiscencia que marca las cosas más impensadas y las edifica con desconcertante prontitud.
Los aviones, los coches, los navíos, los grandes mecanismos, los rascacielos, empresas de fábula y de disfrute de los recursos que este mundo, ya adulto, nos ofrece con tanta profusión. ¡No basta! Ha habido una reminiscencia incontenible y tan peligrosa que ha puesto en alarma a nosotros y a otros, la energía atómica, un monstruo oculto y de inaudita violencia destructiva tienta, nuevamente, insertarse amenazante en la ya vieja historia de nuestro sistema solar. Parece que la misma mente de entonces se haya posesionado de esta caótica energía y que, inmutada irresponsabilidad, intenta emplearla como medio de destrucción y de muerte. Una vez más, el hombre pone en peligro la existencia de un mundo y de todo lo que contiene con tanta inaudita ligereza.

Unos dos millones y medio de criaturas humanas se preguntan porque se recurre a esta monstruosa fuerza destructiva y aún si no lo demuestran, en el corazón de toda criatura humana está siempre esta pregunta, cuya respuesta está encerrada entre los labios de aquellos que todavía viven en un mundo que ya no está. Estos saben la medida de la gravedad, pero, a menudo, el instinto primordial los ciega y los vuelve irresponsables e inconscientes; la amenaza es grave, el peligro espectral, de un triste, atávico pasado, hace temblar el alma humana de terror.

Pero, por providencia de todos, las malas intenciones de los pocos y el espanto de los muchos, han atravesado el océano inmenso del espacio sideral para alcanzar el corazón y la mente de los justos, de los mejores, de aquellos que, más y mejor que nosotros, conocen la Ley del Universo. Ahora se ha llegado al tiempo en el que no es posible no comprender que nuestra soledad en el gran espacio ha sido solo aparente y que en realidad nunca hemos estado solos desde hace muchisímos siglos. Muchos fenómenos deberían hacernos comprender, más profundamente, que somos lo suficientemente idóneos para la aceptación de Verdades Universales mucho más grandes que aquellas que la historia nos ha dado a conocer hasta hoy.

Y en verdad una, gradual pero lenta, predisposición, existe ya en millones de personas, gracias a la metódica, precisa e indestructible obra de los Hermanos mejores que, como en el pasado, todavía hoy más que ayer se prodigan con perseverancia y con voluntaria abnegación. Hoy ya no es posible entender mal para huir de la verdad que nos supera y nos domina. Ya no es posible escribir como escribió el Profeta Ezequiel: “El aspecto de las ruedas y su movimiento se parecía al color del crisólito, y las cuatro se parecían, y su aspecto y su funcionamiento parecía como si una rueda estuviera dentro de otra rueda”. Y todavía: “Mirando vi que sus llantas estaban todo en derredor llenas de ojos”. Y finalmente: “Sobre las cabezas de los vivientes había una semejanza de firmamento, como de portentoso cristal, tendido por encima de sus cabezas”.
En aquel tiempo el Profeta Ezequiel se expresó así para describir la aparición de las naves espaciales y de los cascos espaciales que las criaturas de aquellos aparatos llevaban sobre la cabeza y que vestidos como iban le dieron la sensación de ver curiosos animales de forma humana. Y luego un dictado que debía, absolutamente, aceptar y que venia de Dios. ¿Quiénes eran aquellos que Él llamó Querubines?. Desde entonces han transcurrido cerca de tres mil años y en este nuestro tiempo la visión que tuvo el Profeta Ezequiel se repite suscitándonos la misma pregunta: ¿Quiénes son?. ¿De dónde vienen?. 

Nuestros ojos los ven y nuestra mente los comprende así como en realidad son, pequeñas y grandes naves del espacio que surcan velozmente nuestro cielo. Muchísimos las han visto aterrizar y otros muchos se han aproximado en el intento de conocer y hacerse comprender. Noticias de este tipo se podrían citar a miles. Muchas personas los han visto con casco y buzo espacial, tan complicados que parecían a primera vista curiosos animales de forma humana. Indudablemente bajo aquel casco, dentro de aquel complicado buzo, estaba el Querubín del Profeta Ezequiel, los mismos Mensajeros del Cielo deben finalmente hacernos comprender que la palabra de Dios está nuevamente en medio de nosotros. Muchos son los Querubines, Serafines y Tronos que nos miran y escrutan atentamente nuestros propósitos, preparándonos a aceptar verdades más profundas, que por los siglos de los siglos siempre han sobrepasado nuestros escasos y confusos conocimientos.
¿Estamos verdaderamente al borde del gran abismo? ¿Quizás estamos muy cercanos al tiempo que nos debe empujar nuevamente al fatal error?.

Las premisas, en verdad, no faltan y el tiempo de la monstruosa energía que destruye ya ha llamado con inaudita violencia a las grandes puertas de este nuestro querido mundo, la grande y terrible bestia con cabeza de hongo se ha despertado amenazadora, implacable, con ira, decidida a destruir, a devorarlo todo sin piedad.

El Hombre está aterrorizado y con la mirada dirigida hacia el cielo, piensa, mientras una gran Cruz Luminosa se pone ante sus ojos.

El alma delira en un gran e indefinible desconsuelo y asalta de tristeza la mente y el corazón. La mayoría se agita en un silencioso miedo, mientras la minoría, aquellos que se creen los únicos patrones del destino de la Humanidad y del Mundo, gozan teniendo atada a un hilo de seda la mortífera fuerza de un monstruo que, ligado a un deber, con una mente más equilibrada y más cuerda, podría servir como solo y único medio de fuerza para los mejores destinos de la Humanidad. Pero para desdicha de los justos y de los indefensos, todavía no prevalece la razón del hombre sobre la bestia, y el grito feroz y sanguinario de la energía vuelta loca por la mente del hombre, retumba en el espacio con mayor amenaza.

Una vez más en el gran océano del espacio sideral silba velozmente la imagen de un gran peligro, la intervención se ha vuelto necesaria, indispensable.
El punto crítico ha marcado el tiempo y es necesario, absolutamente, prevenir el inmediato desarrollo de lo que va a suceder. ¿Superaremos la gran crisis?.

Ellos están sobre la tierra, no sabemos como y donde, pero están. ¡Esto es cierto!.
Llamémosle como creamos más oportuno, digamos de ellos todo lo que queramos, mostrémosle a nuestra mente como deseemos, pero esto no excluye el hecho de que ellos están y además se hacen ver repentinamente. ¿Quiénes son?.

¿De donde vienen?. ¿Por qué han venido?. ¡Quién tenga oídos, escuche y quien ojos para ver, vea!. Pero lo que más conviene, al momento, es ARREPENTIRSE a tiempo y, esta vez queriéndolo, o no. No planteéis aquella necia pregunta del porque no se hacen ver o del por qué no bajan, con sus aparatos, en las plazas. Comprendedlo una buena vez y para siempre que ellos nos conocen desde tiempos remotos y lo saben todo, digo todo de nosotros desde la A hasta la Z. Toda publicidad sería, para ellos inútil, digo mejor contraproducente a la obra que deben desarrollar sobre la tierra. La veleidad es un vicio humano que estas criaturas consideran poquísimo. Saben lo que deben hacer y en el momento oportuno lo sabrá toda la humanidad.

Este es el solo y único pensamiento que domina sus inteligencias. ¡Todo el resto no cuenta!.

Los burlados, aquellos que antes que los otros han visto y sentido, comprenderán los primeros, sin ninguna sacudida psíquica. La grande, la más grande de las Verdades Universales. Este será su más justo y anhelado premio porque en verdad: “los pobres de espíritu verán el Paraíso”. Y todavía: “Los últimos serán los primeros”.

Esto he escrito sin mi personal intención, sin una pizca de veleidad especulativa, ya que he sentido, impetuosamente sentido que el Amor de Dios está en medio de nosotros con toda Su gran misericordia, hoy más que nunca, hoy más que nunca. 

Siento un gran temor leyendo nuevamente lo escrito en estas descarnadas páginas y pienso:

¿Bastarían todos los libros del mundo para haceros comprender lo que yo he comprendido al releerlos?. Soy una nulidad, soy un pedacito de carne viva, con un alma luciente y clara, y no menos que mis semejantes, con una inmensa cruz resplandeciente ante mis ojos, llenos de silenciosas y trémulas lágrimas.


En verdad yo digo:

En el tiempo pasado está mi futuro, porque es verdad que en el tiempo futuro está mi pasado.

En verdad, yo digo todavía:
Aquello que en el tiempo fue, en el tiempo es y será.
“Luego vi, cuando él tuvo abierto el sexto sello: Y, he aquí, se hizo un gran torbellino, y el sol se volvió negro como un saco de pelo y la luna se volvió toda como de sangre.

Y las estrellas del cielo cayeron a tierra, como cuando la higuera sacudida por un gran viento deja caer sus higos.
“Y el cielo se recogió como un libro revuelto, y toda montaña e isla fue removida de su lugar”.

Y en verdad: Yo, Eugenio, hombre que fue y que es en el tiempo de vuestra generación, en verdad yo os digo que las montañas y las islas fueron removidas de su lugar antes de tiempo y que Él, Juan, lo describió como en el tiempo venidero, de otras generaciones.

En verdad aconteció que las montañas y las islas fueron removidas de su lugar y con sus inmensas tierras navegaron como cascarones en la inmensidad del furioso mar.
Muchas tierras fueron perturbadas y otras devoradas por los profundos abismos de los océanos. Un continente se desgajaba del otro como blanda hoja de papel, semejante a una ramita a merced del furioso viento; ahora entraba en el mar y ahora salía a la luz. Otro no retornaba más ante los ojos de los futuros.

Y yo vi por voluntad de Dios, porque yo fui en aquel tiempo como ahora soy, hombre, y vi, con los ojos abiertos, esto que aquí os describo.

Entonces era muchacho y ha pasado tanto tiempo que todavía me parece un largo sueño. Sin embargo es tan verdadero aquello que fue y vi que, retornando al tiempo, ya remoto, de hace doce mil años, todavía encuentro las mismas cosas de entonces, cuando la faz del mundo era otra y diferentes eran las cosas y las costumbres de los hombres.

Aquello que vieron mis propios ojos, lo recuerdo ahora que tengo treinta y tres años.
Y yo vi aquello que mi alma conserva y que os relata ya que el tiempo esta próximo.
Era entonces tiempo que dista de este cerca de doce mil años, cuando los templos y los nidos de los hombres eran lechos llenos de flores y de olores y cada cosa quería ser como la eterna música de los cielos. El sol resplandecía como jamás, y su luz penetraba en cada uno de los  más remotos ángulos de la Tierra. El murmullo del viento era dócil y, agradable como una caricia de los Angeles, se posaba, en todas partes, suave y cálido. De un lado a otro de la tierra la voz alegre de las almas felices vibraban en el espacio como un dulce encanto desde el alba al ocaso; y los pájaros sin temor y con alegre gorgojeo, volaban alrededor de los hombres y de las cosas, aun más alegres y más felices. La música adornaba de gracia las almas embelesadas de puro amor y en cada corazón yacía mórbida la bondad y la dulzura del espíritu. La noche no parecía noche y en toda alma no encontraba sueño por la belleza que la rodeaba. Y el verde de los campos y todas las cosas que estaban en el regazo de la naturaleza eran de una extraña belleza. Las caravanas, gente alegre, andaban por allí o retornaban con el corazón lleno de viva esperanza. Aquel era el tiempo del espíritu y de la sabiduría.

Y, yo, bien recuerdo, nunca la humana gente conoció aflicciones, ni nunca la tristeza veló de sombra los pensamientos de los hombres.
Acaeció después que la humana gente se hinchase de orgullo y que la creación viniese turbada hasta volver lo dulce de la vida y del corazón tan amargo y que se volviesen una sola cosa, como una sola columna. También sucedió que la alegre voz del alma ya no era como antes y que de uno al otro confín de la tierra ya no resonaba el canto alegre de la felicidad de la humana gente.

En el corazón de los hombres el amor al Espíritu de Dios se volvía débil, y tristeza y aflicción penetraban cruelmente en el corazón de las gentes.
Muchos, inflamados de orgullo y de odio, practicaban maléficos entendimientos con Rey y Sacerdotes; y tanto los unos como los otros se impregnaban de maléfico arte y erigieron templos con figuras de oro y de piedra rara, dando así a los ojos y quitando y negando la alegría del espíritu. La obra del mal había, en muchos de ellos, enflaquecido el amor y la sabiduría hacia las cosas del espíritu, poniendo enfrente del bien el mal del odio y del orgullo.

Acaeció que el hermano nutriese odio para el otro hermano y que el padre nutriese odio hacia los hijos. El uno buscaba golpear al otro con la misma crueldad. El mal y el tormento consumían lentamente lo bueno y feliz de sus almas, y muchos de estos cayeron enteramente en los pecados más graves, demoliendo y consumiendo aquello que Dios había tan largamente prodigado y con tanto amor dado.

Pasaron así muchos años y las maldades se multiplicaban vertiginosamente en el corazón de los hombres. Dios ya no debía ser feliz y Su tristeza era profunda por la obra que los hombres habían emprendido. No se vieron más caravanas de hombres plenos de esperanza en el corazón, más bien columnas interminables de seres embrutecidos y malvados, ligados a las enseñanzas y las ordenes del Rey y de los Sacerdotes. Ya no había paz y solamente para pocos el tiempo de los Padres y de los Antepasados se volvió un mito de gran esperanza.
Yo había crecido y bien comprendo todas las cosas que aquí os relato. Un día sucedió que yo viese a un hombre viejo y barbudo que, orando al gentío, en multitud reunida a su alrededor, decía: “Así fue, así es y así será hasta la séptima generación; y esta es la quinta de las siete”.

Así decía el que yo miraba con ojos atentos y con mente despierta. Y Él todavía dijo:
“Pasará el tiempo, y pasará infeliz hasta que el Hombre Eterno venga de los cielos, como aconteció antes de que nacieran los padres de vuestros padres para juzgar las culpas, por ellos, cometidas. Lo que sucede ahora, deberá suceder, todavía, por dos veces sobre esta tierra; la última será la séptima vez”.

Y Él, todavía decía:
“Siete veces todo hombre vendrá sobre la tierra y el no recordará jamás haber nacido antes y haber renacido después; y esto por siete veces”.
Y Él así hablaba, mientras mi alma ardía de verdad y de profunda admiración. Y Él así decía, todavía, a la muchedumbre:
“Siete son las generaciones que durarán y también deberán terminar sobre esta tierra; y vosotros sois la quinta generación. Siete son las Escrituras de los Cielos y cada generación tiene una por voluntad de Dios. Esta, vuestra, es la quinta, y también deberá terminar. La séptima será la última prueba, luego advendrá el juicio final”.

Así Él hablaba a aquellos que habían perdido la paz del alma. Y todavía dijo:
“Vosotros sois la quinta, y la simiente de la sexta nacerá de vuestro fin. Así está marcado en el gran Libro de los Cielos. Y entonces advendrá que el Hombre Eterno, Dios, vendrá sobre la tierra como sol resplandeciente del cielo para mostraros Su Gloria y la Potencia de Su Reino, que es Reino del Espíritu Eterno. Muchos de vosotros, vueltos fuerza del mal, sentirán terror y, sin embargo, no modificaran, ni volverán atrás de sus propósitos, ni se arrepentirán los que van a nacer, puesto que el maléfico arte de los padres también quedará en el semen. Pocos, en verdad, serán aquellos que volverán a las voluntades del espíritu; y solamente estos se salvarán en el alma y en el cuerpo. Estos serán guiados allá, hacía oriente, donde la tierra quedará fuera de la furia de las aguas, e inmune a los desastres, y todavía estos proseguirán hacia el recto camino, alzando tabernáculos y templos a la gloria y la potencia de Dios".

Y yo escuchaba a corazón abierto aquello que Él decía a la muchedumbre inquieta y amenazante.
Acaeció que Él no fue creído, como hombre semejante a los otros, e incapaces de advertir en sus corazones la fuerza de la piedad, ellos sentenciaron en secreto aquello que debían efectuar a Aquel que había predecido tal fatal destino, a causa de sus pecados, por voluntad de Dios, predicando sin ningún temor. Las turbas, animadas por malvados propósitos y mal aconsejadas, lo cogieron en el lugar donde Él estaba y lo aislaron a viva fuerza. Mi corazón ardía de amor por él, yo era joven, sin embargo amaba las sabias palabras que Él decía, con tanto sentido, dicho. Y sucedió que lo llevaron a un campo en donde las flores estaban abiertas al sol cálido y resplandeciente, y allí comenzaron a practicar lo que en secreto habían sentenciado. Él no sintió impaciencia, ni la cordura del alma y del corazón se removió, no hizo ningún signo de rebelión, ni sus ojos, semejantes a las estrellas, se dilataron por miedo.

Más bien quiso añadir, todavía, algunas palabras a lo que había dicho, y dijo: “Vendrá el tiempo en que yo me sentaré entre los Siete Jueces del Cielo, por Deseo de Dios y allí leeré, punto por punto, vuestras culpas y tal será el juicio: que vuestra raíz quedará sobre la tierra y lo que habéis pensado practicar sobre mi cuerpo, vendrá practicado a aquellos que, de vuestra raíz, vengan al mundo hasta el tiempo que Dios quiera, con igual fuerza y medida. Arrepentíos, pues; puesto que todavía es tiempo”.

Pero las turbas enfurecidas y mal aconsejadas no quisieron frenar el malvado instinto del mal. Y aquello que yo vi, después que Él terminó de hablar, fue tan cruel que mis ojos se volvieron como piedras en el mar. Vi hombres buscar en el cerebro del Sabio aquel que tan mal hablaba en su lugar. Y buscaron, buscaron sin encontrar aquello que ellos pensaban estuviese. Y el Sabio Hombre, aún sin aquello que el hombre debe tener necesariamente, quedó así como era antes, todavía más vivo que aquellos que lo rodeaban, realizando el delito. Tanto que al verlo, aquellos que habían actuado primero, se volvieron irreconocibles, puesto que no hablaban como era corriente hablar, sino más bien como hablan los insensatos y privados de consciencia; y sus ojos giraban de un punto al otro, veloces como el viento.

Acaeció que el Sabio Hombre, aún quedando como estaba, dijo todavía:
“Habéis visto aquello que a los mortales no es dado ver en vida y en el futuro del tiempo.
Tal cosa operará Dios en vosotros y en aquellos que germinaran de vuestra raíz.
Sin embargo no sabréis nunca, ni conoceréis, porque Dios así querrá que sea”.


Y después de haber dicho esto, así como estaba, se encaminó como un hombre que tiene todo aquello que la madre da a su propia criatura.
Sin embargo no era así: Porque cerebro Él no tenía.

A tal vista acaeció una turbación en todos aquellos que observaban tan extraña valentía del Sabio Hombre. También yo, como ellos, me turbé; pero ya lo estaba antes, porque en mi alma sentía arder de verdad sus palabras.

Y sucedió que lo seguí yo solo. Y otros, todavía aterrorizados, se marchaban haciendo camino inverso. Sin embargo, cuando Él me vió, no retrocedió, más bien con amable atención se paró y dijo: “Ven, pequeño mío, puesto que en ti esta aquello que esta en mi”.
Ante estas palabras suyas, los ojos, el corazón y mi alma sintieron un gran calor y todo mi cuerpo ardía como el fuego.

Y Él, todavía más cerca de mí, dijo:
“No tengas enojo por aquello que has visto, porque lo que sientes en tu alma, Dios ya lo ha sentido mucho tiempo antes; y Él dará el mismo dolor”.

Y yo, todavía tembloroso de piedad, pregunté: “¿Quién eres tú que en mi alma haces tanto vacío de dolor y de tristeza?”. Y Él así contestó:

“Yo soy mensajero de Dios y por su Voluntad he venido sobre la tierra. Yo no tengo nombre y no soy como tú eres; sin embargo tú, pequeño mío, posees aquello que yo poseo por voluntad del Espíritu Santo. Aquel que tú sientes en tu frágil y, sin embargo, gran consciencia es Aquel que reina eternamente en los cielos, allí donde tus ojos no podrán ver”.

Y Él, así como un padre instruye a los hijos, continuaba:
“Hay un lugar en el que la noche es día y el día esplendor; en un tiempo no lejano tú nos verás, y allí verás a Aquel que tus ojos ven”.

Y continuando, todavía decía con amoroso aliento:
“Aquel día los ángeles cantarán en coro, y tú vendrás por el camino que a mi te conduce, donde quedaré por los siglos de los siglos, hasta el juicio final. Tú, pequeño mío, un día dejarás aquí, sobre la tierra, tu cuerpo; sin embargo tú vivirás en forma diferente, que ni cuerpo ni aire te serán útiles; y sólo cuando habrás visto aquello que el futuro conserva a la séptima generación, sólo después, por concesión de los Siete Espíritus de Dios, y por Su consentimiento, volverás a ver, nuevamente, el mundo con diferente faz de cómo ahora tú lo ves”.

Después de haber dicho esto, el Sabio Hombre añadió:
“Ahora yo te dejaré y tanto tiempo pasará antes de que tú puedas volver a sentir el calor de tal verdad en tu alma; pero todavía te digo: en aquel tiempo cuando tú hayas retornado entre los hombres de la séptima generación y cuando hayas cumplido los treinta y tres años, yo estaré en tu alma y en tus pensamientos, y de esto te daré prueba de haber venido, ya que a ti querré hablar de tantas cosas.
Y ahora es oportuno que tú sepas el camino justo y aconsejado.
Acontecerá que el sol se volverá más grande y mucho más resplandeciente de cómo ahora tú lo ves. Que esto no turbe tu alma porque ninguna cosa arderá de ardiente fuego. Cuando esto sea observado, tú andarás camino hacía oriente y paso a paso tu alma será aconsejada por los largos senderos verdes que, en el tiempo, deberás recorrer. El camino será tan largo y fatigoso, pero esto no será turbación ni para tu cuerpo ni para tu alma porque serás guiado y aconsejado.
Sucederá que al final del largo camino encontrarás aquellos que sobre la frente llevan el sol, semejante a aquel que tú ves en el cielo, y allí te quedarás. Allí pasarás el resto del tiempo de tu vida; terminarás los días sin padecer dolores en tu cuerpo, ni este quedará descubierto, ni mano humana lo tocará hasta el fin. Y entonces, cuando esto acontecerá, que tú dejaras el cuerpo, de hombre, y vendrás al Reino de los Cielos, de aquel Reino yo te mostraré, aquello que sucederá sobre la tierra por culpa de la quinta generación”.


Después de haber terminado de hablar, yo me sentí envuelto en un profundo sueño y apoyando mi cabeza sobre sus rodillas me adormecí silenciosamente.
Al llegar la mañana, apenas mis ojos se abrieron, vi allí, en el lugar de las rodillas del Sabio, una abundancia de diferentes flores perfumadas y todavía vivas de tanta vida. Él ya no estaba, ni en los alrededores mis ojos lo vieron. Busqué con inquietud y con esperanza y durante mucho tiempo peregriné intentado encontrarlo; pero ¡Ay de mí! vanas mis indagaciones. Él no era como yo era, ni sobre la tierra, porque sucedió que mi alma, dentro de mí, habló diciendo:

“No te fatigues más con tanto amor, ya que inútilmente tú buscarás a Aquel que anhelas como era. Yo ya no soy como tú eres, puesto que el Padre me ha llamado a Sí y también estoy dentro de ti para que tu alma hable y diga aquello que yo quiero decir”.

Y aquel que yo sentía dentro de mí, me alegraba el corazón y mis ojos daban luz de felicidad, como yo jamás había tenido. Sin embargo Él ya no estaba, y yo con vehemencia anhelaba que Él fuese así como mis ojos lo habían visto.
Pasó el tiempo y dentro de mí albergaba la voz del Sabio y me seguía a cualquier lugar que yo fuese. Mis años habían alcanzado el numero veinticinco y el sol estaba en el signo de la sabiduría que es el signo del Espíritu y también signo de la quinta generación, en la que vi los años de mi vida, crecer como planta de prado.

En aquel tiempo sucedió aquello que en mi corazón estaba grabado. Y vi al sol acercarse tanto a la tierra, como amenaza mortal. Las turbas, los reyes y los sacerdotes tuvieron infinito miedo, y todos gritaban como seres sin juicio: andaban como el viento enloquecido buscando refugio en el vientre de los montes. Y gritaban con tanto estruendo que me parecía que las aguas de los mares discurrían veloces sobre la tierra.

Mis ojos no se movieron del espléndido sol, vuelto diez veces más grande que su tamaño habitual; ni espanto sintió mi alma, ni yo me moví del lugar, en donde quede inmóvil, cautivado por tanto esplendor. Y advino que, mientras mis ojos fijaban tanta maravilla, el Verbo que en mi se hacía palabra decía:
“Es hora de que inicies el camino hacía oriente, por que aquello que debía acontecer, pronto acontecerá por obra y voluntad de Dios”.

Ante estas palabras yo no quedé mucho tiempo en meditación, porque sabía que “Él” hablaba dentro de mí. Y aconteció que, mientras yo emprendía el camino hacía Oriente, vi girar al sol como gira una rueda de carro en la tierra seca y sin poner en obra ninguna amenaza, volvió nuevamente como era antes, diez veces más pequeño.
Las turbas, los reyes y los sacerdotes, todavía aterrorizados, no salían del vientre de los montes, porque en su pensamiento quedaba el miedo de que el Sol se volviese todavía más grande y más amenazador que antes.

En mi pensamiento brotó, como el alba, el dibujo del camino que debía iniciar, porque yo sabía, en mi corazón, que lo debía emprender. Y así aconteció que mi cuerpo inició su fatiga, decir el tiempo me parece todavía más difícil. Después de tantos días de camino alcancé un gran bosque y allí puse mi cuerpo al reposo y mis ojos al sueño. Yo bien recuerdo lo que vi cuando estaba inmerso en el sueño.
Vi al Sabio Hombre curar las heridas que se habían formado en mi cuerpo con amoroso cuidado y también vi que Él ponía sobre mis resecos labios aceite oloroso diciéndome: “Dilecto hijo, esto es Amor del Espíritu; levántate puesto que la hora está cercana y de tan gran bosque no quedará nada, sino cenizas y ninguna cosa formará, más, vida”. Así yo hice y con más fuerza que antes me puse en marcha, abriendo camino a mi paso.

Pasó, todavía, tanto tiempo antes de que yo avistara un hombre, primero, y después muchos otros venir a mi encuentro como si yo tuviese la corona de su reino. Sin embargo tuve gran espanto antes de que el Verbo dijese:
“Mira su frente y tranquilízate porque estos son aquellos que Dios librará de la dura suerte, siendo ellos el semen de la sexta generación; y estos te amarán porque tú reforzarás en sus corazones la verdad del Espíritu que es Reino de Dios”.
Y yo, cuando estuve cerca de aquellas criaturas, observé atentamente sus frentes y vi la señal del Sol, así como era cuando lo vi diez veces más grande. Y antes de que yo dijese a ellos aquello que en mi mente nacía, ellos me dijeron: “Sabemos aquello que tú llevas en el templo de la sabiduría y también sabemos cuanta fuerza hay en tu alma por voluntad de Dios. Ven, acércate a nosotros y alegra de más conocimiento espiritual nuestras consciencias”.

Y yo que escuchaba sus palabras con el pensamiento lejano, y sin embargo enterándome de lo que ellos decían, les dije: “Llevadme allí, donde el templo erigido a la gloria del espíritu bien conserva vuestras almas cuerdas y sabías, porque es verdad que allí querré albergar hasta el día que Dios quiera”.

Y así aconteció que yo entrase en el templo y adorase la gloria del Espíritu Santo y enseñase el benévolo querer de Su Sabiduría al pueblo de aquellos lugares.

Sucedió que los años alcanzaron el número cuarenta y nueve y en aquel tiempo la Voz hablase diciendo:
“Hijo, prepárate a dejar tu cuerpo porque, como tú ya sabes, la hora de tu tránsito ha llegado, y como yo te dije un día, vendrás al Reino de los Cielos para ver aquello que sucederá sobre la tierra por las culpas de la quinta generación de los hombres. Prepárate, hijo, porque durante el sueño tú dejarás la vida terrena y tu cuerpo será bien conservado como yo te dije, en un tiempo, y como Dios ha dispuesto que sea”.


Y yo, contento por lo que sentía, tuve tal alegría que el sueño me abrazó con infinita dulzura. Sin embargo no dormí, puesto que me vi en un lugar que, la humana gente, jamás ha visto ni construido con palabras, tan bello era aquel lugar que yo todavía creía dormir y soñar, sin embargo no era así.

Yo allí vi la dulzura, amor, piedad, bondad, caridad, cordura y sabiduría y tantas otras bellezas de Espíritu y del Reino de los Cielos. Yo, también, vi todos esas virtudes asimismo en los hombres, porque tal forma estos tenían, semejantes a como yo era y sin embargo ya no eran, y yo tampoco. Había tanta belleza que mi Espíritu se alegraba como no sé expresar. 

Cada instante de hora, cada hora del día estaba rodeado de dulce felicidad y pleno de tanto amor que otros, como yo, tal alegría demostraban, acercándose a mí, sin que yo viese su caminar, decían en coro:
“Gloria al Espíritu en la vida Eterna. ¡Gloria, Gloria, Gloria!”. Y yo, como ellos, con el Verbo del silencio sin buscar aire a aquello que ya no tenía, decía:
“¡Gloria, Gloria, a Dios amable Padre de todas las virtudes. ¡Gloria, Gloria, Gloria!”.

Y tanta música yo oía, que oído humano nunca podía haber oído. Toda cosa, de la que no sé medir la belleza, tenía luz resplandeciente a mi alrededor, me pareció contar mil y mil soles y mil estrellas. Y yo nunca vi la noche ya que la luz quedó siempre espléndida como yo la encontré.
Ahora, mientras yo tal dulzura absorbía con la luz del espíritu, sucedió que se abrió en el espacio, como por encanto, una gran pared de color oro vivo, adornada de flores de mil colores y que rayos de siete colores saliesen antes que hombres, tal forma estos tenían, de brillantes cabellos como luciente plata, volasen alrededor como pájaros en fiesta, anunciando con voz penetrante y plena de musical armonía, los Siete Espíritus de Dios. Y estos anunciadores eran de tal belleza que los ojos de mi espíritu no osaban alzarse de la maravilla.

Inmediatamente después aconteció que rayos como oro, tal era el color, formaron un grandísimo templo, tan grande como para poder contener todas las generaciones de la tierra y, en su centro, estaban sentados los Siete Sabios en blanco luminoso. Yo vi sus cabellos como nieve al sol y suaves como ligerísimas plumas, largos y apoyados sobre hermosos hombros. Sobre su frente brillaba una luminosa estrella, semejante a aquella que yo veía sobre la tierra, cuando yo era así como hoy no soy, y su palabra llena de celestial dulzura, como música, alcanzaba a todos sin que ellos gritasen.

Ante tal visión me sentí turbado, y, sin embargo era verdad, puesto que su voz llegaba a mí que era el último llegado, y muy lejano. Y sucedió que uno de Ellos se alzó e indicando como querer llamar algo, dijo: “Venga aquel que del oriente de la tierra vino aquí, en el cielo, por voluntad de Dios”.

Y aconteció que alcé la frente y con mi gran alegría los ojos, que sin embargo no tenía, se posaron sobre el rostro de Aquel que como hombre vino sobre la tierra a dictar Ley Divina y hacer previsiones de Sabiduría Celeste. ¡Cuánta alegría sintió mi espíritu no puedo, todavía decirlo!. Pero bien yo digo, y esto es Verdad que Él era el Sabio Hombre que yo todavía recuerdo. Y acaeció que yo no pude retener el demostrar mi alegría y decir: Mi corazón siempre ha estado contigo sobre la tierra, así como mi espíritu esta contigo en el Reino de los Cielos. Y Él, como un padre habla al hijo, contestó: “La Gracia del Padre Eterno está en ti, hijo, como lo estaba entonces cuando tu piedad sentiste, por lo cual yo te dije que vendrías al Reino de Dios para ver las cosas que, sobre la tierra, sucederán”.

Y, todavía, dijo: “Yo conozco tu fe en el Espíritu, y todo el Colegio conoce tu obra sobre la tierra en la era de la Sabiduría, por la que Dios, el Rey del Cielo, y de la tierra, ha querido acoger, con complacencia, nuestro relato sobre ti; y Él todavía propuso aquello que aquí acontece y que deberá acontecer en el tiempo que tú, hijo, te volverás, otra vez, patrón del cuerpo y vivirás como hombre sobre la tierra de la séptima generación”.

Y yo, como hijo obediente y cuerdo que sigue en la enseñanza y en el querer al propio padre, estaba atento y escuchaba con consentimiento Sus palabras y Sus propuestas por lo cual quedaba firme en Sus designios. Y, todavía, aconteció que se alzó del lugar donde estaba y, con el, Otro de los Siete y, sin mover los pies, vinieron a mi encuentro, y cogiéndome de la mano, tanto el Uno como el Otro, me llevaron del lugar donde estaba para alcanzar un gran monte. Allí, maravillado, aprendí por sus demostraciones lo que querían decir los corderos que yo veía esparcidos por todas partes, todos muertos, algunos como ahogados, otros como quemados.

Era una espantosa visión de mis ojos, que no eran como los que tiene el hombre sobre la tierra. Y Ellos dos, que querían demostrar aquello que yo veía sobre el monte, me dijeron:
“Hijo, ahora desde este monte tú verás cosas que luego, por voluntad de Dios, acontecerán en la quinta generación, en la sexta y en la séptima. En esta última, que es la séptima, tú habrás renacido sobre la tierra, y hasta que no alcances los treinta y tres años, no recordarás nada. Cuando hayas cumplido los treinta y tres años, nosotros vendremos a albergar en tu alma y abriremos el secreto y desligaremos aquello que antes estaba ligado. Y tú, entonces, recordarás lo que eras antes, y en tu mente se verificará el retorno de las cosas vividas en la Era de la Sabiduría y de aquello que has visto desde este lugar. Esto te será fácil recordarlo, y tú harás esto: escribirás lo que sientas sin tener fatiga en tu mente y sin padecer ningún cansancio en tu cuerpo. Además sucederá que un número tendrá siempre tu consciencia despierta y fuerte, y este será el número “siete”. Y, todavía decimos: que tu corazón no tendrá paz hasta que tú no hayas cumplido la obra que está en el plan de Dios para la séptima generación.
Asimismo tú debes saber bien que muchos te serán hostiles y muchos sonreirán de tu obra, esto no debe entristecer tu alma, porque es verdad que quien se ríe de ti, se arrepentirá de haberlo hecho. Habrá almas sinceras que creerán en ti y estas se salvarán en el cuerpo y en el alma y se purificarán y purgarán sus pecados. Luego, ni madre, ni padre, ni esposa, ni hijos, ni amigos te creerán, más bien intentarán molestarte para que el velo del desánimo caiga sobre ti. Pero nosotros velaremos sobre ti y sobre tu alma posaremos los siete dones del Espíritu Santo; y tú serás sabio, inteligente, aconsejado, fuerte en la ciencia y en la piedad; y finalmente sentirás temor de Dios.

Así tú serás y tendrás fuerza para combatir y vencer la obra de los malévolos y de los mal aconsejados, de ofrecerla con dulzura y bondad, de conocer cosas que otros no pueden, y de repeler la falsedad de las acusaciones a ti dirigidas. Y, ahora, que tú sabes que estas cosas deberán acaecer en la quinta, en la sexta y en la séptima generación, que es la última prueba de la humana gente, sobre la tierra, nosotros callamos para que tu Espíritu observe”.

Y yo, en la espera, después que Ellos se habían callado, sentí un gran estruendo, tal que mi alma tembló de miedo, y vi aquello que os relato:

“Una gran oscuridad se hizo a nuestro alrededor y encima y debajo de nosotros; y vi a los hombres de la tierra, mujeres y niños estremecerse de miedo porque la tierra empezaba a temblar, como hoja al viento, y el mar a hervir como el agua en un puchero. El grito de terror llegaba al cielo. Toda criatura que, como enloquecida, huía buscando refugio, no encontraba fuerza y equilibrio y yacía inexorablemente expuesta al fin. Todos buscaban refugio en los montes, sin embargo no podían tener tal esperanza. Y aconteció que el mar hervía cada vez más fuerte y la tierra se desprendía de la tierra y caminaba en el mar como pajitas empujadas por el furioso viento. Y yo vi que todas las aguas entraban en la tierra y que cantidad de esta quedaba bajo el agua, dejando un gran vacío; y luego, nuevamente, la volvía a ver, y luego no la veía más, y con ella todo cuanto arrastraba. Templos, hombres, animales y grandes bosques y todo cuanto había perecía miserablemente. Luego vi desplazar las montañas a tanta distancia como un río crecido. Aquellas montañas estaban ligadas a tanta tierra que, como transportadas sobre la palma de la mano, desde un lugar eran posadas en otro lugar.

Otras montañas surgían de la profundidad de los mares y otras desaparecían para siempre. El gran mar empujado y repelido saltaba sobre la tierra y, como un escamoteador, hacía desaparecer todo como el rayo.
Y yo oía gemidos, de aguda desesperación, vagar en el espacio, y luego, nada más.

Solo mar yo veía y fuego surtir de las aguas, y la tierra, todavía fuera de las aguas, correr de un punto al otro como enloquecida. Un solo trozo de esta había quedado fuera de la catástrofe, y ni mar, ni fuego la ofendían. Y yo sin poder comprender aquello, me dirigí a los dos Sabios diciendo:

“¿Venerados Maestros de mi Espíritu, que es aquello que yo veo fuera de la ira y todavía a la luz del sol?” 
Y ellos como si ya lo hubiesen dicho precisaron:

“Hijo, aquel es el lugar de los padres de la futura generación y de su semilla Dios se servirá para sembrar nueva vida y nueva generación que será la sexta y la séptima. Aquella que tú ves es la única tierra que está a la luz del sol, y es aquel el lugar en donde la fe en el espíritu quedó incontaminada y pura, aún cuando en el sol ellos tuvieron temor de Dios. Allí yace tu cuerpo que fue vivo y ahora ya no lo es, puesto que tu alma está aquí, a nuestro lado. Y aquel que tú has visto no sufrirá la ira desencadenada, ya que es verdad que aquel es el semen que el Padre ha querido conservar para las otras generaciones futuras, sexta y séptima”.

Y yo escuchaba lo que Ellos decían, aún sin quitar los ojos de mi espíritu del mundo descompuesto. Y queriendo, todavía preguntar para aclaración, les dije: ¿Dulcísimos Maestros, por qué todo perece con tanta despiadada suerte?.

Y Ellos me dijeron:
“Lo que Dios ha sabido sobre su obra no encuentra justificación para su vida, porque quien ofende con el peor de los males a Dios, Él se enoja y castiga.
Él ha querido parar la obra monstruosa de aquella generación y sembrar nueva semilla. Y la semilla germinará y dará el tallo y luego las ramas y las hojas, y luego, todavía los frutos, y si estos últimos son buenos para el espíritu, el árbol vivirá feliz, si luego debiesen volverse amargos, los gérmenes del mal atacarían el árbol y este comenzará a perder vida. Pero ya que la humana gente nunca está contenta del bien que Dios Creador dispone, acontece que son ellos mismos quienes miden en tiempo que el árbol debe vivir”.

Ahora sucedió que Ellos callaron y señalaron con el dedo para que yo, alejandome de los razonamientos mirase más atentamente allí donde había tierra y ahora había mar, y allí donde había mar ahora había tierra. La faz del mundo estaba muy cambiada y estaba desnuda como cuando el hombre nace. 

Ni templos, ni casas, ni arboles, ni cosas vivientes tampoco veía yo; Veía la desolación y parecía la única cosa que existía en el mundo. Sólo en aquel lugar, donde había quedado la semilla, yo veía vida y alma, y allí el sol resplandecía y daba luz y calor a las cosas que quedaban por voluntad de Dios. 
Y pasó tanto tiempo y tanto tiempo todavía, sin embargo yo nunca sentí cansancio de tener los ojos del espíritu fijos allí donde las aguas vueltas humo negro, se movían todavía sobre la tierra para buscar la salida y asentarse en diferente sitio. Y mientras yo meditaba tales cosas, Ellos dos, semejantes a mi, no desviaron sus miradas, ni hicieron ningún gesto de consideración, sin embargo, como yo, miraban aquello que yo miraba.

Y pasó todavía tiempo y otro tiempo todavía, tanto que yo sentí la necesidad de preguntar algo para oír la respuesta aminorar el silencio que alrededor se había hecho como sombra de tristeza y de dolor. Y les dije a Ellos: para mover Sus pensamientos de la inmovilidad: “¿Ahora decidme, Jueces sapientes, si mi pregunta no es atrevimiento, que acontecerá después de que las aguas se vuelvan como solían estar, límpidas como el cielo y la tierra como tela al sol?. 

Y Ellos dirigiéndose a mi, porque era lícito dar respuesta a mi pregunta, dijeron:
Sucederá, Hijo, que la tierra recobrará vida, ya que el sol, esto hará por voluntad del Padre Celeste. Además se verificará que los ojos de tu espíritu verán renacer sobre la tierra todo lo que a ti te pareció estar muerto para siempre; sin embargo no era así. Y, todavía veras que la tierra se pondrá bellos vestidos, semejantes a los que tú pusiste en las días del Amor al Espíritu, y toda cosa, después de ser vestida, toda cosa volverá a tomar vida y calor, como en el principio, cuando el designio de Dios se volvió realidad”.

Y yo escuchaba y también deseaba conocer más, como un niño cuando para comprender y conocer mejor las cosas que los ojos ven, hace tantas preguntas. Y yo así hice y pregunté, y ellos como padres pacientes contestaron a mi siguiente pregunta: “¿Por qué, yo os digo a Vosotros padres sapientes y cuerdos, por qué nunca recomienza la vida allí donde la ira del Santo Espíritu se ha desencadenado?”.

Y Ellos me contestaron con paciencia plena de Amor:
“Hijo bendito, todo acontece por voluntad de Dios, porque Su voluntad es justo en el bien, si en el bien se vive, en el mal si en el mal se cae. Y aquella generación que en el mal había caido, tuvo castigo merecido. Sin embargo, como los ojos de tu espíritu todavía ven, el Espíritu Santo ha dejado semilla para que regenere y regenere, nuevamente, hasta formar el nuevo árbol que será el sexto”.


Y yo al oír esto, inmediatamente pregunté: “¿Veré yo su camino en el tiempo desde este lugar?. ¿Y veré crecer al sexto árbol y madurar sus frutos?”.

“Nosotros decimos no, hijo, porque aquel tiempo tú no verás, sin embargo sabrás, ya que muchos de nosotros estarán sobre la tierra dictando Ley, y como hombres, sin pensar ni prever el designio de Dios. Sin embargo, ahora, lo sabemos y conocemos aquello que acontecerá en aquel tiempo y también conocemos lo que obrará el Espíritu Santo, el cual se dignará descender, de nuevo, entre los hombres para poner ante sus ojos los dones y la potencia de Su Reino.

Entonces nosotros ya seremos hombres y con Él operaremos, porque Él así ha dispuesto que suceda en aquel tiempo. Tendremos tanto que edificar y tantas obras quedarán, de nosotros, sobre la tierra que tú sabrás sólo cuando llegue la hora de saber. Además te decimos, dulce hijo, que cuando advenga aquello que nosotros ya hemos dicho, será el tiempo en que el sexto árbol de la vida habrá absorbido amargas experiencias y que él habrá abandonado la fe del espíritu. Ya no decimos más, porque cuando advenga tu renacimiento en la séptima generación y hayas cumplido más de veinte años, el sol comenzará a poner en tu alma el calor del espíritu, y las estrellas alimentarán, en el lugar de los pensamientos, fuertes deseos y orientaciones. No te decimos otra cosa, dilecto hijo, de la sexta generación. Sin embargo, todavía, pensamos darte explicaciones sobre como se comportará la séptima, porque tú en esta tomarás cuerpo con alma, como hombre, así como era todavía antes de este tiempo, cuando alimento, aire, agua y calor eran necesarios a tu vida”.


Y yo, atento a lo que decían y a lo que todavía querían decir, escuchaba. Y Ellos continuaron diciendo:

“La séptima generación tendrá la séptima Ley de Dios, y esta también tendrá los siete dones del Espíritu Santo, puesto que la prueba es la última. Los hombres serán libres de escoger y modificar según sus deseos, ya que está en el designio del Espíritu Santo que los hombres de la séptima generación tengan que acreditar la grandeza de las cosas creadas por Dios sobre la tierra y en los cielos y, en lugar de ello, tenemos que censurar su obra de muerte y destrucción. Ahora finalmente sepas tú, Hijo, que llegará el tiempo de una gran batalla y, todavía antes, graves perturbaciones se desencadenaran entre los hombres. En aquel tiempo tú habrás cumplido los treinta y tres años, por lo cual nosotros hemos decidido, por voluntad del Sacro Colegio de los Sagrados Espíritus de Dios, que es Su misma voluntad, entrar en tu alma para hacer previsiones y para hacerte escuchar Nuestro argumento. Y entonces, cuando advenga el tiempo en que seremos en ti, fuertes serán tus sentimientos y más fuerte será tu amor hacia el Espíritu Santo.
Y comenzarás a hablar de cosas que sientes dentro de ti por consejo nuestro, y serás fuerte por sabiduría, ciencia, caridad, piedad, inteligencia y finalmente sentirás, más que nunca, temor de Dios”.

Y desde entonces, yo recuerdo en este tiempo y en esta generación, ahora que he alcanzado los treinta y tres años en la séptima prueba de la humana gente. Y aquello que yo vi y relaté, todavía relataré, porque es verdad que mi alma comenzó a sentir tanto calor como yo bien recuerdo que debía acontecer en este tiempo.

Dentro de mí oigo claras palabras que hacen vibrar mi alma y que me dicen:
“Este es el tiempo, hijo del cielo, este es.
En ti está el Espíritu Santo, actúa porque Su Voluntad ha llegado.
Bendito, bendito tú seas eternamente”.

Ahora, la actual generación humana está a las puertas del año 2000.
La espera trágica de esta fecha se pierde en la atmósfera caldeada por la actual civilización y mientras esta generación se sumerge cínicamente, con todos sus defectos morales, en la orgía fatal de las conquistas materiales, las Lágrimas del Sol, vagando por el espacio producen en la mente de los señalados conocimientos, que, aún cuando extraños e irreconocibles les puedan parecer a otros, no lo son para aquellos que comprenden el altísimo valor esotérico.



Eugenio Siragusa -1969











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